A veces, cuando todo el mundo alaba una película que tú no has soportado, te preguntas qué ha sido lo que no has podido ver, escudriñar entre sus fotogramas, entender entre sus escenas. Lo que a ti se te hizo pesado y reiterativo, a la mayoría de la gente se le antojó un naufragio emocional. Cuando tú pensabas que las escenas eran fallidas, otros vieron magia entre los fotogramas.
Es el caso de 'Una bonita mañana', presentada en el pasado Festival de Cannes, una cinta que no pude evitar sentir algo vacía e indecisa pero que no pocos han aupado como un logro imprescindible del cine europeo moderno.
Una mañana regular
Sobre el papel, la película de Mia Hansen-Love es más que interesante: una mujer con el padre enfermo que, al mismo tiempo, trata las adversidades de la vida con la presencia de un nuevo amor imposible, perdida entre un destino aciago y un desamor que se acrecienta. Pero, a la hora de la verdad, 'Una bonita mañana' parece formada por dos películas diferentes que no se sostenían por sí mismas y unidas con un hilo argumental de lo más fino.
Es más: una de las dos historias (la del padre) es muchísimo más interesante que la otra, que cae en clichés continuos y no logra mantener la atención del espectador. Tristemente, queriendo hacer el retrato de un personaje entre la esperanza y el desamor, la película no termina de entrelazar bien y solo al final podemos ver la vinculación entre los dos lados de la vida de Sandra. Hansen-Love no triunfa en su propósito de hacernos entender a un personaje que claramente adora pero que se siente profundamente apático.
Eso no quiere decir que la película no sea honesta en sus aspiraciones, ni mucho menos: 'Una bonita mañana' es natural y orgánica, bella a su manera, con personajes complejos corroídos por sus propios anhelos personales que, una vez planteados, nunca terminan de explotar y acaban dando vueltas continuamente en torno a los mismos problemas. No hay una evolución y, por tanto, el retrato queda en un boceto que nunca puede terminar si no es a la fuerza.
Ay, papá
A pesar de la siempre magnética presencia de Léa Seydoux, la película encuentra su mayor atractivo argumental en el personaje del padre, consciente de su propia degeneración neuronal: el verdadero drama de la cinta no está tanto en la reacción de Sandra al ver los pasos en falso de su padre, sino en ese señor que antaño fue una eminencia y ahora queda reducido al mínimo. Es él el que regala los mejores momentos de 'Una bonita mañana' y se le echa de menos cada vez que la cinta decide centrarse en un affaire más bien soso que poco tiene que aportar.
'Una bonita mañana' consigue, en la monotonía, encontrar momentos de auténtica verdad, pequeños islotes mágicos dentro del silencio en el que Léa Seydoux muestra su fragilidad mediante miradas que expresan la desesperación interior de un personaje destruido por un día a día que no le permite tener un solo momento de felicidad sin dar después una cachetada. No son suficientes para hacer que la cinta sea notable, pero sí para darle una dignidad que, de otra manera, quedaría en entredicho.
La película de Hansen-Love no da en el clavo en su intento de reflexión sobre los cuidados de padres a hijos, el desencuentro del amor en el siglo XXI y la felicidad en tiempos convulsos, pero no por ello es menos apreciable. Quién sabe: ojalá podáis ver en ella todo lo que yo no fui capaz.
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