Jasmine (Cate Blanchett) aparece arruinada en casa de su hermana, Ginger (Sally Hawkins), con una historia dramática de por medio. Sin explicarse lo sucedido, pues estaba en una situación económica privilegiada, Jasmine le contará la historia de su matrimonio con el acaudalado Hal (Alec Baldwin) y sus turbias conexiones y mentiras. Mientras trata de reconstruir su vida, Jasmine descubre los avatares de su hermana, prometida con el mecánico Chilli (Bobby Cannavale).
Cada cierto tiempo, y con una pesadez e insistencia notable, se oye aquello de "La mejor película de Woody Allen en años". En ese sentido, hay poco que reprochar a Allen: es un cineasta completo, cuya obra ya incluye la suficiente cantidad de obras maestras como para andar por ahí negando el maestro que es. En todo caso, esta imitación facilona de Tennessee Williams es muy difícil que perdure.
Lo que si debe perdurar, e incluso premiarse, es la interpretación de Cate Blanchett que hace interesante 'Blue Jasmine', un telefilm en el que los personajes no están construidos (todos son o vagas reminiscencias de mejores personajes de Williams o sencillamente clichés andantes) y que el guión tiene giros no solamente inverosímiles sino absurdos, basados en casualidades para cerrar la historia.
Si somos estrictos y rigurosos, la última gran película de Allen es 'Match Point' (id, 2005) y es la única que pasa el corte no ya como obra mayor sino como genuina mejoría en su estilo, incluso refinamiento. El dibujo de las relaciones de clase alta y las notas sobre sus intereses, su falta de empatía y su, por supuesto, continuada amabilidad estaba muy trazada en aquella película en la que lograba una versión genuinamente erótica y profunda de un esquema que en la novela criminal había dominado Patricia Highsmith.
Lamentablemente, y lejos de versiones cómicas más amables de los últimos años, nada aquí es disfrutable, a excepción de la espléndida actuación de Blanchett, capaz de cubrir de belleza la cantidad de escritura perezosa que demuestra Allen en todos y cada uno de sus diálogos. ¿Por qué todos los hombres de Jasmine son bidimensionales y no demuestran tener reacciones palpables en el modo en que se relacionan de ella? Es una de las muchas preguntas que mejor dejar sin responder.
Hace muchísimos años, y con la excepción de su primera aventura londinense, que Allen no habla de un mundo real, cercano. Cuando uno vuelve a ver 'Manhattan' (id, 1979) o 'Hannah y sus hermanas' (Hannah and her sisters, 1986) hay una observación radiante y verosímil sobre las costumbres de la clase media-alta, de orígenes más o menos bohemios y de lazos artísticos, de la ciudad de Nueva York. En los últimos tiempos, sus películas han derivado a fantasías donde los artistas son siempre guapos, ricos y un poco atontados, viven en sitios fantásticos y hablan siempre con modelos a los que imita con escaso disimulo o mayor desidia. Lo contaba muy bien Eugenio Mira, por cierto.
No resulta extraño pues que las mejores películas de Allen al margen de su drama criminal, hayan sido fantasías. 'Melinda y Melinda' (Melinda and Melinda, 2004), 'Medianoche en París' (Midnight in Paris, 2011) o 'A roma con amor' (To rome with love, 2012) son, aunque asumidamente menores, películas llenas de encanto porque precisamente hablan de recuerdos, de fantasía, de especulaciones con la naturaleza de la historia.
Cuando tiene que hablar de personas comunes, de clase trabajadora o de clase alta, o del mundo contemporáneo, Allen tira del manual de clichés de una lectura adolescente de 'Un tranvía llamado deseo', sin entender los fundamentos de la obra ni hacer con ellos nada demasiado relevante o interesante más allá de reproducirlos de un modo espeso o diluido, de convenciones abusadísimas en cualquier telefilm de sobremesa y de una actriz muy bien acompañada por un reparto entregado, destacando el giro dramático de un Andrew Dice Clay sorprendente. Su talento para dirigir actores ha permanecido intacto desde el primer momento: su capacidad para crear una historia coherente y verosímil, no. Este cuento de hadas de mujer tocada podría haber sido un poderoso relato de las ansiedades en una era de crisis económica, pero se queda en una versión estándar y conformista de obras muchísimo mejores.
Eso sí que es una pérdida. Cuantiosa, además.
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