‘Blancanieves’ (2012), de Pablo Berger, está en boca de todos. Estrenada el viernes pasado, acababa de ser elegida para representar a España en los Oscar y el sábado se llevó una mención especial del jurado en el Festival de cine de San Sebastián. En la mente de muchos está la pregunta escéptica: ¿realmente es tan buena como dicen?
Son varios los elementos que echan atrás a espectadores de cine, digamos, normal a la hora de decidirse a verla: es una película muda, rodada en blanco y negro y, muy por encima de eso, habla de toreros, de cantantes flamencas y recrea un cuento de los hermanos Grimm a la española, con mantillas, carromatos de feria y una ambientación en la Sevilla de los años 20.
Negar que esto cree rechazo, además de ser falso y pedante, no ayudaría a mi argumento, ya que lo que quiero decir es que sí: todas esas cuestiones ponen mucho más difícil de lo habitual entrar en la película, dejarse llevar por la ficción, creerse lo que se está viendo… Y, sin embargo, pasados los minutos, se ha convertido en una de las películas que con más cercanía se han visto, que más emoción ha creado, que más poso han dejado finalizada su proyección. A cualquiera, no necesariamente a espectadores entrenados o pacientes. Lo que solo puede hablar de su inmensa calidad, de la cantidad de verdad que contienen sus escenas.
‘Blancanieves’ abarca muchos años: desde que la protagonista está en el vientre materno hasta su adolescencia. A lo largo de ese tiempo son varias las historias que se cuentan y, aunque la principal –aquella que atañe a una madrastra cuyo mayor anhelo es hacerse fotos divinas para las revistas– sigue subyacente hasta el último momento, hay tanto contenido aquí que se podrían extraer dos o tres largos muy densos. Y no por ello percibimos saltos de tono ni altibajos narrativos, sino que todo fluye según avanzan los lustros. Me quedaría, si hubiese de elegir, con la parte en la que la adulta y amnésica Blancanieves huye para encontrarse con los enanitos. Ese tramo es una gozada constante y su culminación, gracias a una estructura circular, supone una repetición de la faena que el padre probó en suerte obteniendo un destino fatídico.
Del auténtico cine mudo, Berger toma el expresionismo de los rostros, de las bocas en primerísimo primer plano viviendo la tragedia y la música encendida y apasionada, que compone Alfonso de Vilallonga como emulación a la que se interpretaba en las salas de proyección para acompañar a films silentes, aunque con el truco de contener muchos sonidos casi sincrónicos. El paralelo inicial, lleno de drama y nada comedido, antes que un homenaje parece un disfrute particular del director. Hasta aquí, el espectador todavía permanece dudoso ante lo que está viendo. La intensidad y la fidelidad a los registros de los inicios del cinematógrafo, más adelante, bajará, para que la historia resulte más inmediata a sensibilidades contemporáneas. A pesar del blanco y negro, la fotografía de Kiko de la Rica es actual, con grandes brillos y un subido contraste. La realización toma los inventos que durante el mudo eran más innovadores, como los travellings y las grúas.
Ya que la película lo tiene todo, en ella hay cabida hasta para el humor con respecto a sí misma. El carromato donde habitan los enanos, como si fuesen los monstruos de la parada (‘Freaks’, 1932) de Tod Browning, lleva la inscripción “Blancanieves y los 7 enanitos toreros”, cuando ellos son seis. El propio nombre de la joven surge de forma muy bromista y así con una serie de elementos más.
Actrices y actores
Maribel Verdú se convierte aquí en diva como una actriz clásica, no ya de los años del mundo, sino del melodrama hollywoodiense que seguro que ha cautivado a Berger desde la infancia. Con una dicción tan marcada que los intertítulos la mayoría de las veces se tornan innecesarios y se acaban percibiendo como parte del guiño al cine de entonces, su personaje es tan glamourosamente malo que cae bien, muy bien. Inma Cuesta se transforma en esa cantaora incluso en las apariciones fantasmales y su procedencia de la época parece inequívoca. Ángela Molina, como abuela, resulta más tierna y creíble que nunca. Macarena García, dulce, cercana, inocente, pero con personalidad, compone a una protagonista perfecta. Sofía Oria, la niña que interpreta el mismo papel, es rebelde, inteligente, también muy embaucadora.
Y los hombres, secundarios aquí como lo son en las películas de Almodóvar, aportan lo que resulta necesario: Daniel Giménez Cacho, Josep María Pou, Ramón Barea… Sin olvidar a dos de los enanitos: Sergio Dorado y Emilio Gavira, que cuentan con los personajes masculinos más influyentes en el devenir de Blancanieves.
Las odiosas comparaciones
‘Torremolinos 73’ (2003), film que también recomiendo a las tantísimas personas que lo dejaron pasar hace nueve años por motivos similares a los que aquí se encuentran: su aspecto exterior tal vez prometía un resultado casposo y que recordarse al destape a las películas de Alfredo Landa. Lo que hacía, de manera inteligente y elegante, era precisamente hablar de todo aquello, pero desde otro tono. No quiero decir que careciese de humor y de costumbrismo, pues hasta el ahora demasiado prodigado Fernando Tejero tuvo aquí un simpático debut. Película incomprendida e injustamente ignorada que espero que se recupere con motivo del buen camino por el que va a hora su director.
‘The Artist’, para que se entendiese a pesar del mudo, optaba por limitar la narración a un hilo mínimo, casi ridículo en cuanto a enjundia. Durante una gran parte de su metraje, permanecía anclada en un concepto que ya había planteado y que solo podía repetir. Por el contrario, la que nos ocupa no tiene problema en contar un relato rico y completo confiando un poco más en el entendimiento de su público. Si durante el mudo se contaban historias complicadas, ¿por qué es necesario simplificarlas ahora? Como propuesta, ‘Blancanieves’ es más valiente en todos los sentidos. Pero lejos de creer que la prexistencia de la francesa va a provocar un desmerecimiento de la española, creo o espero que lo que hará será allanar el terreno para que espectadores reticentes se despojen de sus reservas a la hora de verla. Para evitar suspicacias de otro tipo, ya se ha dejado claro que Berger tenía la idea y la estaba poniendo en marcha mucho antes de que surgiese la de Hazanavicius.
Conclusión
Concluyo recopilando lo que ya he mencionado: todo lo que nos lo ponía tan cuesta arriba para entrar literal y simbólicamente en la película no ha sido óbice para que salgamos del cine cargados de emoción, sorprendidos y vapuleados. Entre humor, tragedia, romance, épica… la película ha tenido de todo. Como he dicho en críticas anteriores: que los aspectos técnicos sean superiores, que se convierta en una virguería estética… todo eso me daría igual si la historia no me llegase, pero esa Blancanieves torera de los últimos minutos queda muy cerca de mi corazaón.
Otra crítica en Blogdecine: ‘Blancanieves’, genialidad atemporal
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