No son pocas las veces que una producción de corte extremadamente artístico (que cada cual lo interprete como quiera) consigue llamar la atención tras su paso por diversos festivales de cine, siendo ‘Blancanieves‘ (Pablo Berger, 2012) el caso más reciente, contando con el añadido de haber sido elegida para representar a España en los próximos Oscar.
El problema es que fiarse ciegamente de este tipo de alabanzas ajenas puede llevar a graves decepciones como la que tuve yo con ‘The Artist‘ (Michel Hazanavicius, 2011), a la cual se elevó a los altares como poco menos que la maravilla definitiva cuando, en mi opinión, no iba más allá de ser una buena película.
A ese miedo había que sumar en el caso que nos ocupa que este año ya nos habían llegado dos aproximaciones a este mítico cuento de hadas que popularizaron primero los hermanos Grimm y luego la producción animada de **Walt Disney**. Por desgracia, tanto ‘Blancanieves y la leyenda del cazador‘ (Snow White and the huntsman, Rupert Sanders, 2012) como ‘Blancanieves – Mirror Mirror -’ (Tarsem Singh, 2012) estuvieron lejos de ofrecernos algo por lo que merezca la pena intentar reivindicarlas. Entre eso y el parecido de la propuesta con la última ganadora del Oscar, ‘Blancanieves’ tenía muchas papeletas para acabar siendo otro chasco, pero ya os adelanto que no podía haber estado más equivocado.
La arriesgada apuesta de Pablo Berger
¿Hay a alguien a quien, al menos sobre el papel, le parezca una buena idea hacer una película española muda y en blanco y negro? A priori es un suicidio artístico que a muchos seguramente les costaría la continuidad de su carrera si se empeñaban en querer sacar adelante algo así, pero Pablo Berger, director de la apreciable ‘Torremolinos 73‘ (2003), no ha dudado en dedicar no pocos años de su vida en hacer realidad su máximo de intentar sorprender al espectador con todos sus trabajos. Y es que no es casualidad que haya tardado nueve años en estrenar su segundo largometraje. ¿Las características del mismo? Intentar emular el cine mudo europeo de los años 20 al mismo tiempo que dotar de unos rasgos muy españoles a una historia tan universal como la de Blancanieves. Y lo mejor de todo es que la cosa no queda un mero intento alabable, sino en una película maravillosa en la que prácticamente todo funciona como un perfecto mecanismo de relojería.
No quiero extenderme mucho más en las inevitables comparaciones con ‘The Artist’, donde los aspectos técnicos también brillaban con fuerza, pero creo que la gran diferencia está en el contenido. No voy a negar que amo el cine, pero lo que me contaba la cinta francesa me sonaba a ya muy visto, previsible y que dependía mucho de su brillantez técnica para tapar las carencias de su guión, lo cual provocaba que incluso pudiera llegar a resultar pesada para el espectador. Eso es algo que no pasa en ‘Blancanieves’, ya es cierto que mantienen ciertas constantes del cuento de hadas que todos conocemos, pero también se produce un giro sustancial, no sólo hacia remarcar su españolidad, sino para mejorar ciertos aspectos como la excesiva sosez que tenía la protagonista en todas las versiones que he visto (y sí, incluyo aquí al Clásico Disney), pues Berger, también guionista de la película, acierta de pleno al buscar una mayor empatía del público con ella. Quizá el exceso en tragedias durante su arranque resulta un poco forzado, pero luego consigue ir encadenando acontecimientos que logran que el espectador se ponga de su parte. Y todo ello manteniendo su inocencia habitual sin resultar en ningún momento cargante.
Ya he apuntado que ‘Blancanieves’ brilla con luz propia en los apartados técnicos, pero procede profundizar un poco más en ello. En la banda sonora ya queda clara la fusión cine mudo-españolidad (no se me ocurre ningún otro caso en el que esté tan justificado usar corridas de toros en la gran pantalla), ya que, por regla general, se tira de temas musicales que nos retrotraen directamente a esa época, pero ocasionalmente surgen canciones con letra que refuerzan la peculiaridad de la propuesta. El uso de las luces también es particularmente estimulante, en especial cuando toca echar mano de ciertas sombras para matizar, complementar o dar cierre a lo que vemos en pantalla. Por lo demás, un gran trabajo de reconstrucción histórica (los hechos se ambientan en los años entre 1910 y 1929) tanto en decorados como en vestuario, todo ello al servicio del notable trabajo tras las cámaras de un Berger que sabe cuándo procede ser más cómico, dramático o incluso rozar lo terrorífico. Bravo.
Nada falla en ‘Blancanieves’
Lo único que queda que podía echar por tierra la película era un reparto repleto de nombres conocidos con la excepción de la encargada de dar vida a la propia Blancanieves, ya que no soy seguidor de ninguna de las series de televisión en las que había aparecido con anterioridad a debutar en la gran pantalla con ‘Blancanieves’. Eso sí, no es casualidad que Maribel Verdú sea la gran estrella del cartel de la película, ya que su trabajo como la temible madrastra de la protagonista roza la perfección. Ya en su primera aparición consigue mostrar sus aviesas intenciones casi con su mera presencia, no teniendo problemas en hacer lo que sea para salirse con la suya. Y es que aquí lo que realmente odia de Blancanieves no es su belleza, algo meramente anecdótico (aunque hay un par de momentos en los que se le nota bastante los años a su personaje), sino la riqueza de su padre, sobre la cual no duda en saltar como un terrible depredador a las primeras de cambio.
Del resto de nombres populares, quizá sea Inma Cuesta la que sale peor parada, ya que es uno de los personajes clave en ese comienzo quizá un tanto excesivo, mientras que por el lado positivo me gustaría destacar la breve aparición como José María Pou, ya que es el que mejor sabe representar la tendencia al exceso de expresividad que se hacía gala en no pocas cintas del cine mudo. He de agradecer, eso sí, que sea algo que quede supeditado a él, ya que es uno de los puntos que más difícil me hacen disfrutar de según que producciones de estas características.
Pasando ya a la protagonista, quiero comentar primero el gran acierto de casting que ha sido contratar a la debutante Sofía Oria para dar vida a la Blancanieves niña, la cual sabe jugar con la simpatía e inocencia del personaje para que sea entonces cuando uno se encariñe con ella, algo que beneficia sobremanera a Macarena García cuando le toca entrar en escena. Y es que, en realidad, la Blancanieves adulta seguramente sea el personaje menos complicado de la función durante mucho rato, ya que primero ha de seguir la línea de Oria para luego hacer de despistada en sus peripecias con los peculiares enanitos (tan extravagantes como convincentes), pero llega un punto en el que ha de mostrar en pocos segundos un torrente de emociones, algo de lo que sale muy bien parada. Además, se agradece mucho que se prescinda completamente de la figura del príncipe, algo que con el tiempo se ha convertido en un lastre innecesario para las cintas de este tipo, y también que Berger cierre ‘Blancanieves’ de esa forma.
En definitiva, ‘Blancanieves’ es una grandísima película y una muy estimulante reinvención del cuento tradicional, contando además con un prodigioso acabado técnico que consigue emular las constantes del cine mudo sin por ello descuidar los gustos del público contemporáneo. Un pequeño milagro en blanco y negro en el que la guinda del pastel la pone un reparto que borda sus papeles, en especial Maribel Verdú como la madrastra de la protagoniza, la cual casi me atrevería a decir que hasta supera a la mítica villana de la versión Disney. Imprescindible.