Inicié mi relación con el cine de Rodrigo Cortés en un ya lejano 2010 en el que descubrí esa genialidad embotellada —o juguete de austero diseño— titulada 'Enterrado'; un fantástico ejercicio de suspense del espíritu más hitchcockiano que me descubrió a un realizador que ha sabido satisfacer mis necesidades tanto con su trabajo previo —sorprendente su debut 'Concursante'— como con su último largometraje hasta este año: la algo tramposa pero igualmente notable 'Luces rojas'.
Con estos tres filmes, Cortés demostró que el talento que se dejaba entrever en su etapa de cortometrajista no era un simple espejismo; revelándose como un narrador excepcional, preciso y con esa vis cerebral que siempre debería acompañar al instinto del creativo. Cualidades de las que prácticamente no queda ni rastro en 'Blackwood': una cinta de encargo en la que el genio del salmantino parece haber sido sepultado bajo las exigencias del departamento de producción.
Sería injusto no detenerse en las escasas, pero aún así existentes, virtudes que atesora 'Blackwood'. Una serie de elementos que la salvan de la quema y que están encabezados por su actualización en clave juvenil del relato de horror gótico de corte más clasicista; un atípico cóctel en el que puede entreverse el lado más intelectual de Cortés, quien explora los recovecos más oscuros —y, por qué no, sobrenaturales— de la creación artística.
Además de esto, y como era de esperar tratándose del cineasta que nos ocupa, el largo resulta particularmente solvente en lo que respecta a técnica y ejecución, haciendo gala de una planificación y puesta en escena controladas milimétricamente —incluso cuando se entrega a los jumpscares de saldo— que aprovechan el buen hacer del sector más joven de su reparto femenino en general, y de AnnaSophia Robb en particular.
Si hasta ahora todo son buenas palabras, ¿dónde radica pues, el gran problema que convierte a 'Blackwood' en una soberana decepción? Podríamos señalar a dos principales culpables de ello, comenzando por un guión firmado por Mike Goldbach que, además de no poder huir de un considerable número de clichés y lugares comunes, impregna el relato de un tono falto de consistencia y que termina virando del terror al meldorama más rancio en un tercer acto, cuanto menos, bochornoso.
La forma de tratar el conflicto interno que marca a la protagonista de la película y la casposa y ñoña forma de resolverlo puede resultar desconcertante si observamos 'Blackwood' de modo global; pero encontrar entre su listado de productores nada más y nada menos que a Stephenie Meyer —autora de la infame saga literaria 'Crepúsculo'— arroja algo de luz sobre una de las causas potenciales del sindiós tonal que dilapida lo nuevo de Rodrigo Cortés.
Lo que sí es más complicado de explicar es la interpretación de una Uma Thurman totalmente desbocada en su rol antagónico, con un acento francés impostado tan absurdo como la construcción de su personaje; aunque, para ser sinceros, este es un mal menor en una 'Blackwood' de la que sólo puede extraerse el deseo de que Rodrigo Cortés vuelva a rubricar trabajos más personales o, al menos, que no coarten su sobradamente manifiesto potencial.
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