Pocas cosas me gustan más en esta vida —y es triste que haya gente que lo diga con la boca pequeña— que entrar en el cine con la pantalla más grande y el sistema de sonido más ruidoso posible para entregarme a los incontables placeres que sólo puede ofrecer un blockbuster cargado de acción, one-liners y efectos visuales que me permita desconectar el cerebro durante un par de horas y disfrutar sin mayores complicaciones.
Por supuesto, muchos productos de este corte pueden flaquear en un buen número de aspectos —principalmente en los que atañen a profundidades discursivas y narrativas—, pero estos males pueden ser mitigados y fácilmente perdonados de estar el resto a la altura; siendo el único pecado capital la generación de indiferencia y la falta de estímulos. Sentarte en la butaca y abandonarla tras la proyección sin que se haya alterado tu estado emocional en un sólo instante.
Este es, precisamente, el efecto que ha tenido 'Black Adam' sobre mi cada vez más quisquilloso cerebro. Y es que esta enésima película de orígenes superheróicos —o más bien antiheróicos— no sólo repite los aparentemente insalvables errores de las cintas homólogas que la han precedido, sino que parece estar edificada sobre un pastiche sin personalidad que transforma su visionado en un déjà-vu que salva in extremis la encomiable entrega de un Dwayne Johnson volcado en su ansiado proyecto.
Más de lo mismo
Dicen que, en incontables ocasiones, las primeras impresiones y las tomas de contacto son las que marcan verdaderamente la diferencia, y en el caso de 'Black Adam', arrancar su abultado metraje de 125 minutos con la enésima —y eterna— secuencia de montaje con voz en off aportando trasfondo a la historia, invita a abordar el resto del filme con una predisposición inmensa a la pereza que no se disipa una vez arranca el tardío segundo acto.
El largometraje de Jaume Collet-Serra encuentra en la repetición su leitmotiv, construyendo su narrativa y estructura en torno a la réplica de fórmulas vistas una y mil veces. Una vez más, las tremendamente previsibles enemistades que se tornan alianzas forzadas frente a un enemigo común están a la orden del día, haciendo patente una rutina que se rompe eventualmente con alguna decisión interesante a la hora de dosificar y presentar ciertas informaciones al respetable.
Esto no impide que 'Black Adam' funcione como una suerte de refrito de ideas en el que nombres y licencias son lo único que lo diferencian de las obras de la competencia. Esto incluye a unos personajes descafeinados y moldeados a base de clichés que merman drásticamente la implicación emocional y cuyo batiburrillo de personalidades refleja un tono tremendamente inconsistente que transita entre lo severo, la comedia bufonesca, la épica solemne y una ligereza que termina predominando.
En lo que respecta a la forma, el genio habitual de Collet-Serra queda, para sorpresa de nadie, diluido entre la maquinaria del blockbuster de gran estudio, entre la acción inerte y carente de alma —aunque con un acabado general más que decente—, y entre un surtido de intérpretes sencillamente funcional en el que, para sorpresa de nadie, destaca un Pierce Brosnan impoluto como el Dr. Fate.
Es, en última instancia, el gigantesco carisma de Dwayne Johnson lo que salva la papeleta en una superproducción solvente —sin más—, carente de riesgo, y que ayuda a echar de menos a un Zack Snyder que, con sus filias y sus fobias, sabía impregnar sus adaptaciones comiqueras con una personalidad que parece no tener cabida en el subgénero más taquillero de los últimos tiempos.
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