La venganza es uno de los temas más abordados por el cine a lo largo de sus más de 100 años de existencia. Los motivos cambian según las necesidades de la historia, pero creo que pocos hay que susciten tanto debate como la pedofilia, y es que es cierto que el séptimo arte también nos ha mostrado el lado menos amable de los menores de edad con títulos como 'La profecía' ('Omen', Richard Donner, 1976), pero la indefensión de un niño sigue siendo algo con lo que cualquiera puede empatizar.
Hay que remontarse a la imprescindible 'M, el vampiro de Düsseldorf' ('M', Fritz Lang, 1931) para encontrar el primer título que jugó con la idea de un asesino de niños, aunque habría que esperar hasta su remake de 1951 dirigido por Joseph Losey para que el elemento sexual adquiriera una fuera notable. Desde entonces, infinidad de títulos han usado esa escalofriante premisa, pero no sido hasta la llegada de la interesante 'Big Bad Wolves' (Aharon Keshales y Navot Papushado, 2013) cuando una película ha decidido introducir un fuerte componente cómico en un relato de estas características.
Los habrá que crean que algo así suele puede dar forma a una frivolidad de muy mal gusto, pero 'Big Bad Wolves' ha conseguido varios premios, entre ellos el de mejor director en el último Festival de Sitges, y se ha cansado de recibir alabanzas a su paso, ya que Quentin Tarantino incluso llegó a decir que era la mejor película que había visto el año pasado. Ya os adelanto que ni siquiera hubiese entrado en mi top 10, pero sí que es una cinta mucho más estimulante de lo que esperaba.
Las peculiaridades de 'Big Bad Wolves'
No hace falta echar la mirada muy atrás para encontrarnos con 'Prisioneros' ('Prisoners', Denis Villeneuve, 2013), un título con multitud de puntos en común con la cinta que nos ocupa, algo anecdótico si tenemos en cuenta que el primer pase con público de 'Big Bad Wolves' fue anterior, pero la comparación entre ambas es pertinente al permitirnos ver qué es exactamente lo que puede ofrecernos esta producción israelí creada tras el impacto que causó en sus responsables el visionado de 'Encontré al diablo' ('Akmareul boatda', Kim Jee-woon, 2010), aunque haya quien habla hasta de casi plagio de '7 días' ('Les 7 jours du Talion', Daniel Grou, 2010).
Villeneuve optaba en 'Prisioneros' por contarnos un thriller de la forma más asfixiante posible, siendo clave para ello la creación de una atmósfera a caballo entre lo enfermizo y lo opresivo que te mantenía en tensión hasta la llegada de un desenlace un tanto decepcionante. Eso es algo que no interesa demasiado a Aharon Keshales y Navot Papushado en su segundo largometraje, ya que su prefiere introducir elementos del cine de Tarantino, el humor negro de los hermanos Coen de antaño, una pizca de crítica social hacia Israel y una dosis intermedia de los thrillers de un hombre vengando una atrocidad sufrida por algún miembro de su familia.
El resultado de tan improbable cóctel podría haber dado pie a una cinta en la que no hubiera espacio para la tensión, ya que equilibrarlo con la potente carga cómica de 'Big Bad Wolves' parecía misión imposible a priori. Por suerte para todos no ha sido así, ya que Keshales y Papushado saben jugar con los diferentes estados emocionales de los personajes y del relato para provocarnos risas más o menos incómodas poco antes de dar rienda suelta a la violencia, cambiando de tono de forma constante con una eficacia indiscutible e incluyendo efectivos giros de guión que nunca desentonan.
Lo peculiar de la premisa juega a su favor, ya que no es solamente una persona o varias con las mismas motivaciones, sino que el presunto psicópata pedófilo está siendo acechado por personajes con motivaciones muy diferentes, lo cual abre el camino a que el contraste entre ellas añada riqueza a la película. Y todo ello con una puesta en escena marcada por la sencillez -no confundir con simpleza, que demuestran su ingenio en determinados momentos como el uso de la cámara lenta durante las imágenes que acompañan a los créditos iniciales y una composición de planos mucho más trabajada de lo que podría parecer a simple vista-, pero sin miedo a alguno a ser secos y contundentes siempre que la ocasión lo requiera, todo ello sin caer en el regodeo por el regodeo.
Eso sí, primero plantean el escenario con gran precisión -excelente la escena en la que queda claro que hasta los niños creen que su profesor es el culpable de lo sucedido- y sin renunciar nunca a ese sugerente tono en el que tan pronto hay que recurrir a la crudeza para mostrarnos la aparición de una nueva víctima como para subrayar la absurda obsesión de Micki, convincente Lior Ashkenazi, por hacer que el sospechoso, magnífico Rotem Keinan sembrando la duda sobre si ha sido o no él, confiese sus presuntos crímenes.
He de reconocer que la música de las películas es algo que muchas veces me pasa desapercibido durante su visionado, pero no fue el caso de 'Big Bad Wolves', ya que además de matizar con acierto todas las escenas en las que era utilizada, añadía intensidad en no pocas ocasiones. Otra forma de Keshales y Papushado de desmarcarse de lo habitual en estos casos, ya que lo habitual en relatos así es que la música tenga una presencia ambiental o incluso prescindir de la banda sonora en la medida de lo posible.
En definitiva, 'Big Bad Wolves' es un afortunado thriller que sabe jugar con el humor negro sin que esto vaya en detrimento del impacto dramático del trágico caso que nos está contando. No es una mezcla ni mucho menos perfecta -tarda un poco en arrancar y su desenlace es un poco precipitado-, pero sí que acierta de lleno en el tono para dar un retorcido giro de tuerca a algo que en otras manos podría haber acabado dando pie a un completo desastre.
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