'Bienvenidos al fin del mundo' ('The World's End', Edgar Wright, 2013) supone la conclusión de la llamada trilogía de los tres sabores del Cornetto iniciada hace nueve años con 'Zombies Party' ('Shaun of the Dead', 2004) —parodia sobre el subgénero de zombies tan divertida como floja en su tercer acto—, y continuada por 'Arma fatal' ('Hot Fuzz', 2007) —parodia sobre las películas policíacas, más conseguida que la anterior a pesar de flojear también en el tercer acto—. Ahora el género parodiado es la ciencia-ficción en un año en el que parece ha vuelto a ponerse de moda en una buena parte de los blockbusters salidos de Hollywood. Wright y su equipo han respondido con fuerza desde la islas británicas marcándose una de las películas más entretenidas del año.
El guión ha sido escrito de nuevo por Wright y su inseparable Simon Pegg, cómo no, intérprete de la película al lado de su amigo Nick Frost. Para la ocasión se unen el cada vez más ascendente Martin Freeman, Paddy Considine y Eddie Marsan y juntos forman un quinteto inolvidable de personajes, perfectamente compenetrados, en una película que tiene muy mala leche en algunas de sus propuestas y consigue un envidiable equilibrio entre sus momentos puramente cómicos y varias set pieces llenas de acción y emoción, por no hablar de una invasión alienígena que no es otra cosa que una crítica a carcajada limpia a las redes sociales y lo influidos que nos podemos llegar a sentir por ellas.
(Frome here to the end, Spoilers) 'Bienvenidos al fin del mundo' da inicio en 1990 a modo de recordatorio por parte de Gary King (Pegg), el cabecilla de un grupo de amigos inseparables que en aquellos años sólo soñaban con beber y beber y realizar un particular sueño, recorrer la milla dorada, doce pubs en una especie de ritual que afianza amistades y borracheras. Han pasado veinte años y ese grupo de amigos han crecido, o mejor dicho, madurado. Cada uno tiene su vida, muy diferente de lo que tenían cuando eran jóvenes, a excepción de Gary King, que ha decidido volver a reunir a sus amigos para completar lo que no acabaron hace veinte años. Ese es el punto de partida de una película que en un principio es una comedia que habla sobre la amistad, el paso del tiempo y la (no)maduración del ser humano, para más tarde convertirse en un film de tintes apocalípticos sin dejar de hablar de los mismos temas.
Durante su primera media hora aproximadamente la película posee un tono amable, con sus puntos de locura, sobre todo en lo que respecta al personaje de King —un Simon Pegg quizá algo más excedido que de costumbre—, hasta que llega cierto punto de inflexión —una espectacular pelea en los baños de un pub y que pone en alerta a los protagonistas sobre lo que está pasando en su pueblo natal—, y el film pasa a ser una completa locura, eso sí, controlando todas y cada una de sus locuras. Es cierto que puede pecar un poco de reiterativa, de algún que otro subrayado, como si Wright estuviese enamorado de su material, pero hay mimo y se nota una gran diferencia con el Wright de hace años. Es como si el propio director hubiese madurado al presentarnos una película más adulta, con un equilibrio ético/estético más conseguido y en la que las referencias al propio género de la sci-fi no anulan la propia personalidad del film.
Que los villanos, por así llamarlos, de la función, sean unos robots sin individualidad y que al destrozarlos sangren una especie de líquido azul me hace pensar en las dos redes sociales más famosas que existen y cuyo color corporativo es precisamente el azul. ¿Hay una intención por parte de Wright de llamar la atención, aunque sea en clave de comedia, sobre lo demasiado dependientes que podemos llegar a ser de juguetitos como el Twitter? Si el cerebro pensante de esa invasión se hace llamar La red creo que dichas intenciones no pueden ser más claras. Vestirlo todo de invasión alienígena con ecos de una obra maestra de Don Siegel es la parte brillante del juego, la diversión pura y dura. Y que no decaiga, aunque al film se le puede reprochar de nuevo cierta bajada de ritmo en su tercer acto, arreglado afortunadamente con un epílogo glorioso.
Una de las pruebas de la madurez como cineasta por parte de Edgar Wright son las espectaculares secuencias de lucha, en las que incluso se marca varios planos secuencia, y en ellas jamás se confunde nada. Peleas maravillosamente coreografiadas que a su vez rinden homenaje al cine de acción y que de paso, dan la vuelta a la imagen típica del action man —las luchas con Nick Frost son un claro ejemplo— en un tipo de cine que parecía reservado a otro tipo de actores. Hablando de películas de acción, llama la atención que Wright ya haya echado mano de dos actores que han interpretado al más famoso agente secreto de la historia del cine. ¿Qué nos reservará este británico en su próxima película al respecto?
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