Qué rematada maravilla es poder sentarse frente a una película que transpira a partes iguales libertad y una sensación —real o falsa, qué más da— de que lo único que le importa es incomodar al patio de butacas; haciendo que una parte del mismo brame y se retuerza en su asiento arrollado por una sardónica rueda de la ofensa mientras que la otra profiera risotadas cómplices ante la falta de filtro, moral y vergüenza.
Pocos cineastas contemporáneos han logrado cumplir con este cometido mientras, al mismo tiempo, han dado forma a largometrajes de una gran calidad —con las necesarias excepciones, claro está—, como Paul Verhoeven. Lo hizo durante su magnífica etapa neerlandesa, lo reafirmó en su prolífico y corrosivo periplo norteamericano —eterna 'Showgirls'— y ha vuelto a consolidarse en su regreso al viejo continente con joyas como 'Elle'.
Con 'Benedetta', el de Ámsterdam ha demostrado a sus 82 años que continúa siendo el rey de la provocación, adaptando para la gran pantalla la novela 'Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Studies in the History of Sexuality)' en una catedral erigida sobre toneladas de blasfemia, erotismo, comedia negra como el carbón y esa mala leche —casi— siempre presente en su filmografía.
El maestro del exceso
A estas alturas de la película no resulta descabellado calificar a Paul Verhoeven como el maestro del exceso. A su ya de por sí electrizante —y peliagudo— legado, se acaba de sumar una 'Benedetta' que entiende de todo menos de contención, y que llega coronada por un tono que no hace prisioneros y que convierte sus 131 minutos de metraje en una experiencia irrepetible, turbia y arrolladora.
Sus más de dos horas de duración, tal vez algo excesivas si tenemos en cuenta los altibajos de ritmo que minan el último tramo del segundo acto, son poco menos que un museo de exabruptos profanos que no titubean ni a la hora de mostrar relaciones sexuales y cuerpos desnudos, ni al representar los horrores de la peste y los efectos de los estigmas sobre la carne en un festival de fluidos de todas las formas, texturas y colores.
Pero 'Benedetta' es mucho más que una colección de imágenes turbadoras, de tallas religiosas reconvertidas en dildos, de desbarres oníricos con cristos reconvertidos en héroes de acción medievales con aspecto de actor porno y de personajes convertidos en odas a la enajenación; trascendiendo al impacto superficial para lanzar una cínica mirada al misticismo, y a los juegos de poder y corrupción dentro del marco eclesiástico.
Aunque pueda quedar eclipsado por el alto índice de disparates por minuto, el filme encierra un buen hacer cinematográfico envidiable, con una puesta en escena precisa, una dirección de fotografía impoluta de Jeanne Lapoirie —desatada cuando abraza la abstracción apocalíptica— y unas interpretaciones que mantienen la tensión justa para no caer en el histrionismo; mención especial para Virginie Efira, Daphne Patakia, Lambert Wilson y Charlotte Rampling, todos espléndidos y tremendamente inmersos en el juego del director.
Es muy complicado encorsetar y describir una 'Benedetta' casi inclasificable. A medio camino entre el drama, el thriller psicosexual y el cachondeo definitivo de un Paul Verhoeven con más ganas de juerga que nunca, este ejercicio de estilo y de autoría hace difícil saber si la complicidad hacia él llega de la mano de su compendio de salvajadas socarronas o de la consciencia de que un largo de estas características continúe siendo clasificado como conflictivo y casi tabú en pleno 2021. Sea como fuere, qué bien sienta reírse a mandíbula batiente cuando las carcajadas llegan acompañadas de tan buen cine.
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