Hay ciertas ideas que parecen bastante malas sobre el papel. Sin embargo, no todos son de la misma opinión y en algunos casos acaban saliendo adelante, dejando espacio únicamente para la confirmación de nuestros miedos o para sorprendernos en mayor o menor medida. Por desgracia, lo primero es bastante más habitual, pero no por ello hay que perder la esperanza en que suceda lo segundo, incluso cuando todo apunta a un histórico desastre.
No tengo problemas en reconocer que el interés que sentía hacia ‘Ben-Hur’ era, en el mejor de los casos, reducido. Lo que habíamos podido ver sobre ella en los avances invitaba a salir corriendo y las críticas hacia esta nueva versión de la novela de Lew Wallace no habían sido precisamente positivas. Todo estaba en su contra y no seré yo el que la reivindique cuando no creo que lo merezca, pero eso tampoco quiere decir que sea una horrible pérdida de tiempo.
El ritmo por encima de la emoción
Al contar ya con varias adaptaciones cinematográficas, el gran reto al que se enfrentaba ‘Ben-Hur’ era a justificar su existencia con algo que le permitiera destacar y encontrar su voz propia. Aquí la gran apuesta del guion de Keith R. Clarke y John Ridley es potenciar un ritmo vivo por encima de todo en el que la historia esté progresando en todo momento. No me cabe duda de que su gran objetivo es potenciar al máximo una visión de la historia desde el puro entretenimiento.
Así se consigue un metraje mucho más ajustado, pero también caer en una superficialidad que resulta decisiva para el hundimiento de la película, ya que todo ello deriva en un problema de tono fundamental. Por un lado se nos intenta vender la intensidad emocional de la historia, cuyo alcance ya conocíamos, pero por otro se nos niega un mínimo de pausa para conseguir llegar a transmitirla al espectador. Aquí no se para por nada ni nadie y esa apuesta acaba resultando perdedora.
Lo realmente extraño es que ‘Ben-Hur’ nunca termine de abrazar un enfoque más ligero que quitase trascendencia a la historia que cuenta. Algunos quizá verían en ello poco menos que una blasfemia, pero yo creo que era el paso esencial para que pudiera haber funcionado. Lo que nos queda es un poco lo peor de dos mundos, algo que en ocasiones puntuales se compensa ligeramente a través de la actuación de sus protagonistas, pero en su mayoría acaban siendo un esfuerzo inútil.
Lo que sí creo es que el margen que le quedaba al temible Timur Bekmambetov para sacar jugo al material que tenía entre manos era bastante escaso, por lo que al menos se aprovecha de un generoso trabajo de producción para que ‘Ben-Hur’ luzca bien en el plano visual, alcanzando, como era de esperar, su punto álgido durante la carrera de cuádrigas. Cierto que algo se notan los retoques digitales, pero al menos ahí sí que conservan la fuerza del momento y su enfoque algo más moderno impide que sea poco más que una reproducción.
’Ben-Hur’ no merece la pena
Es verdad que la energía que desprende esa escena puede no ser del gusto de todos, pero al menos es algo que está presente en lugar de ir saltando de escena en escena de una forma un tanto apresurada y sin mostrar la capacidad de dotar de una profundidad que ya sabemos que tiene el relato que se nos cuenta. Queda en manos de la memoria del espectador rellenar esa laguna emocional que primero da pie a que nos importe poco lo que suceda y luego nos lleva directamente al aburrimiento.
Tampoco ayuda demasiado que eso de pie a que algunas situaciones y diálogos resulten literalmente ridículos sin que hay ningún tipo de intencionalidad en esa dirección. Con todo, Bekmambetov consigue que ‘Ben-Hur’ nunca llegue a hundirse por completo, ya que es cierto que no parecía el más indicado para ocuparse de esta cinta, pero su trabajo está lejos de ser lo peor de la función. Sí que hay torpezas aquí y allá, pero en líneas generales resuelve con dignidad el envite y hasta muestra alguna idea interesante en lo visual como en la batalla naval.
Por último, ya he comentado que el esfuerzo de los actores ayuda a que ciertas escenas funcionen mejor y casi adquieran esa dimensión emocional que tanto necesita ‘Ben-Hur’. Ahí Jack Huston es el que sale mejor parado compensando las flaquezas que sufre su personaje por ese ritmo más acelerado, mientras que Toby Kebbell es el que más sufre por los flojos vaivenes de Mesalla. Eso sí, la química entre ellos es bastante escasa y eso daña de forma irremediable al conflicto central.
En el resto de personajes casi mejor ni entrar, pues van desde poco más que simples comparsas hasta el paupérrimo acercamiento a la figura de Jesucristo, que ya fue también lo que menos me convenció en la versión de William Wyler, pero que aquí resulta tan evidente y vacío que casi acabó molestándome más que la alarmante mediocridad de la trama central -y que encima se resuelve de forma ridícula-. El pobre Rodrigo Santoro bastante tiene con intentar dotar de cierta credibilidad a su Jesús.
En definitiva, ‘Ben-Hur’ es un remake que al menos intenta ofrecer un acercamiento diferente a la historia, pero fracasa de forma notable en su intento de unir una ligereza más o menos colindante con el blockbuster moderno -a veces parece que todo esté pensado para poco más que dar pie al gran momento culminante- con la fuerza emocional de la historia. Por suerte, no llega al desastre absoluto que muchos temíamos, aunque tampoco consigue redimirse lo suficiente como para ir más allá del deficiente.
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