“Puedo contarte…la vida de la mente. No hay mapa de carreteras en ese territorio…y explorarlo puede ser muy doloroso.”- Barton (John Turturro)
A pocos días de estrenarse la película número quince de los hermanos Coen, la esperada ‘Valor de ley’ (‘True Grit’, 2010), que ojalá nos devuelva la mejor versión (la más fresca, la más emocionante) de estos cineastas, merece la pena revisar un poco su mejor etapa, que para mí sin duda fue la primera, hasta finales de los años noventa. Después de esa década los Coen iniciaron un declive en mi opinión incontestable. Un declive que nada tiene que ver con su pericia técnica, pues poco tienen que aprender ya estos directores, o con su capacidad de trabajo, pues han mantenido una fluidez de títulos envidiable para otros realizadores. Tampoco tiene que ver con su libertad creativa, pues siempre han hecho las películas que les han venido en gana. Pero la originalidad, la insolencia, la belleza de sus primeros filmes parece haberse extinguido, en favor de una puesta en escena brillante pero mecánica, ingeniosa pero hueca, sin alma.
Durante la redacción del guión de ‘Muerte entre las flores’ (‘Miller’s Crossing’, 1990) los Coen sufrieron lo que se conoce como “bloqueo del escritor”. Durante ese bloqueo, abandonaron ese guión, y comenzaron con otra historia, precisamente la de un escritor incapaz de escribir. Una historia que finalizaron rápidamente y que les ayudó a superar su propio bloqueo. Terminada aquella película, se pusieron manos a la obra con el nuevo proyecto, sin imaginar, quizá, que se convertiría en una de sus películas más crípticas y más notables, y que les consagraría definitivamente en Cannes. Se trata de una obra mayor, de madurez total. Una propuesta radical, sin la menor concesión al espectador, que profundiza en cuestiones tales como la creación artística y los sinuosos tormentos de la mente, y lo hace con singular lucidez, a través de algunas de las imágenes más hipnóticas y fascinantes de toda la carrera de los famosos hermanos.
La peripecia profundamente psicológica y anímica de Barton, un dramaturgo que acaba de conocer el éxito de público y crítica con su última pieza teatral, roza en muchos momentos lo absurdo e incluso lo surrealista. Cuando se estrenó en Estados Unidos, además de recibir terribles críticas, fue acusada de antisemita, algo totalmente absurdo si consideramos la ascendencia cultural de los Coen, y de “venganza” personal de los Coen contra Hollywood, algo todavía más absurdo porque los Coen jamás habían trabajado en Hollywood, ni habían levantado proyectos caros, ni habían tenido el más mínimo problema en ese sentido. Este era un relato sobre el proceso creativo de escritura, y más al fondo, sobre la relación del artista y su público, con ramificaciones apasionantes acerca de la fragilidad de la mente cuando se enfrenta a una serie de deseos y fantasías no consumadas. Ver en esto una venganza o un antisemitismo es bastante sorprendente. La extraña comedia negra que es a veces ‘Barton Fink’, no disimula, ni quiere, su condición de espeluznante radiografía de la mente humana, y hasta de la condición monstruosa del hombre.
Vomitar literatura
Poco importa que hablemos de un guionista en Hollywood, o de un dramaturgo. En el largo e irregular proceso de escritura de un guión de encargo sentiremos, como pocas veces en una pantalla de cine, que un escritor lo de todo en un texto, vomitando su alma en cada palabra. No deja de tener una coña salvaje que el productor de cine, un sosias cruel y grotesco de Louis B. Mayer, encargue el guión de una película de lucha libre de Wallace Beery a un escritor que ha triunfado con una obra sobre el proletariado. Pero la película está trufada de una ironía y de un sentido del humor feroces, que sólo dan un poco de respiro a los dos personajes protagonistas: Barton Fink y su vecino de hotel, el inconcebible Charlie Meadows, que es algo así como su opuesto vital, pero con el que sentirá una turbada conexión, con ecos de homosexualidad reprimida, de relación paternal y hasta de artista ególatra con su público ignorante. Y en esa dinámica entre los dos grandes actores que siempre han sido John Turturro y John Goodman está lo más hermoso y lo más turbador de la película.
Tiene todo el sentido que ‘Barton Fink’ ganase la Palma de Oro en 1991 en Cannes (así como el premio a la puesta en escena y al mejor actor, siendo la primera película en la historia que se alza con los tres), pues el presidente del jurado era Roman Polanski, y le agradaría sobremanera una historia que tiene mucho de polanskiana, sobre todo en el concepto del hotel como puerta a la locura y al infierno, y que está moteada de detalles casi robados a David Lynch, entre los que el peinado afro de Fink tan parecido al protagonista de ‘Cabeza borradora’ (‘Eraserhead’, 1976) no es más que un guiño referencial. Y si el hotel es un personaje e incluso un estado anímico, también lo es la propia California y más concretamente Hollywood. Una especie de pesadilla a la luz del día, de un calor agobiante y una atmósfera enrarecida, en la que el sensible y retraído Fink no consigue encontrarse a gusto. No es de extrañar tampoco que fuera nominada al Oscar a mejor dirección artística, además del vestuario y del actor secundario Michael Lerner, que borda al histérico productor Jack (Louis B. Mayer) Lipnick.
En ese ambiente (decía Tarkovski que un creador nunca crea en un ambiente ideal) Fink se encontrará de bruces con el pánico a la hoja en blanco, un bloqueo del que sólo saldrá tras un acontecimiento espeluznante que no desvelaremos, y que le hará tocar fondo de una maldita vez. Ahí, en el pozo anímico más absoluto, Fink por fin se pondrá a escribir como un loco, sin parar, durante muchos días, recuperando la fe y haciendo crecer un ego que, según él, no debería figurar en la personalidad de ningún escritor. Antes, claro, ha conocido a W. P. Mayhew (el gran John Mahoney), que es otro sosias cruel de otra figura real, en este caso el legendario novelista William Faulkner, al que los Coen, con una mala leche desconocida en sus películas más recientes, dejan de borracho y de farsante para arriba, en una de las mejores secuencias de la película. De la envidia inicial de Fink hacia Mayhew/Faulkner, de su atracción hacia su ayudante (una estupenda Judy Davis), de su culpabilidad homosexual, de su frustración como escritor, de su posterior desprecio hacia Mayhew, los Coen deducen una aventura psicológica de gran calado poético.
Conclusión y escena preferida
Rara y extrema película, también valiente e impredecible. Unos Coen que poco o nada tienen que ver con los de ahora, mucho más mecánicos y que parecen haber dejado el piloto automático puesto. Barroca y violentísima, ‘Barton Fink’ posee una escena que a mí siempre me ha hipnotizado y que, de alguna manera, atrapa la retina del espectador y le explica muchas cosas del mundo interior de Fink. Más que una secuencia, es una serie de imágenes, con la chica de la playa, la enorme roca contra la que golpean las olas, la caja de misterioso contenido (cada cual pondrá dentro lo que le apetezca), la figura encogida y torturada del escritor, que por unos momentos puede saborear cierta paz, en el caso de que sea una imagen real. Porque algo nos hace sospechar que es producto de su imaginación.
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