Puede que sea el poder que transmite el interpretar las líneas de diálogo cantadas, el hecho de sustituir el bloqueo y la puesta en escena tradicionales por coreografías espectaculares o el contar con una narrativa propia y repleta de peculiaridades, pero el género musical, de un modo u otro, logra potenciar la emoción hasta el extremo en cualquier tipo de historia; ya sea una gran épica ambientada en la Revolución francesa, el pequeño drama personal de una camarera, o las aventuras y desventuras de un par de mormones perdidos en medio de África.
Personalmente, no necesito estrujar demasiado el cerebro para caer en la cuenta de que algunas de las experiencias más intensas que he vivido en una sala de cine durante los últimos años han llegado de la mano de musicales que han conseguido cautivarme y hacerme llorar con una facilidad asombrosa únicamente con sus números de apertura; concretamente, de 'Los miserables' y 'La La Land'.
Hoy, esta tendencia se ha convertido en lo que parece una constante después de haber caído totalmente rendido frente a los inmensos placeres de ‘En un barrio de Nueva York’; una auténtica delicia audiovisual con la que Jon M. Chu traslada del escenario a la pantalla el primer gran éxito de Lin-Manuel Miranda capturando todo su encanto, emotividad y ritmo arrollador. Una pequeña joya que llega al corazón, y que lleva un paso más allá el concepto de feel good movie.
Igualando lo inigualable
Hay que admitir que era muy, muy complicado que Chu, la guionista Quiara Alegria Hudes y el resto del equipo responsable de ‘En un barrio de Nueva York’ errasen el tiro al adaptar una pieza tan redonda como el ‘In The Heights’ original, que debutó en Broadway en 2008 cosechando cuatro merecidísimos Premios Tony tras apuntar maneras en la escena Off-Broadway.
De cara a su salto al medio cinematográfico, la obra ha sufrido un notable lavado de cara. Además de actualizar pequeños detalles como referencias a la cultura popular —decimos adiós a Donald Trump para señalar a Tiger Woods como compañero de golf ideal—, el libreto juega con las subtramas y los puntos claves de la estructura dramática; cambiando visiblemente algunos pasajes para hacer más efectiva la narrativa y, al mismo tiempo, para apelar a los espectadores familiarizados con los devenires de Usnavi y compañía.
Con tan sólo sus ocho minutos iniciales, que condensan un magnífico número de apertura que nos sumerge en el barrio neoyorquino de Washington Heights mientras nos presenta a sus habitantes, la película ya consigue embriagarte con su única combinación de hip-hop, salsa y ritmos latinos, y con una factura audiovisual impecable que emite un vigor y una energía arrolladores; algo constante tanto en las secuencias más ambiciosas como ’96.000’ o ‘Blackout’, como en las más íntimas y sensibles —sobrecogedora ‘Paciencia y Fe’—.
Pero ‘En un barrio de Nueva York’ no sólo estimula tímpanos y retinas; también se abre paso hasta el corazón a través de unos personajes entrañables, que transpiran autenticidad y con los que es sencillo entablar una conexión sorprendentemente sólida. Y es que, después de todo, al igual que el brillante Usnavi de Anthony Ramos y el resto de habitantes de Washington Heights, todos tenemos nuestro “sueñito” particular y sobrevivimos al día a día como buenamente podemos entre suspiros y anhelos.
Si a todo esto sumamos sus acertadas lecturas sociopolíticas sobre la identidad, la inmigración, la gentrificación, la conciencia de clase y la raza; una impecable representación de la diversa comunidad latina, y un retrato de esa Gran Manzana menos conocida que es tratada como un protagonista más, lo único que queda es quitarse el sombrero ante el que, sin duda, es uno de los mejores largometrajes que vamos a disfrutar este 2021.
Con ‘En un barrio de Nueva York’ he llorado a lágrima viva, he reído, me he emocionado, me he roto el cuello siguiendo sus beats hiphoperos y me he enamorado de todos y cada uno de sus personajes. Un cúmulo impagable de sensaciones a flor de piel concentradas en dos imprescindibles y fugaces horas y media que, por arte de magia —la del musical—, hacen olvidar por completo la horrible realidad que lleva asfixiándonos desde hace ya demasiado tiempo.
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