El cine, salvo que se esté maniatado por las a menudo intransigentes bridas de un estudio, suele ser un medio de expresión artística sinónimo de libertad creativa. Por supuesto, no hay normas escritas que deban seguirse a rajatabla, pero si hay un género que facilita a los autores soltarse la melena y entregarse a los experimentos más disparatados a nivel formal y argumental, ese es el terror.
No obstante, incluso con las facilidades inherentes a este tipo de producciones, sorprender al público más curtido en la materia suele ser una tarea tremendamente complicada. Más de un siglo después del nacimiento del horror cinematográfico, parece que ya no quede espacio para innovar los códigos, explorados y retorcidos hasta la saciedad, que cimientan estos relatos.
Pero esto, cuando los astros y el talento se alinean, no tiene por qué suponer un impedimento para estimular como merece a un respetable curado de espanto, y la última muestra de ello es 'Barbarian'; una divertidísima y enervante propuesta que replica y reconstruye recursos sobradamente familiares con la suficiente inteligencia como para dar forma a una de las grandes cintas de terror que van a pasar por nuestras sufridas retinas este 2022.
Más vale bueno conocido...
Aunque los primeros compases de 'Barbarian' circulen por terrenos aparentemente conocidos, la toma de contacto con el largometraje de Zach Cregger transmite la sensación de estar ante algo especial. La magnífica dinámica entre Georgina Campbell y Bill Skarsgård —ambos fantásticos—, la escritura de sus diálogos y personajes, la depuradísima puesta en escena, la fotografía de Zach Kuperstein... todo se une para impulsar progresivamente una premisa, a priori, tan sencilla como trillada.
Pero lo que bien podría haberse tornado en el eterno déjà-vu con una estancia en Airbnb que sale rana comienza a tornarse en una pesadilla que encuentra su mayor aliado en la imprevisibilidad. Como si fuese un reflejo del enrevesado escenario en el que se ambienta, la película comienza a abrir puertas inesperadas y a encadenar giros imposibles —que no innovadores, sujetándote firmemente antes incluso de que termine su primer acto para no soltarte hasta que los créditos finales circulan en pantalla.
De este modo, 'Barbarian' no deja de evolucionar en ningún momento gracias a un libreto preciso y calculado al milímetro —con sus necesarias licencias que no ponen en peligro la suspensión de la incredulidad— que pone patas arriba las expectativas del espectador —nuevamente, sin innovar— al tomar casi al pie de la letra la máxima que señala el mid point de un guión como un elemento transformador de la historia y al empapar el metraje con un tinte de humor negro azabache.
Puede que, entre piruetas narrativas que se aterrizan de pie y jugueteos estructurales potencialmente propensos al desastre, lo que haga que este terrorífico entretenimiento despierte tanta simpatía sea la manera en que gestiona sus aspiraciones a la hora de desmarcarse de sus homólogas recientes sin ningún tipo de ínfulas ni pedanterías. 'Barbarian' es muy consciente de su verdadera naturaleza y, como tal, se las apaña para combinar inteligencia y riesgo sin renunciar a la diversión más pura, desenfadada y salvaje.
He de confesar que llevaba mucho, pero que mucho tiempo sin disfrutar ni pasarlo tan bien con una película de terror. Sus protagonistas —y antagonistas—, su notable factura técnica y formal y su impecable construcción y administración de la tensión y la atmósfera son virtudes incontestables, pero quedan ensombrecidas por su capacidad para jugar contigo durante 110 minutos imprescindibles para todo aquél que quiera pasar un muy buen mal rato mientras se sorprende transitando por aguas navegadas con anterioridad.
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