En otras manos, 'La ballena' podría haber sido un desastre sin paliativos. Si cualquier pieza de la gigantesca torre de Jenga emocional que ha montado Darren Aronofsky hubiese caído al suelo, todo se hubiera desmoronado. Pero, de alguna manera, todo encaja de inicio a fin, cada una de las decisiones que se toman van a favor del resultado final y cuando la historia termina de desenrollarse del todo, no puedes evitar sentir mas que una profunda compasión por uno de los personajes más complejos y dramáticos del cine de este año.
De emociones va llena
Durante las casi dos horas de duración de 'La ballena' asistimos a la disección de una vida a lo largo de una semana. El mundo de la película funciona como reflejo de sí mismo: empieza de la forma más terrenal posible, con una masturbación sucia que casi provoca la muerte, y acaba en el terreno de las ideas, con un análisis literario que puede salvar una vida. Y, por el camino, nadie tiene prisa porque el espectador entienda el viaje de Charlie porque ni siquiera formamos parte de él: cuando entramos a ese lunes, el barco ha llegado a su destino hace mucho tiempo y nuestra labor es contextualizar los restos del naufragio.
No quiero engañar a nadie: lo nuevo de Darren Aronofsky se revuelca en la miseria, pero lejos de ser una sucesión de eventos cuanto más dramáticos mejor y de abrumar al espectador con llantos y lloreras, la película se mantiene estoica, como si fuera el epílogo de una vida en el que lo de menos es la excusa de la obesidad. 'La ballena' es el retrato de un personaje sin motivos para vivir que deshilacha y despieza sus fracasos aceptando y anhelando el final de su sufrimiento.
Y lo que podría ser un vía crucis para el espectador se convierte en un festival de empatía gracias a dos matices. El primero, la fabulosa sutileza de un guion que decide no dar toda la información de golpe, sino irla soltando a lo largo del metraje, guardándose el puñetazo emocional más potente y eficaz para el final. Su protagonista es tierno, educado y sensible, pero, como cualquier persona, cae en contradicciones, es complejo y su personalidad nunca se revela en una sola frase para la historia. Es trabajo del espectador descubrir quién es Charlie entre capas de autoodio, aceptación, depresión, amistad, familia, recuerdos y dolor. Y no sería posible sin el segundo gran matiz de la cinta: Brendan Fraser.
El retorno del rey
No se me ocurre ninguna cara que no sea la de Brendan Fraser para interpretar a Charlie. Su mirada eternamente melancólica, sus muecas que no pueden esconder el dolor causado a lo largo de los años, su actitud tierna y humilde... El de 'La ballena' es un papel que nació para interpretar. Sí, es verdad, tiene un traje de gordo, pero lo que el público que no ha visto la película no comprende es que la obesidad es lo de menos: lo que realmente hace a Charlie es lo que consigue transmitir con sus vivencias, sus ojos y sus recuerdos rotos.
El papel es un auténtico regalo para Brendan Fraser, que en su retorno por la puerta grande lo ha dado todo para hacer de este un personaje memorable. Lo consigue, y de qué manera: no es posible dejar la sala de 'La ballena' sin irse tocado al menos durante un momento. Desprovista de cinismo e ironía, la película de Aronofsky es al mismo tiempo esperanzadora y descorazonadora, mostrando que, por pequeño que sea, todos dejamos un legado atrás. Aunque no creamos merecerlo o no sepamos verlo, siempre va a haber gente apoyándonos y queriéndonos. Siempre habrá una esperanza que nos mantenga vivos.
El agobio estilístico y la supuesta teatralidad de 'La ballena' juegan también a su favor: toda la trama sucede en un mismo escenario que apenas se rompe en un par de flashbacks oníricos, pero no podría ser de otra manera. La casa de Charlie sirve como limbo por el que desfilan, uno a uno, los esquejes de su vida, los recuerdos de todo aquello por lo que ha pasado y que configuran, de una manera más o menos abstracta, un puzzle vital desgarrador.
Abro hilo
No, 'La ballena' no "va" de la obesidad. A la película no le interesa montar un discurso al respecto, más allá de dejar claro que llegar a los niveles del protagonista es (obviamente) insano. Lo que el director hace es utilizar la enfermedad del personaje como un tapete sobre el que montar el puzzle de su vida, más como excusa que como motivo. Si estabas esperando un discurso moralizador sobre los trastornos de la conducta alimentaria, a Aronofsky le da absolutamente igual: dinamita tus expectativas, te guste o no te guste.
Y eso no siempre es perfecto: la película, queriendo buscar la emoción a toda costa, cae en lo grotesco y lo insalvable en ocasiones. De hecho es este regocije continuo en la miseria el que puede llevar al hartazgo por parte de un sector del público, algo que, por mucho que yo la haya disfrutado, encuentro absolutamente comprensible. Además, algunos de los personajes secundarios, en su intento de servir como reverso de Charlie, no funcionan a pesar de que se comprenda su simbolismo en la trama. El ritmo de la cinta a veces se para por completo, y todas las secuencias en las que Fraser no aparece pierden rápidamente el interés: 'La ballena' necesita que su protagonista esté en cámara todo el rato, y eso no habla a favor de la solidez del resto del reparto.
'La ballena' va a causar polémica, tanto por gente que la ha visto como por gente que no. No faltará quien diga que "romantiza los TCA" y quien aconseje rutinas para adelgazar: ninguno de los dos habrá entendido en absoluto de qué trata. Y en un mundo del cine en el que es fácil quedarse en la superficie, Aronofsky intenta tergiversar las normas y tratar de que nos olvidemos en cinco minutos del traje de gordo y del discurso que no tiene interés en mostrar, centrándonos en el viaje emocional más impactante de los últimos meses interpretado por el hombre de la mirada más triste, cautivadora y comprensiva que podamos ver en una pantalla grande. El cinismo extra depende solo de ti como espectador.
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