'Bad Luck Banging or Loony Porn': cuando un vídeo porno casero se convierte en la excusa perfecta para poner en evidencia a (casi) todo un país

'Bad Luck Banging or Loony Porn': cuando un vídeo porno casero se convierte en la excusa perfecta para poner en evidencia a (casi) todo un país

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'Bad Luck Banging or Loony Porn': cuando un vídeo porno casero se convierte en la excusa perfecta para poner en evidencia a (casi) todo un país

'Bad Luck Banging or Loony Porn', la premiada última obra del cineasta rumano Radu Jude, que ya ganó el Oso de Plata de la competición berlinesa por 'Aferim!' (2015), es en realidad no una sino tres películas. Mejor: tres, más un bonus track, una cinta porno casera que nos presenta, encuera integral, a la que será el "hilo conductor", por llamarlo de alguna forma, del resto de trama. Se trata de Emi, profesora de Historia en un prestigioso instituto.

El vídeo que grabó ha acabado inexplicablemente subido a PornHub y, con ello, la obscenidad ha penetrado –entiéndaseme– la Academia. Suenan las alarmas ante una sociedad moralmente arraigada en principios religiosos tácitos e incuestionados.

Tres películas en una

La primera toma forma del recorrido de Emi (Katia Pascariu) por las calles de Bucarest, de camino a explicar su situación a la directora del centro, en vistas a una reunión acerca de susodicho material. Teléfono en mano y grito al cielo, la mujer será una más del paisaje humano que circula entre una multitud chillona de aparadores, cartelería cutre y muestras gratis.

Personas con la mascarilla arremangada, transeúntes a cara descubierta (no se apuren si al verles experimentan un leve vahído) y, sorprendentemente, muchísima gente disfrazada. El paisaje tomará las riendas de una cadena de situaciones en las que Emi será protagonista de forma solamente accidental: en numerosas ocasiones la cámara la dejará marchar para centrarse, en cambio, en algún detalle del entorno o, simplemente, para contemplar el fluir imparable de la turba humana en la capital.

Es incluso más habitual que entonces, en el deambular de la cámara, surja el conflicto, desde el intercambio de reproches hasta la violencia física. Viendo la película de Jude es fácil caer en dos certezas: una, que las indulgencias del capitalismo han acabado con la racionalidad del homo sapiens y, segunda, que la humanidad tenderá siempre a la entropía y finalmente al odio.

Este particular retrato-denuncia del mal estado del tejido social rumano termina, cómo no, con un lento barrido por la fachada del Cinematograful Bucaresti, sala de cine dedicada a obras de autor. La cámara se detiene unos instantes en las estatuas de piedra que coronan el edificio: ¿podría ser el séptimo arte la última Institución a resistir los embates de caos de la sociedad contemporánea?

El cine, especula Radu Jude, es como aquel escudo pulido de Atenea que, según la mitología griega, nos permitía acabar con Medusa sin caer bajo el embrujo de su mirada. El cineasta propone a la expresión fílmica como la única forma de observar el horror, allende moralidades obtusas y opacas. Una forma de dilucidar, si se quiere, la naturaleza (nunca el sentido) del caos que ante nuestros ojos se presenta.

Bad Luck Banging Or Loony

Así pues, la segunda parte del tríptico de 'Bad Luck Banging or Loony Porn' viene bajo la estructura de un diccionario. Un recopilatorio de aforismos que recordarán a las verdades de Walter Benjamin, o al espejo juguetón que encontraron en la obra de David Shields, 'Hambre de realidad', por su mordacidad provocadora y por su falta real de músculo. Aquello de que perro ladrador...

Jude propone la ligereza petulante de la boutade como lente para identificar los nudos que gangrenan el ordenamiento social de la Rumanía contemporánea. Pero, ni el estatus de pensador-en-imágenes que él mismo se forja lo libra del azote de sus propias conclusiones.

'Bad Luck Banging or Loony Porn': la tara en el crimen perfecto de Radu Jude

En la última parte de este tríptico fílmico (definitivamente, la más prescindible), el cineasta pone en escena la reunión con padres y claustro que Emi venía preparando en el primer acto: se trata de un juicio totalmente kafkiano, en que asistirán los personajes-tipo más característicos, a ojos de Jude, del horizonte social rumano. Un cura, un militar, un intelectual de izquierdas, señoras de implacable y ética dudosa, integrantes de minorías variadas... Mano firme y pensamiento débil, conforman todes elles, sin excepción alguna, un coro de griterío indirimible. El director y guionista remata –y se ensaña– en el bombardeo indiscriminado hacia todo ser que crea en algo.

Volvamos a la reveladora primera parte. El cineasta selecciona, recorta y orquesta una auténtica opereta del caos. La violencia se pone en escena en un abanico increíblemente amplio de formas y colores, en un aparador de confrontaciones tupido y cambiante.

De los ejemplos que lo pueblan, Jude extrae todas sus conclusiones camorristas. Sin embargo, hay algo en esta gran exhibición que la mano del cineasta no puede controlar, un aspecto que ni él ni nadie puede dominar por completo y que resulta fundamental para encarar la validez de la denuncia política de la película. Permanezcan conmigo.

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Radu Jude prepara un rico amalgama de situaciones conflictivas y las presenta de mil formas diferentes, desde el enfrentamiento físico o verbal en primer plano hasta el gruñido de animales peleándose fuera de campo. Sus tipos son riquísimos, darían una impresión holística de lo que puede ser aquello que entendemos como el «pueblo» o la «sociedad». No obstante, a la práctica, para presentar una ciudad hace falta algo más que solamente una escenificación en primer término.

Para hablar de una ciudad, hay que poner en escena la gente que la habita, las multitudes que van de allí para allá, incluso los borrones que cruzarán el plano una sola vez y que desaparecerán, como manchas de color, al cabo de unos instantes. Pregunta: ¿cómo denunciar la moralidad de una mancha de color? Si el cine sirve para comprender y ajusticiar, ante la imposibilidad efectiva de verlo todo, de encuadrarlo todo nítidamente, ¿cómo evitar generalizaciones y, por ende, juicios injustos? Madure, señor Jude.

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