Un juego de poder y búsqueda del placer que devuelve de manera definitiva el sexo al cine de Hollywood. Ya era hora
El sexo ha vuelto a Hollywood. Hemos vivido años donde las películas -incluidas las calificadas R, o sea, para mayores de 18 años- dejaban la pasión a un lado para explorar otros aspectos del ser humano y donde los blockbusters obviaban la parte tórrida inherente a cualquier romance, y es lógico que ahora exista una respuesta con películas que exploran las perversiones y las dinámicas de poder sexual como 'Saltburn', 'Anora' o 'Rivales'. Cintas calientes, eróticas, perversas, calenturientas y, obviamente, humanas, capaces de explorar cada rincón de nuestra personalidad más oculta y que son conscientes de la complejidad de nuestras rarezas íntimas. Dicho de otra manera: después de tantos años de asexualidad forzada, ya era hora de poder disfrutar de orgasmos como es debido en películas como 'Babygirl'.
Ni trabajo nicole
Sería injusto enjaular a 'Babygirl' en las líneas del thriller erótico o el drama sexual. Porque el sexo aquí es una metáfora de poder, de ambición y de abrazar el lado de nosotros que nos avergüenza (y no debería). Todo el metraje es un juego perverso de autovalidación y engaños, de orgasmos y límites, de tener y ceder el mando. Siendo muy consciente de que el BDSM, a estas alturas, ya no resulta provocador sino parte del mainstream (sobre todo después del triste éxito de '50 sombras de Grey'), Halina Reijn da un paso más allá: esta no es una película sobre infligir dolor o crear una dinámica de dominación y sumisión. Es una película sobre el placer sin culpa, venga de donde venga.
La primera vez que vemos a Romy está teniendo sexo con su marido. Justo después de terminar se marcha a otra habitación para ver porno duro y masturbarse hasta tener, por fin, el ansiado orgasmo que estaba buscando. Aunque tiene absolutamente todo lo que podría buscar en su vida (un marido atractivo y creativo, una hija perfecta que se siente aceptada, un trabajo importante como directora de una gran empresa en Nueva York, el respeto y el afecto de todos sus compañeros), ella no puede sentirse satisfecha sin acercarse a los bajos instintos y las perversiones que le avergüenzan, pero que pronto descubre que forman parte de ella... Y forman una dicotomía en su interior entre la responsabilidad y el placer.
Aunque a priori este punto de partida podría parecer un cliché pornográfico (mujer con poder a la que en la intimidad le gusta ser humillada), lo cierto es que la película logra ir mucho más allá, mostrando cómo casi todos los personajes se aprovechan de sus instintos más oscuros, no necesariamente sexuales, cuando tienen una oportunidad para ello, si de alguna manera va a beneficiarles. En el caso de Romy es el traspaso de poder, las órdenes directas y la sensación de indefensión, pero para otros es el ascenso laboral, el control absoluto o, simplemente, el morbo de lo desconocido. Porque, como decía, 'Babygirl' no es una película sobre sexo. Es una película sobre el instinto, la traición (incluso a uno mismo) y las convenciones sociales. Y, ante todo, sobre el ansia de llevar la voz cantante, incluso aunque sea, paradójicamente, renunciando a ella por completo y poniéndola en las manos de otro.
Bondage de garbanzos
En manos de otra persona, 'Babygirl' podría haberse convertido o bien en un 'Emmanuelle' de tres al cuarto o bien en una innecesaria reivindicación light del deseo femenino. Sin embargo, la dirección libre y fresca de Reijn y la portentosa, fantástica, atrevida y desatada actuación de Nicole Kidman elevan la película hasta otro límite. Es una una búsqueda constante consciente del orgasmo sin culpa, la liberación de los tabúes y la explosión del placer frente a las clásicas autoimposiciones, como la familia, la pareja estable, el trabajo, el ego y la ambición.
'Babygirl' nunca mira a Romy con compasión ni la señala con un temible dedo acusador. Sabe que el tono no necesita ser complaciente con ella, pero tampoco regio. Al fin y al cabo, no hay nada de inocente en el comportamiento de la protagonista, que cae en su propia decadencia siendo perfectamente consciente de lo que hace, de las posibles consecuencias y de lo que puede suponer para su futuro, siendo el paso ineludible para renovarse y resurgir como un Ave Fénix capaz de controlar sus impulsos, pero sin deshacerse de ellos. Porque tener perversiones no es bueno, ni malo: es parte de ella. Y más vale que todo el mundo a su alrededor trate de entenderlo, porque ni siquiera la moralidad atónita de parte del público (ejemplificado en varios compañeros de trabajo que la rodean) va a hacer que eso cambie. Que se adapten los demás. Que consiga mi necesitado orgasmo.
No es menos cierto que, llegado un punto, la película da vueltas sobre sí misma sin saber muy bien dónde y cómo continuar (la fiesta en la discoteca, los montajes musico-sexuales). Son escenas de alto voltaje que no van a dejar a nadie indiferente, pero es inevitable perder nuestra atención cuando la tensión, que ha ido en aumento gradual hasta ese momento, se estanca. Por suerte, sabe compensarlo con escenas fantásticas, como el primer encuentro privado entre Romy y Samuel, la lección de feminismo de 2024 que ofrece Esme o la desesperanza de un Jacob inconsciente de lo que está ocurriendo a su alrededor.
Por supuesto, es imposible hablar de 'Babygirl' sin mencionar a unos actores en estado de gracia que acompañan los movimientos tan descarados como gráciles de la cámara. Nicole Kidman, Antonio Banderas y Harris Dickinson entienden profundamente a sus personajes y saben dotarles de una profundidad muy alejada del vídeo de Private en el que la cinta, con otros protagonistas y un guion menos sutil y acertado, podría haberse convertido. Por suerte, se trata de una de las películas con mayor personalidad propia de 2024, tan única como atrevida, tan consciente de sí misma como de la mirada que lanza a su protagonista. Tan conocedora de las consecuencias que acarrea regalarle tu poder a otra persona como de la necesidad de correrse a gusto.
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