‘Avatar: el sentido del agua’ (Avatar: The Way of Water, 2022) se estrena el 16 de diciembre, cerrando por fin un ciclo que empezó hace 13 años con la revolución de efectos especiales de la primera parte. Ahora, con la tecnología 3D asimilada y casi olvidada por el gran público, había expectación por la nueva apuesta tecnológica de James Cameron y los logros que ha desarrollado tras más de una década de investigación en evolución.
El resultado no rechina respecto a la anterior, pero tampoco logra del todo lo que se supone que está tratando de implementar. Por una parte, sí hay una mejora en cuanto a la consolidación de los avances vistos en la anterior, por otra, el 3D sigue siendo una forma de enriquecer la imagen en pantalla basada en la diferencia de distancia entre espacios que no deja de tener la pinta de elementos recortables bailando en una pecera. En ese aspecto, es muy difícil que este estreno logre convencer a los no conversos.
La historia, en realidad, tampoco cuenta nada especialmente novedoso. Seguimos a la familia Sully (Jake, Neytiri y sus hijos), y los esfuerzos que hacen para mantenerse a salvo en Pandora, después de que los humanos vuelvan a atacar el planeta con muchísimos más recursos y poder destructor. El tráiler nos mostraba que mucha parte de la acción tiene lugar dentro o debajo del agua, pero lo cierto es que la película se toma bastante tiempo en llegar allí. Y eso es algo que no tiene una explicación razonable que nos convenza de que el planteamiento no merecía disparar ese cartucho cuanto antes.
Con la primera entrega llegando a dos horas largas, Cameron ha defendido el tiempo de ejecución de la secuela, diciendo a Empire Magazine: "No quiero que nadie se queje de la duración cuando se sientan y ven atracones de televisión durante ocho horas." El problema, James, es que en casa puedes dar al pause. Y ese es el dilema que envuelve a ‘Avatar: el sentido del agua’. No hay forma de justificar los 190 minutos de duración. La experiencia es agotadora y cuando llegamos al pirotécnico tercer acto estamos desfogados, y encima dejando la impresión de haber presenciado un teaser larguísimo de algo por venir.
Competencia tecnológica y espíritu de safari de fantasía
Tras más de una década, es comprensible que la cantidad sea uno de los argumentos para tratar de mejorar lo que ya hemos visto pero, honestamente, la calidad no ha mejorado tanto como se ha presumido en las primeras impresiones en redes. Por una parte hay una expansión lógica geográfica de Pandora, pero no hay ningún elemento narrativo diferente a la anterior. Podríamos pensar que la introducción a las criaturas y mitología del planeta y sus habitantes ya ha sido asimilada. Pero no es así completamente.
Una vez tenemos un nuevo contacto con un ecosistema y tribu diferentes los protagonistas pasan por un periodo de adaptación y aprendizaje que sirve como reset estratégico para volver a contar lo mismo, una vez más. La estructura es muy, muy similar a la anterior, incluso con un reflejo especular de la escala de los conflictos. Por ejemplo, en el clímax asistimos a una gran confrontación para pasar luego a una resolución a pequeña escala en la que tienen más importancia los protagonistas y antagonistas principales. Hay un elemento predecible que juega en contra constantemente.
Afortunadamente, el espectáculo visual es apabullante, con una nueva inmersión en la fauna y flora de un hábitat novedoso, rodado con técnicas que hacen real lo imposible, y de nuevo, las secciones de exploración naturalista resultan muy interesantes, como un documental de National Geographic de un ecosistema alienígena. La confrontación con el mundo de metal y tecnología de Cameron es bastante fascinante, ya que dobla el número de robots, submarinos y navelicópteros de última generación.
Un regreso a la aventura marítima clásica
Si hay algo que consigue ‘Avatar: El sentido del agua’ es recuperar una forma de aventura exótica perdida en Hollywood. Los conflictos en atolones y las poblaciones de ciencia ficción en lugares oceánicos recuerdan al George Pal de ‘El continente perdido’ (1968) y los grandes animales con interacción humana no es distinto que lo que se planteaba en series B como ‘Los abismos de las Bermudas’ (1978), pero el ingenio del director de ‘Terminator 2’ lo lleva a una escala mastodóntica, insólita.
Pero en esencia, la empresa se percibe anacrónica e ingenua, el guion sigue apoyándose en los mismos lugares comunes, retazos de otras películas ya vistas que construyen una historia épica que no deja de ser una especie de híbrido de ‘Waterworld’ (1995), que toma prestado más de la cuenta de ‘La selva esmeralda’ (1985) y otro poquito de ‘Liberad a Willy’ (1993), pero si hubieran sido imaginadas por Cecil B. DeMille, aunque en principio esto no tenga que ser necesariamente malo.
Lo que es difícil de digerir son los tropezones de exposición sobre la filosofía del agua, la espiritualidad de los cachalotes, las visiones de un deepfake de Sigourney Weaver, la mística de las nuevas tribus y, en general, la sensación de diálogos escritos para la cinemática de un videojuego que nunca acaban de ver a sus personajes como seres vivos, sino como verdaderos avatares de estereotipos de plantilla que nunca consiguen romper la barrera de la espontaneidad. A veces están tan logrados a un nivel de texturas y fotorrealismo que se perciben más huecos de la cuenta por su escasa definición retórica.
Fascinante, a su manera
Un caso que llama la atención es el de Neytiri; la Na’vi de Zoe Saldaña sigue reducida a una serie de reacciones convenientes para el protagonista. Confrontada, enfadada o rugiendo como un animal. Su papel es reducido a la mera reacción de las decisiones, siempre tozudas y lógicas de Jake Sully. Un síntoma de otra serie de situaciones repetitivas que replican los mismos conflictos entre tribu residente y recién llegados de la anterior película. El mejor consejo antes de verla es no hacer una revisión temprana antes de ir al cine.
En el peor de los casos ‘Avatar: el sentido del agua’ es un blockbuster de plantilla lleno de escenas de acción impresionantes, acaso familiares y no tan definitivas como lo que podría esperarse tras estos 13 años, pero razonablemente necesarias en un escenario de universos superheróicos miméticos que parecen haber anegado las grandes salas cada fin de semana, sin que pareciera haber una mínima alternativa de cine de acción. Y si alguien sabe hacer grandes escenas de cine de acción es el director de ‘Mentiras arriesgadas’.
Pero la situación no es igual a 2009, hemos visto revoluciones tecnológicas con mejores batallas, personajes digitales y más corazón e inteligencia como la trilogía de ‘El origen del planeta de los simios’, por lo que el juguete se queda en una expansión de lo conocido, tan anacrónico y con mismos diseños feos o exceso de luminescencia atroz que la original. Desde luego, en un año en el que hemos visto en pantalla 'Top Gun: Maverick', es difícil encajar 'Avatar 2' cerca a lo mejor de 2022, pero no deja de ser cierto que la ubicación oceánica despierta a un Cameron más entregado a la causa, con algunos reflejos de su ‘Titanic’ y bocetos de artefactos submarinos que tan solo alguien muy aplicado en el asunto podría imaginar, lo que no deja de ser entrañable y fascinante, a su manera.
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