“Nadie puede enseñarte a ver”- Neytiri
Varias certezas surgen tras la impresión inmediata que deja el visionado de ‘Avatar’ en 3D. La primera de todas ellas es que James Cameron sigue siendo el que era, el que con seis largometrajes, ahora siete, es el más grande director de ficción científica de la Historia del Cine. La segunda es que el 3D, o por lo menos lo que este cineasta proclamaba como una revolución total, no es más que una campaña de marketing en favor de revitalizar un sector amenazado de muerte en lo comercial. Por suerte para Cameron, y por desgracia para los directores que ahora se suben a este absurdo y fútil carro sin más motivos que su incapacidad, él no necesita, aunque se haya valido de ello para sacar adelante su proyecto, del 3D para elevar la categoría estética de un legado artístico que ya es, a sus cincuenta y cinco años, imperecedero, y que se agranda aún más con esta grandiosa y poderosa aventura de ficción científica, que doce años después de ‘Titanic’, aquélla infravalorada y bellísima historia acerca de la dignidad humana, regresa ahora, precisamente, con una historia acerca de la incapacidad humana para comprender, ver y amar.
Siendo, como es, un estreno de envergadura global, una película de la que se ha hablado no ya desde hace meses, sino años, y siendo Cameron (el autoproclamado, en un momento de felicidad, Rey del Mundo) tan poco proclive a abandonar su forma de hacer las cosas, la posibilidad de que el colmillo afilado y a rebosar de veneno corrosivo de muchos espectadores, cinéfilos y analistas, se abalancen a por ella con saña (como de hecho está sucediendo) es altísima. Se habla en un importante medio nada menos que de involución artística, y en otros de que Cameron ha perdido completamente el norte. En realidad todo esto, el desacuerdo que está provocando, no hace sino confirmar, al menos para quien esto suscribe, que Cameron está de acuerdo consigo mismo, que va a lo suyo, y que la belleza de esta obra recién nacida no se va a empañar por más comentarios de incomprensión que se viertan sobre ella.
Durante su visionado, es tremendamente fácil adivinar por dónde van a atacar los que, en pocas horas, dejarán sus textos y comentarios sobre esta película. De hecho, incluso, muchos de esos comentarios ya podían considerarse como una garantía cuando apareció el tráiler (y, dejando fanatismos de algunos a un lado, muchos ya los dejaron). A saber: que es una puesta al día del mito de Pocahontas, que los alienígenas no son más que nativos americanos con algunos cambios, que su mensaje ecológico y su historia de amor son simples y facilones, que los buenos son muy buenos y los malos son muy malos. Que el ambiente está “muy currado”, pero que no hay mucho más. Y, en efecto, la parábola con la destrucción de la cultura de los indios americanos está ahí. Y sí, hay una historia de amor. Y sí, un discurso ecológico evidente. Pero hay más, mucho más. Y el que quiera ver, que vea.
Cameron, cineasta de la mirada
Siendo uno de los cineastas más famosos del planeta, James Cameron también es, mal que me pese, un gran incomprendido, y en cierta forma un director que los que oyen campanas y no saben dónde (en otras palabras más refinadas, los que buscan pretensiones o tienen una concepción del cine, y del arte en general, que jamás comprenderé) no saben por dónde cogerle. Habiendo dirigido historias, siempre, de gran sencillez, me consta que hay muchos que esperan de este ‘Avatar’ lo que él nunca ha ofrecido. Lo suyo es lo que, en mi opinión, tantos espectadores no saben apreciar o no tienen interés en ello: un cine basado en ideas completamente primarias, vitales y universales. No por ello es más simple, sino mucho más sencillo, y así la capacidad de arrastre emocional de su mirada (y de las miradas de sus criaturas) es inmensa, arrolladora. No por ello es menos intelectual, sino más concentrado. No por ello es menos profundo, sino más pasional.
No caben aquí componendas cerebrales, alquimias de laboratorio narrativo. ‘Avatar’ es directa y conmovedora, sorprendentemente generosa y sincera en estos tiempos de refritos, de una convicción desarmante, pues Cameron confía plenamente en su historia y en las pulsiones a menudo trágicas de los personajes, increíblemente humilde a pesar de la grandeza visual conque nos subyuga. Cameron entiende perfectamente que la grandeza del cine no consiste en el objetivo o mensaje final, sino en el mismo viaje, por eso es un realizador tan centrado en lo sensorial, como vehículo de la emoción. Y por eso la verdad incontestable de sus películas reside en las miradas, en los ojos de sus personajes. Es muy sorprendente que hasta sus creaciones en 3D están electrizadas con una vida, una energía, muy difícil de describir para quien esto suscribe. Pero ahí están las miradas (como estaban en ‘Aliens’, en ‘Terminator’, en ‘Titanic’...), sobre todo en las criaturas alienígenas, miradas que no se encontraban en otras producciones digitales, ni siquiera en el Gollum de hace ya seis años.
Por eso la conexión, como en un avatar, es tan auténtica, tan atroz, con los caracteres de ‘Avatar’. No sólo con Sam Worthington (un actor de puro instinto, muy físico, que aquí en ningún momento lleva a cabo un fingimiento, sino que vive la secuencia), o con la gran Sigourney Weaver, sino sobre todo con una inolvidable Zoe Saldana (una bellísima actriz negra de origen dominicano), en un personaje que es muchísimo más que una Pocahontas alienígena. En el cine de Cameron los caracteres femeninos son muy importantes, y esta guerrera no desmerece a lado de las fuertes, independientes, Rose DeWitt Bukater, Ripley, Lindsay Brigman o Helen Tasker. La interpretación de Saldana es tan potente, tan ajena a todo divismo, exageración o falsedad, y su máscara digital es tan transparente, tan perfecta, que pueden apreciarse, como los acordes de un instrumento afinado, las admirables sutilidades de un personaje muy difícil de hacer creíble.
Pero todos forman un reparto coral perfecto. Giovanni Ribisi borda un personaje que podía haber caído en la caricatura y que era tan importante, Michelle Rodríguez está magnífica en un personaje precioso, Stephen Lang compone un personaje abyecto pero siempre coherente, el ya legendario Wes Studi deja ver sus dotes en el papel de Eytukan. Todos tienen sus momentos de lucimiento en un guión denso y muy visual, del que Cameron exprime todo lo que podía exprimirse.
El viaje del tullido
Sin prisas, pero con precisión, ‘Avatar’ comienza contándonos el viaje de un marine en silla de ruedas a un planeta llamado Pandora, y con frenesí y dolor en los ojos, termina mostrándonos lo que resulta de la mezquina naturaleza humana. Por aquí y por allá, en los primeros minutos de película, podemos advertir referencias explícitas, y chistes internos, que nos traen reminiscencias a las estructuras tecnológicas de ‘Aliens’, pero su amplitud melodramática nos avisa de que sólo era posible este ‘Avatar’ tras la explosión de compasión e imaginación de ‘Titanic’. Jake Sully reemplaza a su hermano en un proyecto que conlleva trasladar la conciencia al cuerpo de un alienígena, y los primeros minutos parecen dubitativos (cuando en realidad son necesarios), hasta que se interna en la frondosidad salvaje del planeta, y a partir de allí asistimos a un crescendo imparable, sin desmayos, hacia un clímax grandioso, de una épica sin parangón.
El camino a través del cual Jake aprenderá a ver el mundo a través de los ojos de los Na’vi, y a comprender que nuestra raza es una raza enferma de ambición, que justifica los actos más crueles y las barbaridades más incomprensibles con un cinismo y una mordaza de supuesta humanidad (genial, despiadado diálogo, aquél en el que dicen que “los indígenas recibirán un trato humano”), es un camino que conforma la aventura cinematográfica más intensa y enérgica de los últimos años. Porque esto es una película de aventuras excepcional, ni más ni menos, y el que busque no sé qué quimeras artísticas en ella es que no sabe disfrutar de una historia de aventuras. Y el mundo que elabora Cameron para ser el marco incomparable de esa aventura es un universo de vida y de luz como nadie ha elaborado jamás para la ficción científica. Porque George Lucas se mueve en la fantasía, y el Pandora de Cameron está mucho más vivo y es mucho más coherente que cualquiera que aparezca en ‘Star Wars’.
Hastiados de un cine de aventuras incapaz de ofrecer precisamente eso, aventuras, ‘Avatar’ es como un bálsamo que nos devuelve la fe en que el gran cine de aventuras es posible, aunque seguramente muchos busquen en ella lo que no hay, una obra supuestamente pretenciosa, supuestamente artística. Cameron sabe que la fuerza expresiva del cine de aventuras le legitima como autor aunque nunca le hayan llamado de ningún festival, ni haya ganado más oropeles que el recuerdo de miles de aficionados o el estremecimiento de los espectadores en las salas. Siendo un director de aventuras inigualable, su triunfo consiste en provocar una catarsis con sus relatos y no en mandar mensajes sino en proclamara juicios personales e intransferibles, que en manos de otro quedarían falsos o inverosímiles.
Saben a poco, se hacen breves, los momentos en los que Cameron contextualiza la barbarie de la violencia militar frente a la razón científica, y la conexión de todos los seres del universo, como aquéllos en los que el protagonista se hace con un su montura alada, o la presentación del clan alienígena, o la destrucción de un mundo violento pero pleno de armonía y de espiritualidad. Duele ver el desarrollo de los acontecimientos, la dualidad moral de Jake, la muerte de personajes a los que se les coge cariño con tan poco tiempo en pantalla. Pero ilumina la narración de un viaje que es una experiencia sensorial, un abismo emocional y, a falta de una revolución cinematográfica que ni falta que hace y que nadie pide ni necesita, un verdadero renacer, y un necesario subidón de adrenalina.
‘Avatar’ en 3D
Esta es la primera película que el autor de este texto ve en 3D, y la experiencia ha resultado ambivalente. Algo añade a la mística que Cameron intenta aportar a la historia, pero no es necesario ni mejora nada lo que hay en la pantalla. Tampoco es molesto, eso es cierto, y con detalles como el ambiente en primer término, consigue involucrarnos mucho en la imagen, mientras que en otros, que quedan desenfocados, tarda uno en acostumbrarse y con mucha profundidad y dos personajes a cada lado del encuadre, es imposible hacer una bifocalización, pero sin 3D esta película funciona igualmente bien. Como no funcionaría bien sería en una pantalla pequeña. Sólo puede apreciarse su honda y serena tragedia en un cine.
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