El espectador que se acerque a la segunda película de László Nemes sin haber pasado por su notable y muy aclamada 'El hijo de Saúl' puede verse abrumado, debido a que Nemes llega incluso a acentuar el recurso visual que ingenió para aquel viaje dramático por los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial. Esto es, sigue con la cámara pegada a la espalda de su protagonista, hasta el punto que absolutamente todo lo que la rodea se difumina, haciéndola deambular por una bruma que unifica y confunde los escenarios.
Esta niebla, este desenfoque óptico abarca todos los estímulos sensoriales: así, no solo escenarios y personajes ajenos a los rostros pensativos, ofuscados de sus protagonistas están sumergidos en un borrón muy acorde con los turbios momentos históricos que ambientan las historias de Nemes. También el sonido se enfanga, los diálogos se entrecruzan, las palabras de los personajes pierden algo de sentido al carecer de contexto al que agarrarse. Todo lo que no sea el circunspecto gesto de sus protagonistas no existe.
Pero en este caso, ese plantarse en la subjetividad total de sus personajes adquiere un nuevo sentido. En 'El hijo de Saúl' era símbolo y plasmación visual de la anulación psicológica del horror que tenía que llevar a cabo el protagonista para seguir. En el caso de 'Atardecer', es una buena metáfora de la confusión social que se vive en Budapest en 1910, con el Imperio Austrohúngaro desmoronándose a cámara lenta a la vez que nace un espíritu revolucionario que, cuatro años más tarde, eclosionará en el estallido de la Primera Guerra Mundial.
'Atardecer', sin embargo, y al igual que sus imágenes emborronan el contexto, utiliza todo ello como telón de fondo para contar la historia de Irisz Leiter, una joven que llega a la capital para recuperar parte del legado familiar en la forma de una sombrerería en cuyo incendio murieron sus padres. Una vez empieza a trabajar como dependienta intenta localizar e identificar a su hermano perdido, del que pronto descubre que podría estar implicado en las revueltas que perturban la paz de la ciudad.
'Atardecer': A espaldas de la historia
La mencionada puesta en escena, agobiante y agotadora en una película que dura dos horas y media, es el envoltorio perfecto para una narración que nos llega continuamente de forma parcial y manipulada. El espectador sigue los pasos de Irisz y se ve sometido no solo a un calculado mutismo que la convierten en observadora privilegiada, sino a agresivas elipsis por parte de Nemes, que escamotea datos y convierte 'Atardecer' en todo un desafío.
El espectador paciente, sin embargo, se verá recompensado con una visión de un tiempo convulso adecuadamente parcial, emocional e incompleta, que sustituye la ética del no enseñar el horror en 'El hijo de Saúl' por una asumida confusión para retratar una época en la que la posibilidad de la paz se escapaba por las grietas de una Europa fragilísima. Secuencias como la de la fiesta en el tramo final transmiten una extraña sensación de amenaza inminente, casi de película fantástica, que crea un clima único, desde luego nada objetivo, pero sí memorable y personal.
El acompañamiento perfecto para la atrevida puesta en escena de Nemes está en los actores, especialmente una extraordinaria Judit Bárdos, de mirada inteligente y calculadora, y que uno imagina recabando datos y detalles que le permitan sobrevivir y encontrar a su hermano. Su papel no es el de la heroína típica, y de hecho, el obstáculo más abrupto que Nemes pone ante el espectador es dejar claro cómo ella se da cuenta, sin que nadie lo verbalice, de que su visión es completamente parcial, imposible de que ella sola entienda -y Nemes no nos concede más que su mirada, estrictamente- la magnitud de lo que se le viene encima a Europa.
Lo que no quiere decir que Nemes no muestre, a través de casos particulares, detalles que transmitan esa sensación de desastre inminente: la viciosa perversidad de los nobles, el servilismo de las clases humildes, la atmósfera de cambio violento en ciernes... 'Atardecer' es una película dura y compleja de asimilar en su totalidad, aunque a veces pueda parecer que Nemes se distrae en detalles banales, como la exquisitez con la que están fotografiados los ambientes nocturnos. Pero no hay nada casual en la película y su puesta en escena, de intenciones muy claras, recoge bien la tensión que se vivía en Europa a principio de siglo. Donde consigue destacar, sin embargo, es en su retrato de una mujer decidida a no dejarse pisar, y en ese sentido es una historia valiosa esté en la época en que esté ambientada.
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