El estreno de ‘Los Sin Nombre’ (1999), la adaptación de la Novela ‘The Nameless’ de Ramsey Campbell, fue una pequeña gran sorpresa y creó un pequeño terremoto alrededor de Jaume Balagueró, por lo que quizás no fue sorprendente que la siguiera otra adaptación española de una historia del escritor rápidamente. Julio Fernández y Joan Ginard, produjeron la misma operación, esta vez con un joven llamado Paco Plaza dirigiendo.
Plaza adaptaba ‘The Pact Of The Fathers’ filmando en inglés, siguiendo a la letra la fórmula establecida por ‘Los Sin Nombre’ y que estaba bastante extendida en varios thrillers de terror españoles de aquellos años. El cambio de título hacía que sonara como una secuela directa de aquella, y aunque sigue una historia sin relación, es muy similar a su predecesora en el tono frío, escalofriante y paranoico que implica la sombra de una secta religiosa. El resultado tiene un aspecto elegante y profesional, pero carece de la personalidad y la mordiente oscura de Balagueró en el género.
Buscando a Paco Plaza desesperadamente
Quizá Paco Plaza aún no sabía que era Paco Plaza. Su nombre ahora evoca una habilidad especial para hacer tangibles distintas ramas del cine de terror dentro del contexto costumbrista. Un don por el detalle que insufla el alma que le faltan, muchas veces a las películas de su compañero incansable. Por ello, su interpretación de Campbell, aún mostraba a un director no tan convencido con el género de terror como es hoy. Centrándose en el drama y la investigación, el guion no tiene demasiada tensión dura real hasta las secuencias finales.
El resultado es un thriller de misterio muy competente, en cuyo tercer acto se esconde una recompensa escalofriante y deprimente. Sorprende que, incluso en el estilo de la fotografía de Pablo Rosso, el tono es gélido y apartado de las formas actuales de Plaza, quizá precisamente porque se le ve más distante con el material con el que está trabajando que con su filmografía más reciente y apasionada. como ejemplo de oro está su último y mejor film, 'Verónica'.
Con todo, logra hacer que el reparto funcione de forma sólida, mostrando así una de sus destrezas más evidentes con el paso de los años: la dirección de actores. En esta, el peso de la película recae en la actriz principal, una Erica Prior elegante y atractiva, que modula sus expresiones faciales hacia la desesperación de forma creíble cuando los golpes emocionales lo exigen. Eso sí, a la hora de descargar sus diálogos, resulta algo plana y la dobladora española le da una fuerza mucho más convincente que la propia actriz.
Un thriller crudo y esterilizado
Pasados quince años, parece claro que, aunque mantenía la intriga, una atmósfera siniestra importante y un trasfondo de sectas religiosas que daba alas a la comparación con el Opus Dei, el estilo de ‘El Segundo Nombre’ no era el camino que marcará la verdadera voz de su director. El movimiento hacia lo sobrenatural y su capacidad para analizar la entraña del carácter español exponiendo lo cotidiano, nos ha dejado ver a un agudo observador de los pequeños detalles humanos que también nos definen como país.
Su gusto por lo macabro, sin embargo, si queda claro en sus escenas de autopsia de ambiente esterilizado heredadas del psychothriller post ‘El silencio de los corderos’ (Silence of the Lamps, 1991), especialmente esos muertos ornamentados como cenobitas que parecen las obras de arte mórbidas de la serie ‘Hannibal’. Muchas de esas escenas, que tanto impactaban en su día, han ido perdiendo esa fuerza, pero no porque el filme haya envejecido demasiado.
Sencillamente, estamos más acostumbrados, por lo que los elementos de horror que la iban enrareciendo ya no poseen el mismo efecto. Por ello, ‘El segundo nombre’ es un thriller de terror contenido, casi demasiado, que pasa bien el examen del tiempo gracias a su fotografía gélida y su clasicismo formal. Hoy Plaza es más ruidoso, más desbocado y a veces más tramposo, pero también más libre, menos coaccionado por la rigidez de un debut y la responsabilidad de Cambell, pero desde, este, su primer trabajo, ha mostrado una camaleónica versatilidad.
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