Paradójicamente, lo más positivo que se puede decir de 'El asesino de los caprichos' es que tiene una total falta de pretensiones: solo quiere ser un relato policiaco bien entramado, con personajes atractivos y una resolución sorprendente. Lejos de hitos aún muy cercanos (y cuya sombra se sigue cerniendo sobre el género hecho en España), como 'La isla mínima', esta especie de 'Se7en' a la española y con ramalazos culturales busca el entretenimiento, el morbo y el impacto, y a veces lo consigue.
Juegan a su favor la indiscutible pericia de Gerardo Herrero en el género, ya desde sus primeras películas, como aquella olvidada pero estimable 'Una casa en las afueras' y hasta llegar a fechas más recientes y propuestas no del todo redondas pero indiscutiblemente interesantes, como 'La playa de los ahogados' o 'Silencio en la nieve'. 'El asesino de los caprichos' es inferior y más mundana que todas ellas, pero comparte una estima sin dobleces ni ironías al género y sus convenciones.
También a favor de la corriente que arrastra 'El asesino de los caprichos' nada su pareja protagonista, Maribel Verdú y Aida Garrido. Forman una pareja de policías habitual en el género (pero no del género habitual, por así decirlo) que investigan una serie de crímenes vinculados al coleccionismo entre clases altas de reproducciones de los 'Caprichos' de Goya. Juntas van encontrando cadáveres dispuestos como en los grabados del pintor y se adentran en el competitivo y desalmado mundo del arte.
Por desgracia, es casi todo lo que puede ofrecer 'El asesino de los caprichos': una buena pareja protagonista, ocasionalmente brillante en los momentos en los que el guión da la posibilidad de lucirse a las actrices, y una efectiva modestia en la puesta en la escena por parte de Gerardo Herrero, que en circunstancias normales reforzaría la energía de un guión brillante. Pero no termina de ser el caso.
'El asesino de los caprichos': La muerte del arte
Conforme se va desarrollando la historia, el espectador puede comprobar que el motivo de los 'Caprichos' de Goya para escenificar los asesinatos es completamente anecdótico, por mucho que sea el centro de la promoción de la película. La comparación con su obvio precedente, 'Se7en' es demoledora, pero es que incluso lo es con exploits salvajes de la película de Fincher, como las memorables 'Post-mortem' o 'Resurrección'.
El motivo es que todas ellas, hasta los plagios más viles, sabían que había que conectar de un modo u otro crímenes e investigadores. El investigador tiene que ser estar vinculado, como reflejo o no, peculiar o reconocible, de las atrocidades que presenta el asesino. Aquí la interesante detective Maribel Verdú, una policía veterana y hastiada de su trabajo, por destacada que sea su encarnación y aunque a ratos está bien descrito su poco complaciente personaje, está también absolutamente aislado de los crímenes goyescos.
La consecuencia de ello es que aunque el crimen se resuelve (a grandes rasgos: el último tercio tiene una narrativa atropellada y arbitraria por culpa de la que se llega a perder el hilo de las pesquisas), queda como algo ajeno a los personajes. No descubriremos gran cosa sobre el asesino/a o sus motivaciones, más allá de que no son ni de lejos tan interesantes como prometían sus rocambolescos crímenes.
Son problemas derivados del algo básico guión de Ángela Fernández Armero. Ni la experiencia y ocasionales aciertos de ambientación de Herrero ni los esforzados trabajos de sus actrices (que tienen momentos de lucimiento, pero también momentos de considerable ridiculez, como casi todo lo relacionado con lo no estrictamente vinculado al caso) consiguen levantar una intriga que queda incluso por debajo de sus ya muy modestas pretensiones.
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