Bryce Dallas Howard y Sam Rockwell protagonizan una historia en la que nada es lo que parece y se desarrolla como una mala novela de aeropuerto. Es algo positivo, lo prometo
En última instancia, cuando se apagan las luces de la sala y se enciende el proyector, lo que queremos es, de una manera u otra, sorprendernos. Que un plano sea algo que no hayamos visto en toda nuestra vida, que el guion sea tan inteligente que sepa driblar nuestra previsibilidad, que un final nos deje con ganas de más, que la explosión de luz y color se quede como fuegos artificiales en nuestra retina.
Queremos soñar, vivir en la película, dejarnos sorprender por las artes y las mañas de un equipo que cree en lo que está haciendo. Y es normal salir decepcionados ante una experiencia menor falta de carisma e interés. Por suerte, con Matthew Vaughn al mando, 'Argylle' hace que el folletín de aventuras cobre una nueva vida... y podamos sorprendernos de nuevo delante de una pantalla a base de mentiras y regates.
James Bond Mal
Es sorprendente cómo, con un mismo punto de partida, pueden salir dos películas tan abrumadoramente distintas como 'La ciudad perdida' y 'Argylle'. En ambas una escritora de ficción acababa descubriendo que lo que escribía se hacía realidad, pero donde la primera acababa siendo un vehículo muy estándar para Sandra Bullock en el que podías adivinar cada paso del camino, en la de Matthew Vaughn no pasan quince minutos sin un golpe de efecto, convirtiéndose en una de las montañas rusas más divertidas del cine en los últimos años.
Por supuesto, tienes que entrar en el juego y no cansarte de que la película vaya moviéndote de un lado a otro de manera continua con un estilo propio repleto de secuencias de acción locas en un espectáculo de luz y de color majestuoso. 'Argylle' empieza con una secuencia de acción en Grecia entre la parodia y el homenaje al Ethan Hunt de 'Misión Imposible', pero es solo una bocanada de aire y un aperitivo de lo que está por llegar: a partir de ese momento, levanta el pie del acelerador solo para pisarlo a fondo, poco a poco, hasta una última media hora inaudita.
Si al quinto looping de la montaña rusa ya estás deseando que se acabe, entonces no eres el público de 'Argylle', que confía en que el espectador tenga ganas de aguantar un viaje visual que no para y trasciende la locura sin paradas en el que cada poco tiempo un mazazo argumental viene a trastocar todo lo que creías. Si disfrutaste con los pocos complejos de 'Kingsman', te encantará esta nueva propuesta que es a James Bond lo que un mono tirando heces al noble reino animal. Caótica, divertida, anárquica, desacomplejada y, además, impide que apartes la mirada.
Argyllidad visual
Matthew Vaughn ha ido perfeccionando su estilo con cada nueva cinta y en 'Argylle' demuestra ser un héroe de la agilidad narrativa y visual. Sí, es apresurada. Sí, es un no parar de cosas con un estilo casi de horror vacui. Sí, no hay una profunda lección sobre nada, una moraleja o una crítica al modo de vida actual. Todo lo que se le pueda echar en cara es absolutamente cierto y no deja lugar a la duda. Pero no es lo que la película intenta conseguir: dejar una sensación de diversión pura imperante en el ambiente.
Es, por entendernos, como un mago de pueblo rodeado por una multitud en plena calle: sabe que tiene que ganarse tu atención cada minuto, las sorpresas tienen que ser continuas y debe ser capaz de sacar el conejo de la chistera haciéndote sentir que nunca antes habías visto el truco más viejo del mundo, y todo ello con el suficiente sentido del humor como para engancharte y llevarse unas monedas al final. En su pura anarquía estudiada, 'Argylle' resulta fresca y divertida en su arte del regatear. Pero tienes que dejar que lo haga y suspender tu incredulidad hasta el máximo. Si es que puedes.
Y es que, sobre todo a medida que van pasando los minutos, 'Argylle' se va convirtiendo más y más en una mala novela de espías de aeropuerto, de esas tan absurdas como divertidas que no puedes dejar de leer hasta que llega un final tan loco que te hará picar en su secuela. Todos los tópicos de James Bond o 'Misión Imposible' están explotados y parodiados de manera excelsa en un popurrí de acción, comedia y absurdo dentro de un circo de cinco pistas donde los giros mortales hacia atrás son más costumbre que hallazgo.
'Argylle' no quiere que te la tomes en serio, porque hacerlo es el primer paso para no disfrutarla. Pretende ser un pica-pica en tu boca, una explosión de colores, giros, tiros y giros a la locura con gato adorable incluido que es gustosa siempre que sepas que no vas a encontrarte una propuesta de análisis y butacón, sino de pura feria, goce y despiporre. De esas que piden palomitas, Coca-Cola y dejarse maravillar con las patochadas de un guion tan tramposo que es imposible no cogerle cariño. En plena temporada de premios y de propuestas de gran calidad en cartelera, siempre apetece un refresco que no da más de lo que tiene, pero, francamente, lo hace de la mejor manera posible.
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