Desde que Zack Snyder abriese la lata del Universo Cinematográfico de DC con una 'El hombre de acero' que, pese a las duras críticas recibidas, logró enamorarme por completo, caí rendido ante la apuesta superheróica de Warner y la mítica editorial de cómics. Una sensación que se mantuvo —e incluso se incrementó— con una 'Batman v Superman' aún más controvertida si cabe, pero que apuntaló la oferta de Detective Comics desligándose acertadamente de la competencia directa con una propuesta más adulta y, hasta cierto punto, seria.
Pero poco a poco, el caos terminó apoderándose de un DC Universe sin pies ni cabeza en el que 'Wonder Woman' se mostró como un magnífico soplo de aire fresco, gracias a desastres como 'Escuadrón suicida' y, especialmente, ese doloroso monstruo de Frankenstein titulado 'Liga de la justicia'. Por supuesto, pese a los resultados en taquilla, el feedback negativo y el desprestigio asociado terminaron cobrándose una víctima: un Snyder a quien se desvinculó de la franquicia tras señalarle como principal culpable de todos sus males.
Esto no impidió que la compañía continuase anunciando nuevos proyectos, destacando particularmente una adaptación de 'Aquaman' que alimentó inesperadamente las esperanzas del fandom más desencantado al contar con un titán del medio como James Wan encabezando la producción con una aparente libertad creativa. Y es precisamente el hecho de haber contado con un director tan talentoso como el malayo lo que hace aún más doloroso el tremendo disparate que ha terminado siendo la primera aventura en solitario del Rey de los Siete Mares.
Hablar de 'Aquaman' es hacerlo de una producción trasnochada, anacrónica y excesiva en múltiples aspectos que, haciendo un arriesgado ejercicio de funambulismo, deambula por el fino alambre que separa el mayor de los ridículos de la genialidad autoconsciente y completamente despreocupada por el qué dirán. Un incesante y agotador bombardeo de estímulos audiovisuales, humor de segunda y drama de tercera que te abofetea durante dos horas y veinte minutos para, una vez termina, invitarte a reflexionar sobre cómo es posible entretenerse tantísimo con una abominación de semejantes dimensiones.
Esta dicotomía ya se encuentra presente en los cimientos del largometraje: un diseño de producción al que no debería catalogarse como kitsch, sino directamente como la mayor horterada que se haya visto en pantalla durante los últimos años. Un batiburrillo de referentes introducidos en una picadora y transformados en una hamburguesa de cadena de fast food en la que hay cabida para las criaturas gigantescas al más puro estilo kaiju, unos mundos subacuáticos que parecen extraídos de una versión de 'Avatar' rociada con un bidón de LSD y un diseño de vestuario a medio camino entre cualquier serie Sentai de los años 90 y un episodio de 'Saint Seiya' con extra de brillo en las armaduras.
Si en términos estéticos 'Aquaman' es como uno de esos accidentes que, aunque sean horribles, es imposible dejar de mirar, en lo que respecta a narrativa circula por el mismo camino. Con un libreto delirante que parece haber nacido de una noche de pasión entre cualquier adaptación de 'Flash Gordon' y una obra de William Shakespeare, construido a base de tópicos y clichés, la cinta del superhéroe atlante se pierde entre subtramas, giros disparatados y una supresión de la credibilidad que, una vez asimilada, asegura las carcajadas cómplices; añadiendo un extra de malsana diversión al conjunto.
Si algo puede destacarse de la incursión de James Wan en terreno superheróico, esa es la notable labor de un reparto entregado cien por cien a la —dudosamente noble— causa, entre el que brilla especialmente el dúo compuesto por Amber Heard y Jason Momoa, rebosante de química y que parecen estar pasándoselo en grande mientras protagonizan este ambicioso grandes éxitos de la etapa de Geoff Johns al frente del personaje en el cómic tras la irrupción de los 'New 52', que fusiona varios de los arcos publicados en una única y saturada historia.
Es harto complicado emitir un juicio de valor sobre 'Aquaman', especialmente cuando odias utilizar términos como "placer culpable". Por eso, creo que el mejor modo de definirla es como "la película de Schrödinger": un filme que se encuentra al mismo tiempo entre lo mejor y lo peor del año y que, además, demuestra que Zack Snyder no fue, ni por asomo, el verdugo de un Universo Cinematográfico de DC sin apenas continuidad y del que sólo quedan las ruinas.
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