El puente de Do-Lung era el último puesto militar del río. Más allá sólo estaba Kurtz... (Do Lung bridge was the last army outpost on the Nung River. Beyond it, there was only Kurtz) -Willard
Los integrantes de la lancha, como críos, discuten sobre revistas pornográficas y sobre las chicas que han visto en el show. A continuación, otra lancha se cruza con ellos y, haciendo el bobo, les incendian el techo de plástico de la lancha, de modo que se ven obligados a reparar los desperfectos con paja. Poco a poco, van perdiendo todo rastro de una existencia civilizada. Y lo que les queda. Y nuevamente, la jungla parece responder a sus deseos. En la siguiente parada, entre la lluvia, descubren un campamento destrozado por el temporal, y en él a las chicas del show.
Por supuesto, aquellos decorados estaban dispuestos para otra secuencia, pero un tremendo temporal los destrozó por completo de la noche a la mañana. Sin dejarse vencer por el desánimo, Coppola inventó una secuencia delirante, en la que unas colocadas playmates acceden a acostarse con los ocupantes de la patrullera a cambio de un par de bidones de gasolina que les permita continuar camino. No hay nada especialmente erótico en este intercambio. Es más bien un momento cómico que nada añade, aunque proporciona una buena relajación antes de la trascendental escena del puente. Incluida en el Redux, es lo menos reseñable del nuevo montaje.
Importantísimo, por contra, es el momento en que se topan con el sampan, una especie de barcaza que cruza el río en dirección contraria. Los vietnamitas que viajan en ella tienen un aspecto de inocentes impresionante, pero el jefe Phillips se empeña en registrar la barcaza y le pide a Chef que baje a ella y eche un vistazo. Esto desencadena una carnicería, pues una chica indígena teme que le quiten a su perrito y se pone nerviosa. Filmada con una maravillosa luz de atardecer, este trágico evento parece sacado de cualquier crónica de esa guerra espantosa. Pero lo más importante es que ofrece una nueva vertiente psicológica de Willard, quien no duda en rematar, con una sangre fría impresionante, a la vietnamita moribunda.
Porque Willard ya no se va a detener ante nada para llegar a Kurtz, aunque como él mismo dice, no tiene ni la menor idea de lo que hará cuando le encuentre. En el mismo momento en que se ponen a discutir si llevar a la herida a un puesto de socorro, la ejecuta sin compasión. Son todos unos niños en comparación con él. O más bien unos hipócritas. Primero masacran y luego ponen vendas. Para Willard Vietnam está lleno de mentirosos, y les odia. De ese modo parafrasea lo mismo que dijo Kurtz. De cualquier modo esta trágica secuencia da paso a uno de los bloques más tenebrosos de toda la filmografía de Coppola, aquel que tiene lugar en el puente de Do-Lung, el cual desconozco si existió verdaderamente.
Ya hemos dicho que este relato funciona a modo de capítulos que se interconectan en una larga cadena, como todo relato clásico de itinerario, de viaje físico y anímico. A una esfera le sigue otra, y otra, y otra, en el largo camino hasta Kurtz, y en cada una de ellas está contenida la anterior esfera. Y en la esfera de Do-Lung en particular obtenemos el anverso al ataque de los helicópteros. Ahora la noche es la que manda, y aunque en grado de locura va parejo, la espectacularidad de la puesta en escena desaparece, y otorga mayor protagonismo a una iluminación que por fin se revela en todo su contraste y claroscuro.
Willard acude allí sólo por información, pero obtiene otra clase de información. Coppola, como en un circo demencial, adereza el ambiente con sonidos bufonescos. Siendo Do-Lung la frontera con Camboya y el último puesto fronterizo del ejército norteamericano, es como si la presencia yanqui se despidiera a lo grande en ese puente que se construye por el día y se destruye por la noche. Lance, que le arrebató el cachorrillo a Chef y no se separa de él, acompaña a Willard. Colocado como está, el dantesco espectáculo le parece maravilloso, y hasta pisa la cara de Willard cuando le cree muerto (!!!). Y hace falta tener horchata en las venas para que no se le rompa a uno el corazón viendo al perrito aferrado al pecho de Lance.
Durante toda la secuencia las fuentes de luz son de dos tipos: fijas y lejanas, generalmente bombillas de colores diversos; o cercanas y con movimiento, como luces de alarma. Luces muy blancas que al moverse dejan el plano en negro completamente. Pensamos que es un fundido o que va a haber un corte, pero volvemos a ver el rostro del actor emergiendo de la oscuridad. Cuando Willard le pregunta al primer soldado en la trinchera por el oficial al mando, tan sólo le responde "¿no es usted?", y cuando le pregunta al segundo, un colgado, éste le responde un simple "sí". No va a sacar nada de allí, porque no hay nada que sacar.
Agotados estamos como Willard, y quizá como el propio Coppola. No falta mucho para el final del viaje, pero antes habrá otra parada en cierto lugar fantasmagórico donde podrán descansar. Se trata del extraño encuentro en la plantación francesa, una especie de refugio fantasmal en el que Willard vivirá una experiencia peculiar y que relataremos en el siguiente capítulo de este análisis. Esa será la penúltima parada de este viaje que además de ser un estudio sobre la locura y sobre la guerra, es un ensayo sobre el poder destructivo del ser humano. Muchos cuestionan y ponen en entredicho que Coppola, al querer criticar la guerra y la destrucción que conllevan las ideas, se sirve de ella para crear un espectáculo de terror o de acción.
Pero Coppola sólo quiere expresar la oscuridad del mundo, ya sea a través de la historia de una familia mafiosa o sumergiéndose en la guerra más absurda. Y a su propia ambición responde con sinceridad y coraje, algo de lo que no pueden presumir la gran mayoría de supuestos directores que no sólo no expresan nada, sino que están demasiado preocupados por su cuenta corriente, mientras que Coppola lo perdió todo haciendo esta obra de arte.
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