La iraní Marjane Satrapi se crío en una familia de Teherán de talante progresista, simpatizantes de la revolución antes de que adquiriera un carácter islamista. Vivieron con dolor las restricciones de las libertades individuales, la represión, la imposición del velo femenino y el estallido de la guerra Irán-Iraq, que el nuevo régimen utiliza para consolidarse. El dibujante y guionista David B. le recomendó que narrase su historia en forma de bande-dessinée y así surgió ‘Persépolis’, que recientemente ha visto una reedición en un solo álbum de lo que originariamente eran cuatro tomos.
Con un trabajo muy bien elaborado de síntesis, Satrapi ha convertido esta novela (autobio)gráfica en un largometraje de animación con la colaboración del director de cine y autor de tebeos Vincent Paronnaud, alias Winshluss. El miércoles 31 se estrenará en nuestro país el film que ya lleva tiempo exhibiéndose en Francia. La voz de la protagonista de joven y de adulta la ha intrerpretado Chiara Mastroianni y Catherine Deneuve ha prestado su timbre a la madre, uno de los personajes más interesantes de la cinta.
Para mantener una fidelidad hacia original, los autores han optado por un blanco y negro muy puro, sin apenas tonalidades intermedias, lo cual me parece una decisión muy valiente. En una primera toma de contacto, esta ausencia de gama cromática da una sensación de limitación que hace pensar que va a impedir una narración sólida. Además, el estilo del dibujo, incluso si ya se conoce de haberlo visto en la b-d, puede parecer demasiado esquemático e infantil como para sostener un largometraje entero. Sin embargo, el poder de lo narrado es tan grandioso que inmediatamente se trasciende la teórica inocencia de los dibujos y se penetra en la historia. La redondez de los cuadros añade identificación con personajes y el contraste entre su apariencia naíf y la dureza de lo relatado fortifica el impacto del film. De la misma manera, el blanco y negro se convierte en un instrumento que, lejos de impedir transmitir sensaciones, ayuda a crear la opresión física y política que rodea a Marjane y a su familia en Irán.
La autobiografía de Satrapi es un documento de tanto valor por sí mismo que podría parecer que todo el mérito de la iraní reside en haber contado algo que produce mucha irritación en Occidente y que sin duda va a despertar simpatías. Pero hay algo más. La autora ha sabido, tanto en el tebeo como en la película, quitarle hierro al asunto y no cargar las tintas (nunca mejor dicho), como podrían haber hecho personas más demagógicas, más melodramáticas o de menor talento.
Así, vemos muchos momentos de humor que no estropean el tono general, sino que saben entrar en el instante preciso. Vemos también cómo los dramas más graves son mostrados, pero sin ahondar en la herida, sino pasando rápidamente a otra cosa que nos alivie y nos ayude a olvidar la sensación de dolor. Y, quizá lo más importante: vemos incluso los errores que la propia Satrapi cometió. Ella no se presenta a sí misma como una mártir o como una heroína, sino que reconoce que tomó decisiones equivocadas y que se comportó de manera irreflexiva en muchas ocasiones. Por lo tanto, esta ausencia de maniqueísmo es quizá lo que más valor tiene del film.
Sería lógico que nos conmoviese presenciar cómo un país que vivía en un régimen muy avanzado volvió hacia atrás con medidas casi inhumanas y que las hijas están más reprimidas que las madres. Pero el efecto no sólo lo produce la constatación de esos hechos, sino también la empatía lograda gracias al magnífico retrato de personajes que hace la autora. Satrapi logra una inmensa autenticidad en todo lo que se muestra. Echa mano de una enorme sinceridad, sobre todo atreviéndose a confesar momentos que producen casi tanta vergüenza ajena como las anécdotas de Bridget Jones. Efectivamente, en su dibujo estamos viendo a una niña, a una adolescente, a una joven… Por lo tanto, además de presenciar un relato de una situación política, vivimos la historia de una mujer, de cómo creció, de cómo se sentía. Y quizá uno de los sentimientos más interesantes que se aprecian es el de que ella no hallase que pertenecía a ningún sitio, que siempre se encontrase como una extraña. Si antes decíamos que alguien más manipulador no habría dudado en culpabilizar a otros de todos sus males, también habría resultado sencillo y propagandístico mostrar Europa como la solución a los problemas. Pero, de nuevo, la autora es más realista y sabe hacer ver que no existe el paraíso en la tierra y que todo, incluso la libertad, tiene su precio.
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