Este año se ha estrenado en otros países el documental 'Anvil: El sueño de una banda de rock' ('Anvil! The Story of Anvil') y muchas personas ya lo incluyen en su lista de mejores películas del año. Pero en España sólo aquellas que han conseguido verlo gracias a cauces no oficiales, claro, porque los distribuidores pensarán que un documental sobre una banda poco conocida de heavy metal no interesará a nadie. Incluso a pesar de que en sitios tan remotos, extraños y desconocidos como el Reino Unido ya se haya convertido en el documental musical de mayor recaudación de la historia. Lo cual demuestra el poco tiempo que dedican estos señores a pensar sobre nada.
Actualización del 10 de junio de 2010: el 25 de junio se estrenará 'Anvil: El sueño de una banda de rock' en España. El 20 tocan en en la sala Rock Star Live, de Bilbao; el 22 en Barcelona (sala Bikini) y el 23, en la sala Heineken, de Madrid Cancelado.
No hace falta saber que Anvil fueron, a su manera, unos pioneros del thrash metal: el eslabón perdido entre bandas como Iron Maiden y Metallica. Ni saber, como este documental explica con concisión y claridad al inicio, que Anvil fueron una banda “para músicos” muy influyente – ellos perfeccionaron para el metal la técnica del doble bombo –, pero que no supieron estar “en el momento adecuado en el lugar adecuado”. Lo importante es que el director, Sacha Gervasi, ha hecho una canónica, eficaz y emotiva historia sobre personas que persiguen sus sueños luchando contra todo y contra todos. Sólo que, en vez de apostar por las formas de la ficción melodramática, lo ha hecho por el documental sobre heavy metal.
Gervasi es guionista de 'La terminal', de Steven Spielberg. Si se ve 'Anvil! The Story of Anvil' sin conocer este dato, no es difícil adivinar que quien ha estructurado el material es un guionista, ya que el resultado es una demostración palpable de cómo los documentales pueden someterse igual que las ficciones a las estrategias y los recursos que se emplean en los guiones. Cuando se habla de manipulación en un documental, se suelen estar planteando trucos más demagógicos o ilícitos, como la selección sesgada de los datos que se van a transmitir, la omisión completa de una parte de la información que no interesa que se conozca, la elección parcial de las personas que van a intervenir e incluso la pura y dura mentira.
Pero, sin llegar a una manipulación interesada en que el espectador se quede con una idea o quede orientado hacia una tendencia política que al autor le conviene, puede existir una manipulación realizada con la intención de que el espectador se emocione o de que le guste lo que está viendo más que si fuese un mero relato de los hechos. Si los analizamos bien, veremos que ningún documental o casi ninguno plantea los hechos con pura frialdad y con una objetividad absoluta. La intervención es inevitable, desde el momento en el que se está haciendo una selección, pues no se puede mostrar todo —es igual que para hacer una fotografía se elige desde dónde tomarla, qué incluir dentro del encuadre y qué dejar fuera—. Pero en este caso no hablaríamos simplemente de ese tipo de intervención imprescindible, sino de una intencionalidad mayor.
Como ocurriría en las buenas películas de ficción, aquí sucede que nos importa bien poco cuál sea el ambiente en el que se desarrolla la historia narrada. Se trata de un grupo de heavy-metal, lo cual, en un documental al uso, sería motivo más que suficiente para que los únicos espectadores posibles fuesen los seguidores de este estilo musical. Sin embargo, en el film que nos ocupa, incluso alguien que prefiera a Laura Pausini se puede emocionar con los integrantes del grupo Anvil. Porque lo que interesa es la historia humana que hay detrás y lo que emociona es la actitud y la personalidad de sus protagonistas.
De esta manera, aunque muchos estuviesen tentados de comparar ‘Anvil! The Story of Anvil’ con el otro gran documental sobre metal de la historia reciente – la excelente ‘Some Kind of Monster’ sobre la banda Metallica – lo cierto es que son películas diametralmente opuestas. Si bien es cierto que las dos sacan a la luz aspectos del heavy metal a los que se da poco (doble) bombo – principalmente, ver a los heavies llorando – ‘Some Kind of Monster’ adopta ropajes más propios del reality show para que veamos la oscura trastienda que acompaña al éxito masivo. Sin embargo, ‘Anvil’, es un drama canónico sobre perdedores con una precisión en su desarrollo argumental y con una perfección en su montaje que asustan más que el más satánico de los riffs que pudiesen componer los miembros de Anvil.
Cuando hablo de casi “perfección” me refiero a que, en sus ajustadísimos 80 minutos, todos los elementos que se ponen en juego son tan necesarios y relevantes como aquellos que se escribirían en un buen guión clásico: no es casual, por ejemplo que haga una somera descripción del grupo, al inicio del documental, aprovechando las imágenes de su participación en el Monsters of Rock de Japón. Como este detalle, muchos más que tampoco desvelaré para no estar escribiendo “spoiler” toda la crítica.
Rítmicamente, ‘Anvil. The Story of Anvil’ también sabe equilibrar, de forma ejemplar, los momentos de peripecia de la banda con aquellos otros instantes introspectivos de sus protagonistas en los que podemos ver, con más sosiego, la amistad entre el cantante (Lips) y el batería (Robb Reiner, nada que ver con el director de ‘This is Spinal Tap’) o la relación de éstos con sus amistades y, sobre todo, su familia. Los personajes secundarios – productores musicales, promotores... – también son administrados sabiamente a lo largo del metraje para ir logrando los correctos puntos de inflexión que esta “falsa ficción” necesita. Por poner un ejemplo: todo se estructura para que la entrada en juego el mítico productor Chris Tsangarides – un gurú del metal que también ha trabajado con gente como Depeche Mode o Tom Jones – funcione como un clímax. Pero el guión, a continuación, tras haber introducido a Tsangarides como posible salvador de Anvil, presenta un obstáculo monetario. Y así sucesivamente: cada resolución de un conflicto genera un conflicto nuevo. Como en las películas mejor escritas.
Incluso, en ocasiones, reaparecen ciertos personajes en situaciones que suelen ser definidas como “oro documental” – expresión inventada a raíz de la suerte/desgracia que tuvo Michael Moore en ‘Fahrenheit 911’ cuando la ultraderechista y belicista madre de un soldado cambia radicalmente de opinión después de que su hijo muera en la guerra de Irak—.
No revelaré la resolución de la película pero, como en la mejor versión posible de ‘Rocky’, creo que es casi imposible no echar una lagrimita al final. Que eso pueda hacerse con un señor que toca un estridente ‘Metal on Metal’ haciendo el solo de la guitarra con un vibrador, sólo es el mejor testimonio posible de lo bien que ha llevado a puerto Sacha Gervasi su difícil apuesta documental.
Me pregunto si el éxito masivo de los documentales —hasta ahora eran productos para minorías o destinados a las televisiones— llevará a un futuro en el que todos estén tan estructurados como éste, a modo de ficción. Y, de ser así, me pregunto también si esa distinción que hacemos ahora debería borrarse, pues ya las diferencias van a ser pocas y más bien carentes de importancia, como que los sujetos se interpreten a sí mismos en lugar de que haya actores y que las situaciones se tomen en directo en lugar de recrearlas. Con el tiempo, obtendremos la respuesta. Aunque quizá la mejor pregunta no es si ocurrirá, sino si será algo positivo o, por el contrario, la pérdida de una de las vertientes del cine que más pureza podrían tener.