Jesse y Céline se conocen en 1995 en un tren con destino a París. Deciden pasar una noche juntos en Viena y al despedirse prometen verse 6 meses después en el mismo lugar. Fin. Así terminaba 'Antes del amanecer' —sí, un poco de spoiler— y dejaba a elección del espectador si se reencontrarían o no. De repente y casi por sorpresa, Richard Linklater decide seguir los pasos de sus protagonistas nueve años después de aquel encuentro y en 2004 estrenaba 'Antes del atardecer', donde los personajes vuelven a encontrarse ya pasada la treintena y con muchas más experiencias a sus espaldas.
Nueve años sin saber nada el uno del otro y durante los cuales que han pasado muchas cosas para los dos personajes. Tal como haría Truffaut con Antoine Doinel, Linklater recupera a estos dos jóvenes enamorados para mostrárnoslos años más tarde y poder constatar el paso del tiempo no sólo en sus rostros, sino también en su forma de relacionarse el uno con el otro y de ver la vida, y en definitiva un punto de vista mucho más maduro.
Casi una década después de su primer encuentro, Jesse y Céline vuelven a encontrarse. Ella trabaja para una ONG, vive con un reportero de guerra y está desilusionada con la vida y la sociedad en la que vive. Él se ha casado y tiene un hijo, y ha escrito una novela de éxito basada en un romance de una noche en las calles de Viena y viaja ahora a presentarla a París. No necesitamos saber más de cómo han sido estos nueve años en los que no se han visto, sólo queremos saber por qué no se encontraron como prometieron y si sigue existiendo la misma chispa entre ellos, a pesar del paso del tiempo y lo vivido. Y sí que existe. Vaya si existe.
En 'Antes del atardecer', Jesse y Céline se encuentran en París. Es un encuentro algo torpe en el que ambos intentan no demostrar su emoción por el reencuentro. En esta ocasión, sólo tienen 80 minutos para ponerse al día, contar por qué rompieron su promesa —o no— y descubrir que aquello que sintieron años atrás no fue algo que pase todos los días. Rodada casi a tiempo real y casi sin tiempo para la elipsis, Linklater nos cuenta los últimos nueve años en la vida de estos dos personajes con diálogos nada forzados y sútiles que describen todo lo vivido. En ningún momento dudamos de que sean los mismos personajes que conocimos en aquella Viena de los años 90, su evolución es perfecta, sin florituras ni necesidad de evidencias desagradables 'made in Hollywood'.
Como ya ocurría con la primera entrega, 'Antes del atardecer' vuelve a convertirse en un retrato fiel de una determinada edad, la treintena. Los protagonistas no se han visto en nueve años y en casi una década sus vidas han cambiado mucho. Él está casado y es padre y afronta el nuevo encuentro con Céline con ilusión y como una nueva oportunidad para hacer las cosas bien. Por su parte, ella vive con un reportero de guerra que nunca está en casa, lo que le permite vivir con total libertad y posicionarse de forma escéptica ante las relaciones de pareja. El paso del tiempo es evidente y los personajes son más maduros, y se muestras más desilusionados ante la vida y ante todos aquellos sueños que nunca se cumplieron. Pero hay algo que nunca cambiará y que es lo que consigue que el espectador entre de lleno en la relación: los pequeños gestos, las miradas cómplices y a veces furtivas, su forma de tocarse...
Y una vez más, una ciudad emblemática vuelve a convertirse en testigo de esta historia de amor extraordinaria: París. Richard Linklater huye de los tópicos turísticos parisinos y nos lleva a recorrer rincones menos conocidos, más calmados de la ciudad, coincidiendo con el estado de ánimo más tranquilo y maduro de los personajes. Un café en el Barrio Latino, un paseo por la Promenade Plantée y un recorrido en bateaux mouche por el Sena para terminar en un antiguo estudio parisino. Otra vez, la ciudad se convierte en un personaje más y en metáfora de la relación de Jesse y Céline.
Una vez más, la complicidad entre sus dos protagonistas, una bellísima Julie Delpy y un algo demacrado Ethan Hawke se convierten en elementos clave para que esta historia termine de cuajar y ser todavía más real y convincente. Ambos actores respiran verdad y los diálogos fluyen sin ser forzados, dando sensación de improvisación —estoy convencida de que hay mucho trabajo de improvisación en toda la trilogía—. Delpy y Hawke aceptan sus roles con mayor soltura, sin miedo a mostrar el paso del tiempo físico y una mayor madurez emocional, pero sin perder nunca la ilusión y el jugueteo inocente —sobre todo en la última y maravillosa secuencia del film— que tanto nos conmovió en la primera entrega.
Sí, en 'Antes del atardecer' Richard Linklater consigue una vez más que caigamos rendidos a los pies de esta historia de amor, arruinando para siempre nuestro concepto de lo que una relación de pareja debería ser...y lo hace a ritmo de vals y Nina Simone. ¡Bravo, Richard, bravo!
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