Mitchell Leisen es la demostración palpable de que los genios también se equivocan. Me refiero a uno de nombre Billy Wilder, que el mismo año que escribía para su muy superior maestro, Ernst Lubitsch, en la mítica ‘Ninotchka’ (id, 1939), hacía lo propio, y al lado de su colaborador Charles Brackett, en ‘Medianoche’ (‘Midnight’, Mitchell Leisen), una de las cumbres de la comedia estadounidense. Más tarde vinieron ‘Arise, My Love’ (1940) y ‘Si no amaneciera’ (‘Hold Back the Dawn’, 1941), otra cumbre, pero esta vez del melodrama; y sin embargo no fueron del agrado de Wilder que precisamente por eso se metió a director.
Sostenía el dios de Fernando Trueba que Leisen estropeaba sus libretos con su puesta en escena. Lo cierto es que viendo las citadas, con la perspectiva del tiempo, Wilder debía de tener otras razones para sostener tal argumento. En el caso de ‘Una chica afortunada’ (‘Easy Living’, 1937), el guion recae en alguien tan prestigioso como Preston Sturges, que también debutaría tras las cámaras al poco de colaborar con Leisen. La presente es una comedia loca de enredo que no ha perdido un ápice y algunos de sus elementos están más presentes hoy día que en el momento de su estreno.
Edward Arnold, uno de esos entrañables secundarios de la época dorada de Hollywood, da vida a J.B. Ball, un importante millonario que, harto de que su mujer derroche dinero comprándose ropa y joyas, decide tirar un abrigo de 54.000 dólares por la ventana, y va a caer en manos de Mary Smith, una Jean Arthur tan guapa y encantadora como siempre, chica pobre que verá como su vida cambia radicalmente a partir de tan insólito hecho. La gente creerá que es la amante del millonario y empezarán a obsequiarla con todo tipo de regalos única y exclusivamente por la publicidad que ello conlleva.
El frenético ritmo de la vida
Así, el dueño de un hotel a punto de la bancarrota por culpa de falta de pago de una hipoteca, precisamente en el banco de Ball, cederá a Mary la mayor suite al ridículo precio de 8 dólares a la semana más desayuno. De esta forma, el hotel será nido de “buitres” que buscan en la pobre mujer la imagen para que sus marcas, ya sean coches, perfumes o joyas –en el film se utilizaron joyas valiosísimas, vigiladas durante todo el rodaje−, crezcan en fama y prestigio, sólo porque la supuesta amante de un importante banquero las usa.
‘Una chica afortunada’ enlaza gag tras gag y posee un ritmo tan endiablado que a veces es difícil seguirlo. Por supuesto, el slapstick y la screwball comedy están más que presentes en diversos momentos del film, pero llama poderosamente la atención aquel que transcurre en un local de comida de autoservicio, aquel en el que se conocen Mary y John Ball (Ray Milland), el hijo del millonario, que tiene una difícil relación con su padre. El instante de la comida al servicio de todos, y una jauría de personas hambrientas que se echan a cogerla como verdaderos animales salvajes, es desternillante, pero posee un subtexto demoledor, triste, de rabiosa actualidad.
A los diálogos, absolutamente ingeniosos –atención a aquel breve sobre el autobús tras la caída del abrigo, en el que se establece un paralelismo entre la palabra hindú “Kismet” (destino) y la expresión “Kiss me” (bésame)− hay que sumar las obviamente maravillosas interpretaciones, en las que naturalmente destaca Arnold, y un manejo de los tempos por parte de Leisen absolutamente envidiable. La confusión, y a partir de ella, los diferentes puntos de vista, detalle magistral que parte de no tener toda la información –algo también muy común hoy día−, provocando un auténtico río de situaciones delirantes. Magistral.
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