Añorando estrenos: 'Un león en las calles' de Raoul Walsh

Pocos años antes de hacerse famosa participando en la enormemente popular ‘Perry Mason’ (1957-1966), la actriz Barbara Hale intervino en numerosas películas, siendo una de las mejores ‘Un león en las calles’ (‘A Lion is in the Streets’, Raoul Walsh, 1953). Se trata del segundo largometraje que Walsh realizó aquel año, entre el estimable ‘Los gavilanes del estrecho’ (‘Sea Devils’) y ‘Fiebre de venganza’ (‘Gun Fury’), ambas con Rock Hudson.

El film narra el ascenso y caída de un muy activo y querido político al que interpreta James Cagney. Basada en una novela, obra de Adria Locke Langley, en la única adaptación cinematográfica que se hizo de uno de sus trabajos, recuerda también a ‘El político’ (‘All the King’s Men’, Robert Rossen, 1949). Una película que se vuelve de repente muy actual por emitir un nada esperanzador retrato sobre los políticos corruptos, pero sobre todo sobre la masa que les sigue ciegamente. En pleno 2017 la historia nos suena a todos.

Lección de narración

‘Un león en las calles’ dura tan sólo 83 minutos y es otra muestra de la narrativa de Raoul Walsh, sin duda, uno de los mejores contadores de historias a 24 fotogramas por segundo. En un film en el que la política queda entre dicho, el personaje central semeja una exageración en sí mismo, y el pueblo no las tiene todas consigo, la fuerza de Walsh reside en la intensidad de su puesta en escena, tanto que es incomprensible que esta película no suela citarse entre las mejores obras de su director. Una de las típicas injusticias a la hora de escribir algo que cada uno debe reescribir concienzudamente: la historia del cine.

Cagney da vida a Hank Martin, un vendedor ambulante que, tal y como el personaje no se cansa de repetir, tiene de todo, el cliente sólo tiene que pedir qué desea. En una tarde lluviosa, mientras realiza su trabajo, conoce a Verity (Barbara Hale) de la que se enamora al instante proclamando que ha conocido a la que se convertirá en su esposa. Una magistral elipsis muestra a Verity ya como compañera en las andanzas de Martin, quien se abrirá un gran camino político con vistas a ser gobernador.

Para retratar a Martin Walsh deja en manos de Cagney la completa composición de un personaje al que es fácil amar y también odiar. Suya es una de las frases más terribles del film: “Claro que la gente es amable, sólo tienes que tocar la tecla adecuada y bailarán a tu son completamente”, discurso que el director se encarga de llevar al extremo en lo que es una carga de profundidad hacia lo fácil que es manejar a la masa y hacerse con la opinión pública.

Política y religión, a un paso

Walsh no sólo se vale de una más que intensa interpretación de James Cagney, también pone toda la carne en el asador a la hora de criticar la demagogia política, tan de moda estos días, si es que alguna vez ha dejado de estar de moda. Para ello construye un par de poderosas secuencias apoyadas en la energía de Cagney y hasta cierto punto exageradas, con su clímax en la secuencia del juicio, con un hombre herido de muerte y luchando por una causa que todos creen justa, y que no es más que el trampolín de Martin hacia el puesto de gobernador.

Dichos instantes establecen un paralelismo tan lógico como atrevido: política y religión. Martin se aprovecha de la fe de los que le siguen para establecer muy dudosos discursos sobre lo que es bueno para el pueblo. Walsh compara la fe ciega de un creyente con la misma fe de alguien que sigue a un político, repartiendo la culpa entre el orador y manipulador y los que le siguen en total confianza. En ese punto ‘Un león en las calles’ posee aún más fuerza crítica que la laureada ‘El político’, llegando hasta las últimas y coherentes consecuencias.

Aunque todo el reparto está estupendo, con Hale dando vida a una mujer que poco a poco va viendo cómo es su marido, la estrella absoluta de la función, nunca mejor dicho, es James Cagney. Borda un personaje con el que muchos habrían caído en el ridículo. Se mueve dentro de la secuencia como si fuese un bailarín —de hecho, lo era— controlando tanto su voz como su interpretación física, yendo de un extremo —las secuencias tranquilas— al otro —las intensas— con enorme facilidad y sin que resulte forzado. El león del título.

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