Hace poco la red entera se hacía eco del fallecimiento de Philip Seymour Hoffman, y no es para menos, uno de los mejores actores de su generación, alguien que acabaría siendo, si no lo era ya, un monstruo interpretativo de primera categoría. Sólo un día antes fallecía un actor como Maximilian Schell, y la red no hirvió tanto. El desconocimiento popular una vez más haciendo de las suyas, aunque es mejor no entrar en comparaciones, ya que Seymour Hoffman era mucho mejor actor que el austriaco, quien sí podía presumir de haber participado en alguno de los míticos títulos del séptimo arte, como el que hoy nos ocupa. ‘Topkapi’ (id, Jules Dassin, 1964) fue uno de los grandes exitazos de los sesenta y un título influyente donde los haya en el subgénero de robos.
En una entrevista el propio Dassin decía que durante años le habían colgado el sambenito de ser el creador de los grandes robos en el cine. Recordemos el impresionante momento en ‘Rififí’ (‘Du rififi chez les hommes’, 1955) en absoluto silencio, un robo llevado a cabo con una precisión que asustaba, y filmado aún con mayor precisión. ‘Topkapi’ repite la operación aunque el tono de la película es de comedia ligera. Ambos elementos influyeron poderosamente en el cine posterior sobre bandas de ladrones que querían llevar a cabo el robo del siglo. Sin ir más lejos, todo el serial, y por ende las películas, de ‘Mission Impossible’ beben sin descaro del presente film, sobre todo en lo que respecta a la ejecución del robo con el que la película de Brian De Palma guarda no pocos parecidos.
Cuenta Dassin que en su momento le propusieron la realización de ‘Rufufú’ (‘I Soliti Ignoti’, Mario Monicelli, 1958), pero que declinó la oferta porque no le parecía bien hacer una parodia de su mítica película, como en la medida de lo posible también evitaba mostrar la violencia —aunque mostrándola por ejemplo en ‘Fuerza bruta’ (‘Brute Force’, 1947) lo hace sin piedad y reparos—, la cual no le gustaba nada. De hecho el primer borrador del libreto de ‘Topkapi’ —basado en la novela ‘The Light of Day’ de Eric Ambler— contenía una secuencia de robo llena de disparos, algo que desagradó a Dassin profundamente por lo que lo rechazó, y eso que hablamos de una película de encargo que el director hizo porque necesitaba el dinero. Aun así la convirtió en algo personal y diferenciable, una comedia llena de alegría que no era otra cosa que un ataque sin prejuicios al capitalismo.
Maximilian Schell da vida al cerebro de la operación, Walter, que al lado de Elizabeth —Melina Mercouri, casada con Dassin por aquel entonces, y en un personaje extravagante tan característico suyo, con un marcado punto de locura—, con la que ya participó en trabajos pasados, organiza el robo de una valiosa joya en un museo en Estambul, con una particularidad, esta vez echarán mano de aficionados para el trabajo con el fin de no ser los principales sospechosos cuando el robo se descubra. Así pues el equipo de ladrones estará formado por algunos de los más variopintos personajes que ha dado una película de este estilo, creado lógicamente escuela —no hay film posterior parecido que se salga de ese esquema—. Entre todos ellos destaca sobre todo Peter Ustinov, por su rol de profesor de historia estafador, y que le reportaría un Oscar —el segundo de su carrera— al mejor actor de reparto, con un personaje clave para la ejecución del robo, y más aún, el éxito del mismo.
Al lado del actor británico demuestran su buen hacer, sobre todo por encontrarse en una cinta que está llena de alegría, cual comedia loca que simplemente celebra la vida, como muchas de las cintas de la etapa final de Dassin, actores como Akim Tamiroff, como excelente borrachín, Robert Morley y sobre todo Melina Mercouri, a quien Dassin da total libertad en su composición, lo mismo que a Maximilian Schell, quien no está a la altura —a pesar de ser el que contiene el mejor diálogo al principio del film, aquel que atañe a la inteligencia y a las armas—, y forma una más que extraña pareja, no sobrada de feeling, con Mercouri, personaje femenino sin ningún tipo de prejuicio o tabú, insinuaciones sexuales incluidas.
‘Topkapi’ es ante todo una comedia, no una parodia, que además de asestar un golpe con gracia al mundo del capitalismo, celebra la vida en su esencia. De ahí que recoja mucho del día a día en Estambul, mostrando a sus habitantes en todos sus quehaceres, en una ciudad viva, alegre, con tradición. Seguro que la película aportó lo suyo en la subida de turismo al lugar, pero es que además, Dassin utiliza a las gentes de allí como celebración del robo. Atención al montaje con los aplausos del público en la fiesta, sincronizados con la ejecución final del robo. Y aunque la ley consigue atrapar a los autores del robo, ‘Topkapi’ concluye como si estuviera empezando, con títulos de crédito presentando a los actores, con sus personajes ya en otro contexto: Rusia. Avanzan alegres hacia el Kremlin, en busca de unas valiosas joyas mientras la alegría no cesa.
Puede que Dassin fuese mejor cuando no hacía concesiones, cuando se mostraba duro y cruel, tal y como es la vida, pero ese optimismo, o rebeldía disfrazada de alegría, caracterizó el cine de sus últimos años. Una evolución de lo más coherente en su obra.
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