En los once años que llevo en las páginas de Blogdecine he ido trayendo, sin ningún orden concreto, algunas de las películas de uno de los cineastas mal llamados clásicos —etiqueta para los que se pierden sin ellas—. William A. Wellman siempre será recordado por haber dirigido la primera película ganadora de un Oscar a la mejor película: ‘Alas’ (‘Wings’, 1927), y en nuestro país caló muy hondo el pase televisivo de ‘Caravana de mujeres’ (‘Westward the Women’, 1951).
Apodado “Bill the Wild”, debido a lo tiránico y bestia que era en los rodajes, Wellman tocó prácticamente todos los géneros. Gustaba sobre todo de narrar historias en las que sus personajes se enfrentaban a una situación extrema. Wellman sacaba entonces lo mejor, y sobre todo lo peor, del ser humano, retratado sin piedad. Wellman no tenía nada que envidiar a directores más “famosos” —eufemismo para no decir nombres, así evitamos rasgadas inútiles de vestiduras— en cuanto a sensibilidad.
El lado humano de los G.I. Joe
‘También somos seres humanos’ (‘The Story of G.I. Joe’, 1945) fue definida por Eisenhower como la mejor película bélica jamás hecha. La intención de la productora era la de incluirla en el grupo de films bélicos que en aquella época se hacían para levantar el ánimo a la nación, y sobre todo a las tropas en el frente. Su preparación duró más tiempo del estimado, llegando a ser una de las últimas películas visionadas durante la gran contienda. Pero Wellman, tipo listo, fue mucho más allá de la propaganda. Atravesando ideales metió el dedo en la llaga y se quedó hurgando en el lado humano.
Wellman había sido piloto de guerra en la primera gran contienda. Odiaba la infantería y sencillamente no quería dirigir la película. El productor —uno de esos inteligentes que ya no quedan— estuvo insistiendo hasta la extenuación. Sabía que Wellman era el director perfecto para la película. Finalmente aquél accedió tras pasar bastante tiempo intercambiando impresiones con el corresponsal de guerra Ernie Pyle, que estuvo todo el rodaje aconsejando, y que falleció al poco de concluirse la película.
‘También somos seres humanos’ es un título mucho más adecuado que el original ‘The Story of G.I. Joe’ —de dicho título sacó la compañía juguetera Hasbro el nombre para uno de sus muñecos más populares—. El film narra el día a día de la primera unidad de soldados estadounidenses que combatió cuerpo a cuerpo en la guerra. Desde Túnez a la Italia ocupada tienen lugar las desventuras de un grupo de personajes a los que Wellman trata por igual, sin que ninguno destaque por encima del resto. El espectador los irá conociendo a todos, y tendrá su guía particular en el rol de Robert Mitchum.
Mortal fuera de campo
Wellman no escatima en mostrar la crudeza de toda guerra. El atroz realismo, sorprendente para la época —uno puede notar el cansancio de los soldados, el barro, la suciedad, el hambre…—, se combina a la perfección con la visión de la muerte. El director acierta al mostrarla siempre fuera de plano. Jamás vemos una muerte en pantalla. Los personajes van desapareciendo, sorprendiendo tanto a sus compañeros como al espectador, desde el primer muerto —atención al detalle del perro— hasta el último, probablemente el más sentido por totalmente inesperado.
Fotografiada por ese grande que fue Russell Metty —se hizo cargo de las penumbras y colores de infinidad de films, entre ellos ‘Sed de mal’ (‘Touch of Evil’, Orson Welles, 1958) o ‘Espartaco’ (‘Spartacus’, Stanley Kubrick, 1960), por la que ganó un Oscar—, ‘También somos seres humanos’ es un claro precedente de la genial ‘Salvar al soldado Ryan’ (‘Saving Private Ryan’, Steven Spielberg, 1998), con la que guarda paralelismos en las situaciones, y cómo no, en el carácter grupal del relato.
Desoladora de principio a fin, como cualquier guerra lo es, la película no realiza concesiones de ningún tipo. Uno puede simpatizar con determinados personajes —hay donde elegir—, para en el momento menos inesperado sentir un puñetazo anímico sin la más mínima contemplación. ‘También somos seres humanos’ tiene más de film antibélico que de película de propaganda. Sus imágenes finales, con hombres cansados de luchar, caminando hacia el atardecer, posee un tono elegíaco que nos deja mudos. Una obra maestra.
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