‘Southpaw’ (2015) es una de las películas dirigidas por el interesante —a veces— Antoine Fuqua, quien pronto estará en el punto de mira por atreverse con el remake de ‘Los siete magníficos’ (‘The Seven Magnificent’, John Sturges, 1960), que ya era un remake. Llama poderosamente la atención que un film como el que nos ocupa no haya conocido estreno comercial en nuestras salas, más aún cuando se trata de un espectacular drama pugilístico con Jake Gyllenhaal ofreciendo todo un tour de force.
Sin embargo a estas alturas no deberíamos sorprendernos del retraso en el estreno de una película, o directamente el no estreno. Estamos más que acostumbrados a que la distribución pase de largo sobre determinadas películas, que no sólo depende de ellos, evidentemente —los exhibidores y la posible demanda de determinado producto, también son factores a tener en cuenta, aunque al final los grandes perjudicados son el público y el propio cine—. ‘Southpaw’, sin ser una gran película, no merecía tal desprecio.
Guión a ratos muy tópico
‘Southpaw’ no se diferencia demasiado del resto de películas de ambiente pugilístico. Podríamos citar joyas como ‘Nadie puede vencerme’ (‘The Set-Up’, Robert Wise, 1949), ‘El ídolo de barro’ (‘Champion’, Mark Robson, 1949) ‘Marcado por el odio’ (‘Somebody Up There Likes Me’, Robert Wise, 1956), ‘Más dura será la caída’ (‘The Harder They Fall’, Mark Robson, 1956) o ‘Toro salvaje’ (‘Raging Bull’, Martin Scorsese, 1980), entre otras. ‘Southpaw’ se encuentra en un camino intermedio entre las grandes obras y otras que destilan un ramplón populismo y que no voy a citar.
(From here to the end, Spoilers) Lo lógico en un film de estas características es ver cómo un boxeador, de origen humilde, se va haciendo un hueco y nombre en el deporte, para terminar transmitiendo un sueño de esperanza mientras una adecuada banda sonora realza el momento y hay vítores de emoción. ‘Southpaw’ ya nos muestra a un boxeador, Billy Hope (Jake Gyllenhaal) en la cumbre, con más de cuarenta victorias y ninguna derrota. Todo su mundo se viene abajo cuando su mujer fallezca en una por accidente de un disparo.
Hay que reconocerlo, que la muerte del personaje de Rachel McAdams suceda a la media hora del comienzo es algo en cierta medida inesperado. El truco de guión se subraya cuando acto seguido Hope pierde la custodia de su hija debido a que ha perdido el rumbo de su vida, teniendo que partir de cero. De esta forma el espectador casi se siente obligado a estar del lado de Hope, a desear que vuelva a triunfar en su vida. Por supuesto tal oportunidad vendrá de la mano del personaje de Forest Whitaker, antiguo boxeador, ahora entrenador, con claros ecos del Morgan Freeman de ‘Million Dollar Baby’ (íd., Clint Eastwood, 2004).
Inmenso Gyllenhaal y vigorosa puesta en escena
Ecos que también pueden notarse en el uso de la fotografía, obra de Mauro Fiore, en las secuencias que comparten únicamente Gyllenhaal y Whitaker en el gimansio que regenta el personaje del segundo. Las sombras de un pasado tormentoso, que ademas sugieren la constatación de que la vida es una mierda sin sentido, sin duda uno de los aspectos más inteligentes del relato al mantener un equilibrio con el lado “falso” de la vida que el film ofrece, y al que termina derivando no sin cierto poso de amargura.
Dejando a un lado la eficacia de Antoine Fuqua —un narrador mejor de lo que parece—en la puesta en escena, sobre todo en los combates —atención al último, tan espectacular como realista—, la gran baza de ‘Southpaw’ es su protagonista, Jake Gyllenhaal. El actor se entrega en cuerpo y alma, nunca mejor dicho al personaje, y basa su interpretación en el perfecto control de la emoción contenida, trasmitiendo sobre todo con su cuerpo. No son pocas las secuencias en las que se usan las manos del protagonista —su hija acariciándolas— que además de boxear construyen una vida.
‘Southpaw’ a veces es demasiado convencional. Sus fallos residen en un guión muy típico y calculado; sus aciertos en la labor de un director capaz de solventar, o compensar, un libreto trivial con una dinámica puesta en escena. El mensaje está claro; al final padre e hija se funden en un predecible abrazo mientras Fuqua les da privacidad. Un abrazo que para ganárselo, Hope ha tenido que aguantar una buena tunda de hostias. Como en la vida.
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