Burt Lancaster fue una gran estrella de Hollywood. Una filmografía de lo más atractiva, tocando todos los géneros, juntándose con ilustres directores, lo mejor de lo mejor en algunos casos, en la que es realmente difícil elegir los mejores títulos, incluso los peores. Pero cuando se le preguntaba al actor que demostraba que la intensidad también era una técnica de interpretación por su peor película, él respondía que la que menos le gustaba de todas en cuantas participó fue ‘Soga de arena’ (‘Rope of Sand’, William Dieterle, 1949).
La película es una producción de Hal B. Wallis, que quiso repetir la operación de ‘Casablanca’ (id, Michael Curtiz, 1942), sin contar con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en los principales papeles. Pero el plantel de secundarios salieron de allí, nada menos que Paul Henried, Claude Rains y Peter Lorre secundan a Lancaster en una película en la que Dieterle pone en sus manos personajes fascinantes y casi únicos dándoles una libertad increíble.
‘Soga de arena’ no está evidentemente a la altura del film de Curtiz, pero hay en ella elementos demasiado atractivos e inteligentes como para despreciarla. Sí es cierto que su mayor defecto reside en una mezcla de géneros nunca del todo concretada. Hay en este film aventuras, Film Noir, drama e historia de amor, todo bañado con un extraño humor negro y un sentido del espectáculo bastante tenebroso, por así decirlo.
Personajes sin moral
Dieterle era un director al que le gustaba jugar con las sombras, a veces tirando hacia el suspense, otras simplemente para retratar los aspectos negativos de sus personajes. En ‘Soga de arena’, tal y como reza la voz en off al inicio del film, la historia se desarrolla en un lugar indeterminado de África al que personajes de la más diversa calaña llegan esperando encontrar diamantes que les solucionen sus tristes existencia. En dicho lugar la ley simplemente no existe.
Burt Lancaster da vida a Mike Davis, un antiguo buscador de diamantes que en una aventura anterior había dejado un muerto y varios diamantes que nunca fueron encontrados. Nada más llegar tendrá la oposición de todos aquellos que quieren arrebatarle las valiosas piedras. Una película pues, en cierto modo, sobre la avaricia y el peligro de desear aquello que no te conviene. A los personajes centrales de ‘Soga de arena’ sólo les motivan los diamantes.
Paul Henried es el antagonista de Lancaster, un militar machista y perfeccionista que cree que puede tener cualquier cosa o a cualquier persona sólo porque es refinado y posee una fortuna. El actor está fantástico transmitiendo la inseguridad e incomprensión cuando es rechazado y engañado por una mujer que prefiere a Davis (Lancaster). Como árbitro que sólo intervendrá para alargar el enfrentamiento y así prologar su divertimento como espectador, un Claude Rains pletórico.
Intensidad y violencia
Rains es Arthur Martingale, uno de los dueños del lugar, demasiado mayor para aventuras amorosas, pero retorcido hasta la médula en su plan con Suzanne —Corinne Calvet en su debut en el cine, intentando estar a la altura de las grandes femmes fatales del género, sin conseguirlo—, y con reflexiones sobre las mujeres de lo más atrevidas. Un personaje entre malévolo y simpático; como el de Lorre, que es algo así como la conciencia de Davis cada vez que se le aparece. Un poco de metalenguaje en un film que lo abarca casi todo.
Porque en ‘Soga de arena’ hay lugar incluso para el terror, género que Dieterle llega a acariciar en un par de ocasiones, como el fabuloso flashback que relata la aventura por la que Davis es recordado, o el enfrentamiento nocturno de éste con Vogel (Henried), son la única luz de los faros del coche militar. Ambas secuencias son de una estremecedora fisicidad y violencia, en la que además puede pasar cualquier cosa. Sin duda, los dos momentos más brillantes del film.
‘Soga de arena’ no me parece la peor película que protagonizó Burt Lancaster, ni de lejos. Posee cambios bruscos de ritmo y un tono indefinido, pero está todo muy acorde con el aviso inicial del film. Es una película sobre personajes intensos, movidos por la avaricia y el deseo más salvaje, cercanos quizá a la locura que sólo se da en lugares recónditos en los que el excesivo calor altera la mente.
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