Ahora que se ha estrenado entre nosotros la última obra de Martin Scorsese, ’Silencio’ (‘Silence’, 2016), es buena ocasión para recuperar la primera versión cinematográfica que adapta la novela de Shûsaku Endô. Precisamente el autor de la obra literaria odiaba el final del film dirigido por el, por estos lares, poco conocido Masahiro Shinoda, quien, en contra de los deseos del novelista, lo cambió para ofrecer un final realmente cortante y duro. También mucho más coherente.
Siglo XVII. Japón, a comienzos del llamado período Edo, que ocupó aproximadamente dos siglos y medio en la historia del pueblo nipón. Durante ese periodo, debido a las relaciones comerciales de Japón con Europa, el cristianismo fue considerado una religión peligrosa que desestabilizaba al pueblo. Muchas personas fueron ejecutadas, entre misioneros, conversos y cristianos. Los españoles fueron expulsados. Japón sólo permitía visitas a China, holandeses e ingleses.
El cristianismo extendiéndose
‘Silence’ narra cómo dos de esos misioneros, en concreto portugueses, luchan infructuosamente contra el impedimento, por parte de los señores feudales, a que el cristianismo se extienda por el país cual virus que todo lo infecta. Una lucha que manifestará, evidentemente, ese sinsentido típico de la religión católica, el hecho de tener que sufrir inútilmente, del sacrificio que equipara a cualquier cristiano con la figura de Jesucristo.
Shinoda se muestra contemplativo, pero también contundente, dividiendo el film en dos actos bien diferenciados. En el primero asistimos a las “aventuras” en secreto de los dos misioneros Sebastián Rodrigues y Francisco Garrpe. Ambos profesan su fe y permanecen ocultos a las autoridades, mientras nativos se acercan a ellos con la esperanza de hallar otro tipo de vida/pensamiento/creeencia. Pero el señor feudal de la zona no tendrá límites a la hora de intentar erradicar el cristianismo de allí.
Shinoda no utiliza el formato scope que usa Scorsese en su nueva versión, y que le da un aspecto más espectacular a la historia. El director japonés encierra a sus personajes en un muy pensado 1:33, el formato de los inicios del cine, y que en televisión se conoce como 4/3. Somos testigos de grandes y bellos paisajes, pero siempre percibimos a los personajes, sobre todo los centrales, encerrados en el plano, alegoría de sus temores, de su sacrifico, del silencio del título.
La decadencia moral
El segundo bloque narra el apresamiento del padre Rodrigues, traicionado cual operación digna del mismísimo Judas, y su conversión al budismo. El tormento del personaje central se hace más evidente, y se establece la propuesta más interesante del film, aquella que invita a reflexionar no sólo sobre el poder y las formas del cristianismo, sino también del budismo, y por ende, de la religión en general. Portentoso plano que enfoca la figura de Buda al fondo cuando Rodrígues está siendo convencido por el padre Ferreira a que se desprenda de la ceguera de su fe.
‘Silence’ no deja ni el más mínimo espacio para la esperanza. No sólo lo indica la enorme cantidad de secuencias duras en las que se muestran las diferentes torturas a las que son expuestas muchos creyentes cristianos; también la fotografía de Kazuo Miyagawa —operador habitual de directores como Akira Kurosawa o Kenji Mizoguchi— muestra claramente la decadencia del ser humano a varios niveles, tanto física como moralmente.
Film estimable al que tal vez le perjudique algo el ritmo; el montaje en determinados momentos es bastante torpe, pareciendo algunos cortes de transición demasiado abruptos y repentinos. Pero si algo puede achacarse a ‘Silence’ es, sin duda, la pobre interpretación de David Lampson —más tarde metido a escritor de guiones— juega en contra de la película. Sus caras de sufrimiento se acercan más a la comedia que al drama. Todo lo contrario que el actor Tetsurô Tanba llevando a su Ferreria a lugares insospechados.
Culminar el film con una violación es un atrevimiento al que hoy día nadie se atrevería, ni siquiera Scorsese, que por cierto es amigo íntimo de Masahiro Shinoda.
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