"Si tengo un hijo, le enseñaré a amar. Si tengo una hija, le enseñaré que el mundo es suyo"
Al que no le quede aún claro que el cine de Denis Villeneuve da más importancia a los personajes femeninos que a los masculinos debería ver la que es una de sus mejores, sino la mejor, películas: ‘Polytechnique’ (id 2009). La misma recoge el fatídico hecho acaecido en el Instituto Politécnico de Montreal el 6 de diciembre de 1989, cuando un alumno armado con un rifle semi-automático, acabó con la vida de catorce mujeres, hirió a otras quince, y se suicidó tras proclamar que “luchaba contra el feminismo”. Villeneuve cambió los nombres reales por respeto a las víctimas, y no estrenó el film sin el visto bueno de los familiares de los fallecidos en aquel horror.
77 minutos de puro cine en los que el director canadiense maneja con habilidad un tema tan espinoso como el femenismo mal entendido, la violencia presente en la sociedad, y las consecuencias de un acto perfectamente condenable desde varias perspectivas. A través de un aterrador blanco y negro, de un montaje soberbio, de flashforwards y flashbacks entrelazados, Villeneuve se erige como un genio de la síntesis, ofreciendo una pieza fílmica reflexiva hasta límites insospechados, siempre teniendo en cuenta la inteligencia del espectador, y también sin ponérselo fácil, aun partiendo de un hecho verídico.
Lo cierto es que el director posee un punto de partida real, es decir, la matanza en sí, y construye toda una ficción, una fábula si se quiere llamar así —toda película lo es—, y llega a la verdad. Más allá de querer reconstruir lo que sucedió ese día —a partir del cual la política sobre armas en Canadá cambió considerablemente—, Villeneuve plasma una serie de acontecimientos entrelazados a través de diversos puntos de vista —el saber cambiarlos continuamente, requiere algo más que habilidad— sin entrar en ningún tipo de condena ideológica, aun dejando claras las razones por la que el asesino —cuyo nombre jamás llega a decirse— hace lo que hace. Villeneuve va más allá del panfleto, y ofrece una oportunidad para pensar detenidamente.
Si ‘Polytechinque’ no engancha al espectador en los dos primeros minutos ya no lo hará después. Una fotocopiadora, una mujer sacando fotocopias, un ambiente de instituto, y de repente el horror en forma de disparo inesperado, la secuencia se ensordece, el silencio se adueña de la función y el espectador entra en una especie de shock, con innumerables ramificaciones morales, algunas de ellas de lo más espinosas —esta película se estrena hoy día, y las reyertas en cierta red social serían catastróficas—, y precisamente ese silencio estará omnipresente en la función, de muchas y diversas formas. El silencio como condena, como tabla de salvación, como catarsis definitiva.
Durante todo el tramo en el que se produce la matanza, y con el que ya Villenuve demostraba mano para el manejo de la tensión —por momentos parece que estamos ante un film de suspense, sobre todo, cuando todo es narrado desde la perspectiva de uno de los protagonistas masculinos del film—, se recurre al silencio para todo. A la primera de las nueve víctimas encerradas en una de las aulas —uno de los instantes más terroríficos del cine que no pertenece al género de terror— la interrumpe con una ráfaga de disparos cuando aquélla proclama que no es feminista. El silencio utilizado como arma. Más tarde, dos de las supervivientes en dicha aula, deben permanecer calladas haciéndose las muertas, pensando que el asesino ha vuelto a por ellas, instante de mayor terror aún. El silencio como salvación.
Fascinante rompecabezas visual
Ni un solo personaje es capaz de pronunciar una sola palabra coherente en dicho tramo, y el espectador, aun conociendo el resultado, tiene un nudo en la garganta. El silencio de nuevo, esta vez traspasando la pantalla. Villeneuve deja para el inicio y el final dos confesiones, una es la del asesino —atención a cómo lo muestra en determinado momento, desenfocado, no sabemos nada de él, sólo su rostro—, otra es una emotiva carta de una de las supervivientes a la madre de aquél. En medio un rompecabezas visual que debe ser construido en nuestra mente, incluidos los planos inclinados, que sugieren más de lo que parece. Y aun teniendo en cuenta el portentoso trabajo visual, o el uso del formato scope —impresionante cuando la cámara está tras las puertas o sigue a diversos personajes por el campus, muy alejado del postureo de Gus Van Sant en ‘Elephant’ (id, 2003)—, los actores escapan a la etiqueta de intérpretes, y resultan ser personajes.
La sutileza de nuevo como arma —peligroso término en una película de estas características— en manos de uno de los mejores narradores del cine actual. Villenuve no condena, sólo muestra, y cuando quiere pronunciarse, lo hace a favor de la mujer, no podía ser de otra forma. De la mujer luchadora, de la superviviente en un mundo enteramente machista —esa es la cruda realidad—. De ahí esos preciosos planos sobre el triunfo laboral de la superviviente —y que además establecen un paralelismo, con otra secuencia, sugiriendo que, tras una desgracia, hay dos opciones, rendirse, o seguir luchando—, con su iluminado rostro como señal de victoria en este asqueroso mundo. La frase del inicio es pronunciada en la citada carta, no como reproche, sino como sentida reflexión a la realidad.
Reflexión que Villeneuve nos invita a hacer en uno de los más impactantes planos vistos en una película. El cenital que hermana con sangre a verdugo y una de sus víctimas. Si la decisión de filmar en blanco y negro fue por no resaltar la sangre en la película, el contraste entre ambos colores sirve mejor a las intenciones del director. No sólo por la atmósfera fría de Canadá, con la nieve muchas veces presente, sino porque el rojo pasa a ser negro que se funde con otro en una atrevida unión, que escapa a absurdas razones ideológicas, dejando el debate político por los suelos.
Y cuando creíamos que el film ya nos ha golpeado bastante, Villeneuve, una vez más concluye su film con una secuencia, como siempre en su obra, que invita a continuar trabajando en nuestras mentes. Ese fantástico travelling por el techo del instituto, con la imagen al revés. Las lecturas son tantas, y tan válidas como queramos. Desde la más evidente —este mundo está al revés— hasta la más sugerente —hay que ver este mundo desde otras perspectivas, desde otra altura, desde otro ángulo—. Magistral.
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