Esto no es Hamlet en la jungla
Ese fue el único mandamiento, por así llamarlo, que Raoul Walsh se encargó de transmitir a sus actores en el rodaje de 'Objetivo: Birmania' ('Objective, Burma!', 1945), película bélica realizada en plena Segunda Guerra Mundial —se estrenó justo cuando los americanos tomaron Iwo Jima— y que forma parte del groso de producciones que el cine estadounidense realizó durante la contienda con claras intenciones propagandísticas. Está claro que las mejores películas bélicas, sobre cualquier contienda o enfrentamiento, son aquellas que han trascendido su propia imagen de producto de entretenimiento. Podríamos citar 'Sin novedad en el frente' ('All Quiet on the Western Front', Lewis Milestone, 1930), 'Senderos de gloria' ('Paths of Glory', Stanley Kubrick, 1957) o 'Fuego en la nieve' ('Battleground', William A. Wellman, 1949) entre otros muchos títulos de gran trascendencia.
Pero existe otro título de película bélica que en este caso se enmarca dentro de los que es un hazañas bélicas sin más ni más. Films que sólo buscaban la evasión del público en tiempos difíciles y sobre todo levantar el espíritu combativo de los soldados en el frente. 'Objetivo: Birmania' fue una de esas cintas que además, y debido a las enormes cualidades de Walsh como director, no se queda en mero entretenimiento, siendo además una de las cintas bélicas por excelencia que mejor aguantan el estoico paso del tiempo. El resultado es una de las mejores producciones realizadas en aquellos años y que muestra muy bien el sufrimiento del ser humano cuando está expuesto a una situación límite en tiempos de guerra, que cuenta además con una de las mejores interpretaciones de su estrella principal: Errol Flynn.
(From here to the end, Spoilers) La película narra una misión en Birmania que consiste en eliminar una estación de radar japonesa y volver a casa en menos de doce horas. Un imprevisto hace que no puedan ser recogidos y tendrán que sobrevivir en medio de una inhóspita jungla en condiciones extremas —debido a la celeridad que se suponía a la misión no han llevado víveres— además de estar cercados por las tropas enemigas, dibujadas en el film como seres completamente horribles sin piedad alguna. Al respecto cabe citar que en Inglaterra la película no hizo mucha gracia porque dicha misión fue llevada a cabo en la vida real por tropas británicas más que americanas, pero así es el cine, un maravilloso mundo de ficción que a través de la fábula se acerca a la verdad. No se trata de reproducir los hechos tal y como ocurrieron, sino de ofrecer un espectáculo lleno de tensión, brío narrativo, excelentes interpretaciones y cierto mensaje.
En 'Objetivo: Birmania' prima la acción sobre el mensaje aunque éste no puede disimularse en dos instantes. Primero aquel en el que descubren a un oficial que ha sido torturado por los japoneses; Walsh jamás lo enfoca, salvo sus piernas y el horrorizado rostro de Flynn. Al lado de éste Henry Hull, que interpreta a un reportero de guerra que cubre la noticia en primera persona, suelta un discurso sobre la necesidad de eliminar a los japoneses para que se acabe tanto horror, discurso algo maniqueo y simplista. Mucho más acertados están los dos instantes en los que un soldado hacienco referencia al personaje del reportero suelta un muy inspirado: "ahora sé lo que estoy comprando cuando pille el periódico por unos céntimos", o ese momento de emoción contenida cuando el personaje de Flynn devuelve a su superior las chapas de los soldados muertos en la misión: "Esta ha sido el precio, señor, no demasiado alto, sólo un puñado de americanos". Patriotismo sin complejos que no chirría debido al contexto.
Dos son los elementos sobre los que Walsh se apoya para que su película luzca como pocas. Uno es el sabio montaje, obra de George Amy, que dos años antes había ganado un Oscar por su labor en 'El bombardeo heroico' ('Air Force', Howard Hawks, 1943), y que alcanza momentos sublimes como el ataque en cuestión a la base japonesa y que no supone ni una sola baja para los americanos. El otro se trata de la bella fotografía de James Wong Howe, uno de los directores de fotografía convertidos casi en leyenda de lo increíble y profesional que era. Filmada en el Parque botánico de California la sensación de realismo que desprende el film es única. Un hazañas bélicas que empieza como pura diversión bélica y concluye como ejercicio psicológico, retrato de un grupo de soldados que exceden la resistencia humana en un entorno selvático que emite una sensación claustrofóbica pocas veces vista en una película de estas características. Normalmente las películas que servían de propaganda en aquellos años no sobrepasaban ese límite. Walsh va más allá.
Llama la atención en las diversas secuencias de combate, que son numerosas, un par de cosas. Primero, que el enemigo no es mostrado o se realiza muy fugazmente. No hay que ponerle rostro al japonés malvado que reza el mensaje del film. Maniqueo si se quiere ver así, pero ejemplar a la hora de no mostrar un enemigo que cada vez tiene más cercado a los protagonistas. Por otro lado el extraordinario uso del silencio por ejemplo en la secuencia del ataque al radar. Suprimir todo sonido fue idea de Errol Flynn y los resultados son increíbles al dotar de mayor tensión al instante. Momentos en los que Walsh demuestra sus orígenes del silente probando que en cine se narra con la puesta en escena. Pocas películas como 'Objetivo: Birmania' son más claras al respecto. Por algo se ha considerado a Walsh en más de una ocasión como uno de los mejores narradores que ha tenido el séptimo arte, aunque resulta curiosa la frase con la que encabezo este texto, pues el cine de Walsh está lleno de personajes trágicos al estilo de Shakespeare y sus grandes tragedias.
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