‘Mercenarios sin gloria’ (‘Play Dirty’, André De Toth, 1968) es la última película oficial del gran olvidado André De Toth, uno de esos directores considerados erróneamente de segunda fila, siempre ligados a la serie B, pero cuya filmografía es mucho más interesante y rica de lo que parece a primera vista. Cineasta admirado por directores tan actuales como Martin Scorsese o Quentin Tarantino —quien dedicó ‘Reservoir Dogs’ (id, 1991) a De Toth— se han bañado adecuadamente de un cine hoy poco reivindicado pero nunca olvidado. Tras dejar buenas muestras de su nervio en los géneros del western y el Film Noir, con escarceos en el cine de aventuras, dejó su impronta en un film como el que nos ocupa y que, tras su celebrado ‘El doble espía’ (‘The Two-Headed Spy’, 1958), representa la cruda visión que el director tenía sobre la guerra.
Heredera directa de un clásico mucho más conocido como ‘Doce del patíbulo’ (‘The Dirty Dozen’, Robert Aldrich, 1967) por cuanto narra la historia de varios indeseables que deberán llevar a cabo una misión prácticamente suicida en la Segunda Guerra Mundial, pero que la supera con creces por apartarse por completo del tono de hazañas bélicas que posee el film de Aldrich. De Toth, que vio de cerca cómo funcionaban los nazis a finales de los años 30, no veía nada de honorable en un conflicto bélico y los personajes de su historia son todos despreciables, alejados del heroísmo tan típico de las producciones bélicas. Nihilismo puro y duro durante todo un film que además coquetea con el western europeo. Parte de la cinta se filmó en nuestra querida España.
(From here to the end, Spoilers) ‘Mercenarios sin gloria’ está ambientada en África en territorio dominado por los nazis y en el que unos bidones de combustible, necesarios para Rommel, son el McGuffin del relato. En el mismo, el ejército británico reúne a bribones de todo tipo para que salgan a la misión de destruir el citado combustible, en realidad una misión de cobertura a la verdadera que va detrás de ellos. De Toth no deja títere con cabeza al criticar a los hipócritas altos mandos que ven la guerra como un negocio en el que anotarse los tantos de otros a sus órdenes, detalle éste insólito en la trama en su parte final cuando se da una orden terrible que pondrá en juego las vidas de sus hombres. El director extiende ese dibujo sin piedad a los protagonistas centrales del relato —un grupo de mercenarios comandados por dos capitanes enfrentados en una lucha de egos, personajes a cargo de unos geniales y muy compenetrados Michael Caine y Nigel Davenport—, en el que no faltan asesinos y violadores, unidos a la fuerza.
André De Toth se marca un ritmo que nunca decae y logra transmitir el asco que sentía por la guerra a través de un film totalmente claustrofóbico aun estando bañado casi todo el tiempo por un aplastante sol desértico. Las pocas escenas de acción son magníficas, en ellas De Toth revela una gran mano para la tensión, algo que también sucede en secuencias en apariencia de transición —la subida del transporte por un dificultosa colina— y en las que el director se toma su tiempo sin que ello afecte al ritmo, describiendo las dificultades que un guerrero —en los films bélicos de De Toth no hay soldados, hay guerreros— abandonado a su suerte se puede encontrar. A destacar la labor de montaje de Jack Slade y un no acreditado Alan Osbiston que a través de planos cortos descriptivos dotan de vivacidad a una película en la que la vida no es maravillosa.
De todos los personajes que conforman la fauna de ‘Mercenarios sin gloria’, evidentemente los más ricos en matices son los dos principales, enfrentados al inicio por sus respectivos métodos ante situaciones difíciles, y que apenas se diferencian del resto a sus órdenes, algunos de los cuales no dudan en robar las pertenencias de sus propios compatriotas caídos en batalla, o intentar violar a la enfermera de una ambulancia —secuencia bastante atrevida para la época—, y más aún cuando la supervivencia de uno de los dos representa el interés económico del otro. El respeto y la inevitable necesidad de hacer las cosas estando de acuerdo ante la cercanía de la muerte marcan el tramo final de una película llena de ironía y sin ningún tipo de concesión. El desenlace es por derecho propio glorioso, subrayando el carácter totalmente absurdo de una guerra.
Poco antes de que Sam Peckinpah hiciese historia con el famoso inicio de ‘Grupo salvaje’ (‘The Wild Bunch, 1969) con la secuencia de unos niños torturando salvajemente a un escorpión, De Toth ya había mostrado algo parecido aquí, y que en cierto modo resumía la trama del film. Un grupo de árabes torturan a un escorpión que, viéndose rodeado por el fuego, se suicida con su propi aguijón. Un juego cruel entre adultos y sin ninguna razón de ser, como la propia guerra en sí.
Aunque André De Toth participó como director en un film de terror de los años 80, y que es mejor no citar, lo cierto es que pocas filmografías se cierran de forma tan grande como la suya. ‘Mercenarios sin gloria’ hace honor a su título español —el original, ‘Juego sucio’, es muy significativo— mostrando un film seco, emocionante, nada divertido pero sí muy entretenido, y con un punto de desencanto en su mirada hacia el ser humano. Su paralelismo con el citado film de Aldrich también se encuentra en el hecho de que el director de fotografía es el mismo, Edward Scaife. Atención también a la banda sonora del mítico Michel Legrand, y en la que se utiliza el famoso 'Lili Marlene'.
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