Raoul Walsh fue uno de los directores que más aportaron al cine de aventuras puro y duro con films como ‘El hidalgo de los mares’ (‘Captain Horatio Hornblower R.N.’, 1951) o ‘El mundo en sus manos’ (‘The World in His Arms’, 1952), entre otras muchas. Un tipo de cine que desafortunadamente no suele verse hoy día —la última vez que alguien se atrevió con algo parecido fue Peter Weir hace ya más de diez años—, el género hoy ha evolucionado —un verbo totalmente equivocado— hacia un trato de la imagen y la historia poco menos que insultante.
Pero mucho antes de que el cine de este tipo se convirtiese en un festival de efectos digitales Walsh, entre otros muchos directores, filmó películas como las mencionadas, o precisamente este ‘Los gavilanes del estrecho’ (‘Sea Devils’, 1953), que no se encuentra entre las grandes obras de su director, pero es igualmente una cinta apreciable. Adapta la novela de Victor Hugo ‘Les Travailleurs de la mer’, con guión de Borden Chase, firmante de los libretos de algunos de los mejores westerns de aquellos años.
Precisamente ‘Los gavilanes del estrecho’, a pesar de ser un film ambientado en el mar, con aventureros metidos a contrabandistas, mientras Inglaterra se enfrenta a la Francia de Napoleón, está tratada como si de un western se tratase, cambiando los caballos por barcos y las llanuras, montañas y prados por el angosto mar. No en vano, Walsh dominó el western como pocos realizadores, y aquí se nota bastante. El film está protagonizado por Rock Hudson, de quien Walsh fue prácticamente su descubridor.

Tras filmar ‘Historia de un condenado’ (‘The Lawless Breed’, 1953), el primer film con éxito protagonizado por el famoso actor como cabeza de cartel, Hudson vuelve a reunirse con la preciosa Yvonne de Carlo, con quien ya había coincidido en otro western, ‘El capitán Panamá’ (‘Scarlett Angel’, Sidney Salkow, 1952). Él interpreta a un contrabandista que se cruza en el camino de una espía británica que viaja a Francia para hacerse pasar por una influyente condesa y así adivinar los planes del emperador.
El problema de esta película se encuentra en su primera mitad, que sin llegar a niveles vergonzosos, sí provocan algo de desconcierto, sobre todo en los conocedores de la obra de Walsh, por cuanto el film pierde su tiempo en las idas y venidas del personaje de Droucette (Yvonne de Carlo) mientras Gilliatt (Hudson) no sabe quién es realmente y la confunde con una traidora al país. Este segmento, que extrañamente ocupa bastante en el relato, sirve, eso sí, para definir a los personajes.

Grandes secundarios y pulso narrativo
Entre Hudson y de Carlo no hay la química esperada, aunque el primero cumple sin más y ella llena la pantalla en cada fotograma en el que aparece, una de esas actrices con un magnetismo especial, enamorando literalmente a la cámara más allá de sus aptitudes dramáticas. En los secundarios es donde se encuentra el mayor atractivo de la película en cuanto a interpretaciones. Desfilan en el reparto dos futuros realizadores, Bryan Forbes —firmante de alguna que otra joya de suspense— o Gerard Oury, que dirigió a Louis de Funès en algunas películas.
Pero quien se alza completamente como el rey de la función es precisamente uno de los villanos, aquel que protagoniza uno de los actores predilectos de Jean Renoir, Jacques B. Brunius, que da vida a Fouche, mano derecha de Napoleón, cuya entrada en escena eleva el film hasta esa intensidad típica en los films de Walsh, puesto que los protagonistas tienen un peligro de altura al que vencer, la inteligencia del citado personaje.
‘Los gavilanes del estrecho’ recupera el pulso perdido en su tramo final, cuando Gilliatt debe unir fuerzas a su competidor en los negocios para salvar a la espía británica y así asegurar una victoria de las fuerzas británicas, un tramo lleno de fuerza, ritmo y aventuras, dirigido con mano maestra por un director cuya mirada estaba siempre del lado del desfavorecido, del truhan, del bandido, del renegado social, héroes que representaban los sueños de aventura de cualquier mortal. Un blockbuster clásico.
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5 comentarios
luissss
No la he visto, así que me pondré a ello ;-) A mí Walsh me parece uno de los mejores directores del Hollywood clásico, de un gran versatilidad y un sentido del ritmo y del montaje únicos. Aparte de sus míticas ('El ladrón de Bagdad', 'El último refugio', 'Los violantos años 20', 'Gentleman Jim', Murieron con las botas puestas', 'Objetivo: Birmania', 'Al rojo vivo', 'Juntos hasta la muerte' o 'El hidalgo de los mares'), yo recomiendo mirar otras no tan conocidas y que son tan estupendas como las que he mencionado: 'Los desnudos y los muertos', 'Una trompeta lejana', 'Los implacables', 'Historia de un condenado', 'Tambores lejanos', 'Perseguido', 'Río de plata'... Por peliculones no será. Hay que reivindicar más a Walsh. Saludos.
billyjack
Yvonne de Carlo es mas recordada por una serie sesentera muy famosa y por otra parte, es una lastima que no se haga películas de "piratas", como se hacia antaño, lamentablemente, disney convirtió a los corsarios en caricaturas, con Johnny Deep por rostro.
fluidoramon
Lo mas destacado de esta película de Walsh es precisamente su director. La puesta en escena como siempre en Raoul Walsh, es exquisita. El problema es que Walsh no siempre tuvo grandes guiones en sus manos ni tampoco a actores a la altura de las expectativas (Rock Hudson en este caso). En cambio cuando los tuvo, parió obras maestras como ningún otro. Walsh es uno de los pocos directores del Cine que puede presumir de tener al menos un docena de obras maestras.