Con respecto a la última película dirigida por Guillermo del Toro, ‘La cumbre escarlata’ (‘Crimson Peak’, 2015), el director citaba en una entrevista las influencias del manejo de la cámara de Jack Clayton en ‘Suspense’ (‘The Innocents’, 1960), la suntuosidad de las películas de Roger Corman adaptando a Edgar Allan Poe, y sobre todo, el cine de Mario Bava. Lo cierto es que el italiano, hoy un poco olvidado y en su momento incluso defenestrado por las sempiternas cegueras críticas, ha sido la influencia de muchos cineastas hoy conocidos.
Nombres como Martin Scorsese o David Lynch han confesado su influencia de determinadas películas del cine de Bava. Incluso algunos tan admirados como Quentin Tarantino no ocultan, en su obra más famosa, dirigida en 1994, el beber de Bava y más concretamente de ‘Las tres caras del miedo’ (‘I tre volti della paura’, 1963), un film de terror compuesto por tres episodios, presentado por el mítico Boris Karloff, y que se encuentra entre los logros más redondos del cineasta italiano, uno de los mejores a la hora de crear atmósferas terroríficas a partir de la composición cromática y la planificación.
Episodios con progresión cromática
Como toda película dividida en episodios, alguno tiene más interés que el resto. Aquí, sin duda, el mayor interés lo posee el central, protagonizado precisamente por Karloff, y que supone una de las variaciones sobre el universo vampírico más originales y fascinantes jamás hechas. Sin embargo, existe, en cuestiones técnico-artísticas una progresión bien visible a poco que uno se pare un poco en sus imágenes. La composición de colores de las mismas, obra de propio director, no acreditado, junto al operador Ubaldo Terzano, van aumentando en variedad según avanza el film.
El primer episodio es el menor con diferencia, tanto que no le hace justicia al resto de la película. Una mujer recibe llamadas misteriosas de alguien que dice va a matarla. En realidad se trata de una antigua amiga con la que tenía una relación nada clara –apuntes lésbicos en el subtexto−. La ironía aparece cuando el verdadero asesino se presenta en la casa de la mujer amenazada. Con sólo esos elementos argumentales, Bava construye un pequeño giallo en el que juega con el punto de vista de forma magistral, sobre todo ese plano desde los ojos del criminal descubriendo a su verdadera víctima en la cama.
Los wurdalak
Lo que parece un juego cinematográfico, de suma elegancia y planificación –amén de las estimulantes presencias de Michèle Mercier y Lidia Alfonsi− da paso al segundo episodio titulado ‘The Wurdalak’. Inspirado en la obra de Aleksey Tolstoy, está protagonizado por un soberbio Boris Karloff y Mark Damon –recordando sin disimulo sus trabajos a las órdenes de Roger Corman−. Éste da vida a un viajero, que en sus viajes descubre un cuerpo decapitado y más tarde un caserío donde habita una familia temerosa por viejas leyendas sobre muertos que resucitan sedientos de sangre.
La atmósfera de pesadilla es lo más logrado en este capítulo en el que Karloff brilla con luz propia, dando vida, por única vez en su extensa carrera, a un vampiro. El apunte más interesante de un relato que va más allá del horror, es el detalle de que las víctimas de un wurdalak resucitan para vampirizar a quienes más amaron en vida. El amor como vínculo para la supervivencia del vampiro. Colosal. Puro terror. Como la secuencia de ese niño llamando a su madre en medio de la noche, escena que se queda grabada en la retina por su enorme poder de sugestión.
Los fantasmas no matan
‘La gota del agua’ suele atribuirse a Ivan Chekhov, pero es un error, la verdadera base del tercer episodio es el cuento ‘Ghots Dont Kill’ de P. Kettrigde. Narra la historia de una enfermera que es requerida a altas horas de la noche para maquillar y amortajar el cadáver de una médium que ha fallecido cuando estaba en trance. En dicho proceso le robará un valioso anillo de la mano, hecho que despertará a la médium apareciendo como un fantasma que reclama lo que es suyo.
En dicho episodio la puesta en escena de Bava alcanza sus cotas más altas, con los personajes muchas veces en el centro del encuadre, y la cámara moviéndose con ellos. Todo el equilibrio de colores en muchos de los planos revela la pasión que el director sentía por la pintura en general. Con elementos tan normales como los sonidos de una gota de agua, el vuelo de una mosca, y una planificación que jamás se realizaba sin storyboard previo, Bava logra una de las atmósferas más terroríficas jamás sentidas en un film, como suena.
El epílogo nos devuelve a Karloff en su personaje del segundo episodio, despidiéndose del espectador, mientras Bava abre el plano y vemos el truco de la secuencia. Metalenguaje puro y duro, la ficción sobre otra ficción, descompuesta por completo con sano sentido del humor, muy apropiado después de la tensión del último capítulo. Una película maravillosa que influyó poderosamente, además de todo lo citado, en el grupo heavy Black Sabbath, en Alejandro Amenábar y su mejor película –hay planos idénticos, por no decir copiados literalmente−, o los films de horror de James Wan. Un disfrute absoluto.
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