Dado que estos días se estrena en medio planeta ‘La vida secreta de Walter Mitty’ (‘The Secret Life of Walter Mitty’, Ben Stiller, 2013), es bueno recordar la primera versión de idéntico título y dirigida en 1947 por Norman Z. McLeod, artesano que destacó por dirigir dos de los primeros títulos de los hermanos Marx —‘Pistoleros de agua dulce’ (‘Monkey Business’, 1931) y ‘Plumas de caballo’ (‘Horse Feathers’, 1932)— especializándose en films amables y poco trascendentes, casi siempre comedias. El propio Ben Stiller se están cansando de citarla allá por donde va, algo que le honra mucho, a ver si es capaz de insuflar algo de interés a las nuevas generaciones de cinéfilos y críticos, cada vez menos dispuestos a escarbar en el pasado de un arte que dicen amar. Seguro que Stiller lo tuvo más fácil que Norman Z. McLeod a la hora de adaptar la historia de James Thurber.
El escritor de Ohio llegó a ofrecer la cantidad de diez mil dólares a Samuel Goldwyn, productor de la película, para que ésta no se realizara. Entre las muchas razones que el escritor tenía para hacerla era que no consideraba a Danny Kaye el actor idóneo para dar vida a Walter Mitty, convirtiéndose con el paso de los años en un confeso detractor del film diciendo que la interpretación que el actor había hecho del personaje estaba totalmente alejada de las intenciones del mismo. El eterno debate entre una obra literaria y su adaptación cinematográfica. Lo cierto es que ‘La vida secreta de Walter Mitty’ (‘The Secret Life of Walter Mitty’, 1947) es una de las películas en las que Kaye está más soportable, y eso ya es bastante.
(From here to the end, Spoilers) Ked Henglud y Everett Freeman adaptan el cuento de Thurber, contando con la ayuda de un no acreditado Philip Ropp, guionista de algunos films del actor, uno de los más populares en aquellos años en los que la sociedad estadounidense disfrutaba más que nunca comedias intrascendentes, entre otros géneros, con el fin de olvidarse durante hora y media/dos horas de su propia vida, falta de las emociones que el séptimo arte podía ofrecer. Entre los muchos actores que se aprovecharon de eso —era estrictamente necesario hace reír al público—, Danny Kaye llegó a ser uno de los que más conectaría con el público, al hacer la mayor parte de las veces de hombre normales y corrientes enfrentados a la aventura de sus vidas. Servidor se tragó un montón de títulos en los numerosos pases que de sus películas hacía tve en los años ochenta, logrando siempre éxitos de audiencia.
Pero a pesar de ser uno de esos que creció con la emisión de películas protagonizadas por Danny Kaye, no soy de los que precisamente le soportan. Actor altamente histriónico y exagerado en muecas, caía en la reiteración de tics y no eran pocas las veces que nos hacía sufrir con algún número musical más exagerado aún. Kaye es la muestra de un estilo cuyo testigo puede decirse que recogieron Jerry Lewis primero, erigiéndose como uno de los genios del humor absurdo, y Jim Carrey después, subrayando tristemente el lado histriónico de Kaye. No obstante, ‘La vida secreta de Walter Mitty’ es una de las películas en las que el actor resulta más soportable, y también aquella en la que las posibilidades dramáticas del rostro del actor fueron aprovechadas al máximo. Es una pena que la película desemboque demasiadas veces en situaciones que no son más que excusas para que el actor se luzca en uno de sus típicos numeritos.
Kaye da vida a Walter Mitty, un joven escritor que presta su creatividad a una de las editoras más prestigiosas del país, en la que después de once años de servicios no se le valora lo suficiente —sus ideas son robadas con toda cara por un jefe que dice haberlas tenido hace dos años—, y que vive con su protectora madre, empeñada en casarle con una joven que no lo tiene claro. Mitty, además de un pedazo de pan, algo por que la gente siempre está aprovechándose de él, es un completo soñador. Siempre que puede se evade mentalmente de un mundo en el que no está muy convencido, y vive emocionantes aventuras en los más diversos escenarios —un barco en alta mar, un hospital, un salón del oeste, la guerra…— siendo siempre el principal y heroico protagonista, una especie de alter ego del propio Mitty, esa personalidad fuerte y seguro de sí mismo que no se atreve a salir en la realidad. Todo cambiará cuando se encuentre con Rosalind (Virginia Mayo), una mujer que es exactamente igual a la que imagina como compañera en sus historias soñadas.
‘La vida secreta de Walter Mitty’ es una película enérgica por momentos, que transmite un buen rollo inolvidable, el mensaje, no dejar de soñar nunca por miserable que sea nuestra vida, no renunciar bajo ningún concepto a lo que se quiere de verdad, y no cesar en el empeño de defender la verdad por encima de todas las cosas. Más que suficiente para una película con las ideas claras, aunque se toma su tiempo para establecer una diferencia entre lo real y lo imaginario —en la primera el film adopta un tono casi onírico en sus escenarios, y la segunda gana por la parte de thriller muy bien hilvanada aunque con una demasiado leve crítica hacia la tiranía—, cayendo demasiadas veces en ser un show para el lucimiento de su máxima estrella. Virginia Mayo presta su demasiada perfecta belleza, y Boris Karloff se presta a un juego de metalenguaje con un siniestro personaje. Película pues, graciosa en sus instantes de comicidad física, entrañabale con su personaje central y entretenida. El éxito fue espectacular.
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