Inicio con ‘La vida por delante’ (Fernando Fernán-Gómez, 1958) un mini-ciclo, de cuatro películas, dedicado a la figura de uno de los más grandes directores que ha tenido, y tiene, si pensamos en el carácter atemporal del arte, el cine español: Fernando Fernán-Gómez, aprovechando el estreno en nuestros cines de ‘La vidaEl mundo sigue’ (1965), film casi maldito en nuestra cinematografía, víctima de la horrenda censura de la época, y que ahora cosecha no poco éxito en su limitada distribución.
Muchos años antes de que Woody Allen rompiese la cuarta pared en su magistral ‘Annie Hall’ (id, 1977), narrando los sinsabores de la vida en pareja, del proceso de las relaciones, Fernando Fernán-Gómez, con un guion propio y de Manuel Pilarés, lo hacía a finales de los cincuenta en esta poderosa comedia, que además de hacer reír a carcajada limpia, las mismas llevan consigo un poso de amargura y dureza crítica que empareja el film con algunas obras coetáneas del neorrealismo italiano, mezclado con algunos de los grandes de la comedia estadounidense, léase Sturges, léase Capra, y seguro que alguno más.
‘La vida por delante’ narra en 87 minutos las idas y venidas de la pareja formada por el propio Fernando Fernán-Gómez y Analía Gadé, Antonio y Josefina respectivamente, y que el primero recuerda, a modo de flashback, desde su comienzo hasta su vida en el piso de “sus sueños”, en el que nada, o muy pocas cosas, son lo que soñaban con anterioridad, cuando el enamorarse y casarse hacía ver un horizonte lleno de felicidad y comodidades. En un tono cómico, Fernán-Gómez no deja títere con cabeza reflejando a la perfección la vida del español medio de entonces.
Ese punto hace ‘La vida por delante’ más actual si cabe que entonces, aun teniendo en cuenta que Fernán-Gómez tenía que sortear a la censura, pero esa visión del español medio. Las alegrías, pocas, y las penurias, demasiadas, que la joven pareja pasa pueden hacer retorcer, entre risas e incomodidad, al espectador de hoy día, que asiste, casi atónito a un desfile de vivencias familiares en conjunto, bañadas, eso sí, con cierto humor irónico, con el que Fernán-Gómez mete el dedo en la llaga, permitiéndose además soluciones de puesta en escena sorprendentes como mínimo.
"Felicidad" vs. libertad
Así los títulos de crédito iniciales resumen la película al revés, y en la que inserta agradecimientos como el que le hace a José Isbert por aceptar un papel por debajo de sus aptitudes artísticas, personaje que aparece bien avanzada la función, cuando la pareja debe enfrentarse a un caso de atropello por parte de la mujer. Isbert da vida a un posible testigo que es tartamudo, cuyo testimonio es puesto en imágenes por Fernán-Gómez de forma sorprendente y muy coherente, logrando además un gag con la propia narración cinematográfica.
Otro instante increíble es aquel en el que la pareja visita el piso que se comprarán, cuando el mismo aún no está ni construido. El director enfoca las nubes mientras el de la inmobiliaria les va “enseñando” el piso en cuestión. Por supuesto, la realidad será bien diferente cuando el edificio se haga realidad física, y el espacio se convierta en un problema más con el que vivir, ese nido de amor, tal y como lo define Manolo Estévez (Manuel Alexandre), probablemente el personaje secundario más interesante de la función.
Manolo es un vividor, un juerguista, que está al otro lado de la visión tradicional de la vida en pareja, un amigo de estudios de Antonio que, de vez en cuando les hace una visita, y sus comentarios acerca del amor son de lo más sardónicos, comparando la “envidiable” vida amorosa con la que él lleva, de país en país, siempre viajando, y con varias mujeres al mismo tiempo. Baste señalar el impresionante final, con Manolo en un coche lujoso, lleno de mujeres, y señalando a la pareja protagonista como el ejemplo más claro del amor verdadero, mientras ellos ansían con volver a verle, quizá para saborear, aunque sea de oídas, una vida que en realidad desean.
Fernán-Gómez volvería sobre los mismos personajes al año siguiente, con ‘La vida alrededor’, expresión citada en ésta, en uno de los más ingeniosos diálogos que posee el film, de una coherencia casi terrorífica.
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