En la época en la que Roger Corman alcanzó su máximo punto como director, esto es, en la serie de adaptaciones que hizo de las obras de Edgar Allan Poe, siguió demostrando que era único logrando economizar al máximo, filmando a la velocidad del rayo, y haciendo más de una película por año, aprovechando decorados, actores e incluso dinero. Para descansar un poco del citado ciclo de películas, Corman quiso realizar un remake de ‘La torre de Londres’ (‘Tower of London’, Rowland V. Lee, 1939), proponiendo el mismo ejercicio.
Tomando muy libremente como base la obra de William Shakespeare ‘Ricardo III’, Corman no sólo se aparta de la obra del escritor inglés, sino que, como remake también lo hace, coincidiendo con el film original simplemente en dos puntos argumentales. Conserva, eso sí y en contra de lo que opinaba su hermano el productor, Gene Corman, el blanco y negro. El resultado es un muy entretenido film en el que, una vez más, la capacidad de síntesis de su director.
‘La torre de Londres’ da comienzo en un hecho que en la anterior versión se produce casi a mitad de película: el fallecimiento de Edward IV (Justice Watson), dejando a sus dos herederos al mando de uno de sus hermanos, Clarence (Charles Macaulay), para desespero del pérfido Richard, personaje a cargo de un pletórico Vincent Price, que curiosamente interpretaba a Clarence en el film del 39, y cuyo destino era una de las secuencias más celebradas de la película. El film de Corman efectúa todos los cambios alrededor de dicho personaje, mezcla de maldad y patetismo, muy bien mostrado por un actor que era capaz de infundir temor sólo con una leve sonrisa.
Si bien en los primeros minutos, cuya acción transcurre en el lecho de muerte del Rey Edward IV, ya quedan sugeridas las intrigas alrededor del trono, de aspirar a él por encima de todo y de todos, la película cambia por completo el tono con respecto a la anterior añadiendo la presencia de fantasmas que atormentan, en el sentido literal del término, al protagonista, logrando lo impensable, que tengamos compasión de él. Todas las víctimas que Richard va dejando en su paso hacia la corona se le aparecerán, cuales fantasmas vengativos, advirtiéndole de su muerte a manos de un no muerto.
Vincent
Muchas de las muertes se provocan de forma prácticamente repentina, incluso forzada, subrayando el carácter cruel de Richard y su carencia de conciencia, aunque no de miedo, convirtiendo el personaje en algo muy diferente a lo que Basil Rathbone había compuesto años antes. El Richard de esta versión es un ser incontrolable, sediento de poder, amoral, pero que a ojos de los demás sufre desvaríos y camina hacia la locura. Hay que celebrar, sin ningún tipo de miramientos, la interpretación de un Vincent Price en su mejor época, lleno de vitalidad y manteniendo un perfecto equilibrio entre algunos de sus amanerados gestos y la maldad que le infiere el defecto físico del personaje.
Celos, miedo, amor, torturas en la famosa torre –de menos presencia argumental que en el film de V. Lee− a base de ratas hambrientas compartiendo estancia con un rostro humano, o estiramientos mortales, se dan la mano en ‘La torre de Londres’, que encierra instantes tan atrevidos como el asesinato a sangre fría de dos niños. Por otro lado, el juego teatro/cine del que hacía gala el film original, aquí desaparece por completo en beneficio del celuloide, salvo en algún que otro instante actoral por parte de Price, que parece recitar monólogos ante su audiencia, el espectador.
También la puesta en escena contiene cambios considerables. Si V. Lee sorprendía con inesperados travellings alegóricos, Corman se preocupa de “abrazar” todas sus secuencias de forma elegante, casi siempre con plano general, que se va cerrando sobre los personajes para luego abrirse de nuevo con cada nueva maldad salida de la mente de Richard. La historia también concluye antes en el tiempo, concretamente en una gran batalla, para la cual se tomaron prestadas algunas tomas del film previo, algo que solía hacer bastante Corman en muchas de sus películas.
Antes de volver sobre Poe, a Corman le dio tiempo a filmar una historia sobre dos competidores de coches de carreras.
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