Hace poco os hablaba en esta misma sección del clásico de terror de la Universal 'El doctor Frankenstein' ('Frankenstein', James Whale, 1931), que fue todo un éxito de taquilla provocando que la famosa productora realizase una especie de ciclo de películas de terror llenando las salas de todo el mundo —años más tarde, la mítica Hammer realizaría un repaso de dicho ciclo con resultados tan sorprendentes como superiores, y digo esto porque además de ser cierto el prometido especial sobre la mítica productora está próximo a aparecer en estas páginas—. Por supuesto la película que dio reconocimiento a Boris Karloff tuvo enseguida a sus productores muy interesados en una continuación, la cual tardaría cuatro años en ver la luz. James Whale no estaba muy convencido de querer realizar una secuela, pero el realizar otras películas y una libertad absoluta creativa le hicieron cambiar de opinión e irse al otro extremo.
'La novia de Frankenstein' ('The Bride of Frankenstein, James Whale, 1935) se aleja por completo de los proyectos por encargo debido al éxito de una anterior película. Lo que empezó como interés personal de Carl Laemmle Jr. de cara a conseguir otro bombazo de taquilla, terminó como un proyecto enormemente personal por parte de Whale, quien dejó impresa en el film su personalidad como director, alcanzando unas cotas de las que muy pocos pueden presumir en la historia del cine: lograr superar el título anterior y conseguir así una firmeza como realizador rara vez vista, mejorando en todos y cada uno de sus aspectos como narrador. Parte del logro se consigue gracias a un sentido de adaptación que los ciegos amantes de lo literal rechazarían. La obra de Mary Shelley está más presente aún en la secuela que en el film original, aún proponiendo ideas novedosas y personajes totalmente nuevos.
(From here to the end, Spoilers) La historia de la secuela tiene dos arranques. Por un lado la ingeniosa idea de reunir a Mary Shelley —a quien da vida Elsa Lanchester en su particular doblete en este film—, Lord Byron y Percy Shelley en una fría noche en la que la escritora, a petición de los presentes, continúa con la fascinante historia sobre el doctor Frankenstein y su criatura justo donde la habían dejado en el primer film. Por otro el propio arranque de la historia en sí, que sigue los acontecimientos justo en el punto en el que los habían dejado en la película de 1931, esto es, una continuación en toda regla. En el molino en el que tenían acorralado al monstruo y le prendieron fuego, aquel sobrevive gracias al pozo de agua que se ocultaba debajo del molino. La criatura empezará a tomar conciencia de sí misma y pronto empezará a sentir la necesidad de tener una compañera.
'La novia de Frankenstein' supone un paso más en todos los aspectos posibles con respecto a su predecesora. Enumeremos. El toque de metalingüismo al proponer a Elsa Lanchester en el doble juego de dar vida, nunca mejor dicho a la escritora de la obra y al mismo tiempo a la criatura femenina destinada a ser la compañera del monstruo. La criatura, a la que sigue interpretando un pletórico Boris Karloff, empieza a hablar, a pensar, a comportarse como un ser humano con todo lo que ello implica. El toque poético, siempre presente en los films de Whale en mayor o menor medida, se acentúa en pasajes como el del hombre ciego que al no ver a la criatura no se deja impresionar por su aspecto y lo recibe con los brazos abiertos en su humilde hogar con la esperanza de tener un amigo —detalle este de nada disimuladas connotaciones gays, debido a la abierta condición sexual de Whale—. La figura del doctor se empareja con la de un nuevo y fascinante personaje, el doctor Pretorius (Ernest Thesiger), quien está empeñado en seguir con los experimentos de Frankenstein yendo un paso más allá —la presentación de sus logros semeja un precedente claro de la maravillosa 'Muñecos infernales' ('The Devill-Doll', Tod Browning, 1936)—.
La película tiene tres bloques bien diferenciados y esa diferencia no supone ningún obstáculo en el fluir de una película que parece continuar durante 72 minutos el clímax final del film anterior. Intensidad, poesía y horror multiplicados a la enésima potencia en un film que parece un clímax continuo a pesar del tiempo que se toma —impresionante capacidad de síntesis debido a la poca duración de la película— par narrar ciertas cosas. Además, en su libertad creativa a todos los niveles, Whale y sus guionistas demuestran conocer a la perfección el material del que parten, la obra de Shelley, al plasmar ciertas ideas sólo sugeridas en el libro y que en la adaptación encuentran toda su razón de ser. Me refiero a la posibilidad de crear una mujer para el monstruo y que supone el tercer acto del film, un deseo materializado sobre el que gira toda la película. Un instante poderoso en el que Whale se luce manejando con mayor acierto la puesta en escena, basada más en el montaje de inspirados planos inclinados que en mover la cámara por las estancias, algo que se reserva para otros momentos.
Sin duda 'La novia de Frankenstein' gana enteros al proponer a sus dos nuevos y fascinantes personajes. Por un lado el doctor Pretorius, personaje también de claras connotaciones sexuales, se revela como alguien mucho más ambicioso y peligroso que Henry Frankenstein persiguiendo su sueño de querer crear una nueva especie de seres humanos; y por otro la futura nueva compañera de la criatura, una robótica Lanchester, que representa todos los deseos del ser creado por Henry, la necesidad animal del sexo en pura esencia, un detalle tan perturbador y lógico como esos ataques, algo disfrazados, a las instituciones religiosas en una película que está continuamente hablando de emular a Dios. Dos personajes totalmente nuevos, salidos de la mente de los guionistas y que sin embargo, se acercan más al original literario de lo que se pueda pensar. Por esto el film de Whale además de contener todas sus características como director —esa precisa y milimétrica puesta en escena en la que se unen en envidiable armonía actores y decorados— se revela como una de las mejores secuelas jamás hechas, y un prodigio de adaptación bien entendida.
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