‘La cabaña en el bosque’ (‘The Cabin in the Woods’, Drew Goddard, 2011) es uno de los casos cinematográficos más curioso de los últimos años. La película se filma, atención, en el 2009, pero su post-producción no sucede hasta dos años después; y aunque la cosa pinta bastante bien, un film de terror que parte de un argumento de Josh Whedon y se trata de la ópera prima de Drew Goddard, que ha aprendido entre J.J. Abrams y el propio Whedon, dos de los nuevos gurús de la ciencia-ficción y la fantasía que, salidos de la pequeña pantalla, campan a sus anchas por la grande, tomando el relevo de otra generación de cineastas.
En nuestro país se estrena tarde y mal. Tras verla cuatro veces sólo me queda lamentarme por el hecho de que nos encontramos ante un film de culto, pero que nunca será conocido por las grandes audiencias, y eso que hablamos de una película cuya taquilla mundial dobla con creces su presupuesto a día de hoy. Un fenómeno llamado Internet actúa como arma de doble filo con el trabajo de Goddard, al menos por estos lares, en los que la inquietud artística no supera en líneas generales los límites de la Red. Una pena.
Terror y humor
‘La cabaña en el bosque’ es un ejercicio cinéfilo de envergadura perpetrado por sus dos artífices, Whedon y Goddard, con una mala leche increíble que tambalea sin prejuicios, ni miedo por las consecuencias, el tan trillado cine de terror, realizando así un espectáculo que juega continuamente con la complicidad del público, moderno y clásico, uniéndolos en una comunión donde reina la armonía. Pasado y presente se dan la mano en el trabajo de Goddard, demostrando que al cine hay que ir lo más virgen posible —algo hoy prácticamente imposible gracias a las campañas de promoción de las películas—, y descubriendo increíbles nuevos matices en segundos visionados.
Porque ‘La cabaña en el bosque’ está llena de referencias hasta límites insospechados. Un film que reúne todos los miedos ancestrales que el cine ha tratado en infinidad de películas, antiguas y nuevas, todo aquellos que ha asustado a un público normalmente entregado al juego de sufrir en un cine, con la diferencia de que aquí el sufrimiento deviene diversión pura y dura, debido al delirante juego propuesto, en el que además no faltan sutiles, y directas, referencias políticas al control en cualquier ámbito. “Titiriteros” dice el mejor personaje de la función. Cualquier espectador puede estar de acuerdo en seguida.
Una cabaña, un lago, un grupo de jóvenes formado por la rubia tonta, el atleta, el tonto, el estudiante y la virgen —con chiste sexual incluido al respecto— conforman el quinteto de protagonistas, al servicio del sempiterno esquema de películas de terror, en las que un grupo de jóvenes deciden pasar un fin de semana alejados de la civilización. Ruidos sospechosos, puertas que se abren solas, susurros, sótanos llenos de objetos antiguos, diarios de principios de siglo, asesinatos pasados, y latín. El terror se libera en forma de familia regresa de entre los muertos con sed de sangre.
Lo viejo y lo nuevo
La diversión es doble. El espectador se adelanta a las más que probables muertes de los pobres infelices, mientras Goddard y Whedon juegan a despistarnos son su segunda lectura/tratamiento, la que verdaderamente importa. Nada es lo que parece, y siempre hay miedos peores a los que conocemos, miedos tan poderosos que de no satisfacerlos con el clásico sacrificio de la juventud, despertarán de su letargo para cambiar la vida tal y como la conocemos. ¿No es acaso el canto de amor más sutil por parte de sus creadores a todo el origen de un arte que entretiene y divierte a millones de personas en todo el mundo?
¿No demuestran Goddard y Whedon en su más que inteligente guión, y en su cuidada puesta en escena el segundo, un enorme y profundo respeto por lo clásico, entendido no como viejo y caduco, sino como legado de identificación, para no perder jamás el norte? ‘La cabaña en el bosque’ es referencia bien asimilada y evolución coherente. Es abrazar lo viejo, lo que siempre ha funcionado, y darle la mano a lo nuevo, en un sentido puramente formal, mostrando una conexión que pocos cineastas han sabido hacer entender al público.
Es realmente curioso que la única película dentro del mainstream, que reconoce abiertamente de dónde viene —póngase aquí el nombre de todo director dedicado al terror desde siempre—, cuál es su cometido y en qué mundo se mueve —el consumo inmediato, el olvido aún más rápido, la ausencia de reflexión— haya tenido una vida comercial tambaleante totalmente inmerecida. ¿Son los nuevos dioses cinematográficos más poderosos que los antiguos? ¿Será necesario fumarse un buen porro de marihuana para ver la ilógica de algunas cosas y rebelarnos contra el coñazo de muchos de los productos maisntream que nos toman por tontos? Para uno que abraza la inteligencia…
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