‘La 7ª víctima’ (‘The Seventh Victim’, Mark Robson, 1943) es la ópera prima de un director que nunca llegó a ser de los grandes, pero en cuya filmografía se encuentran títulos tan destacables como ‘El ídolo de barro’ (‘Champion’, 1949), ‘Más dura será la caída’ (‘They Harder Thay Fall’, 1956) o ‘El premio’ (‘The Prize’, 1963). El debut se produjo cuando el insigne productor de fantástico Val Lewton le escogió para dirigir el presente film tras haber participado en el montaje de varios clásicos a las órdenes de Orson Welles o Jacques Tourneur.
Precisamente la sombra de Tourneur navega sobre las imágenes de ‘La 7ª víctima’, en concreto las de ‘La mujer pantera’ (‘Cat People’, 1942) de la que la presente podría considerarse una precuela, puesto que el actor Tom Conway da vida al mismo personaje, un psiquiatra llamado Judd y que en aquélla fallecía. También puede considerarse un precedente de otro film de Tourneur, ‘La noche del demonio’ (‘Night of the Demon’, 1957) y de algunas películas conocidas más, con el satanismo como tema, dirigidas por Roman Polanski y Terence Fisher. El film de Robson es importante por ser el pionero en dicho tema.
Tras la maravillosa trilogía de Tourneur, Lewton quiso seguir adentrándose en los misterios y terrores que la mente humana podía crear, en el horror que se encuentra tras la aparente normalidad, mediante este sorprendente relato cuyo mayor logro es narrar en tan sólo 70 minutos una atmosférica e inquietante ficción de terror llena de simbolismos por todos lados, y dos o tres secuencias antológicas, en las el uso de la fotografía lo es todo. El film narra la historia de una búsqueda, la de una mujer por su hermana, y una huida, la de la mujer buscada de una misteriosa secta satánica que, atención, rechaza el uso de la violencia para sus fines.
El terror de lo normal
Kim Hunter, que empezaba su larga carrera como actriz con esta película, es la confundida y despistada, casi con un punto de inocencia, protagonista de ‘La 7ª víctima’, la principal protagonista de la primera mitad del film, cuando el espectador aún no sabe qué está pasando; contiene ese tramo secuencias tan poderosas como el intento de asesinato de la misma, el extraño acoso en el metro y, sin duda alguna, la secuencia de la ducha, anticipándose muchos años al maestro del suspense. El segundo tramo es cedido a Jean Brooks, que interpreta a la desaparecida, huida, hermana de la primera.
Dos partes diferenciadas por dos protagonistas diferentes, pero cuyo nexo de unión convierte en dos caras de la misma moneda, con dos destinos bien diferentes. Robson no escatima, en un producto algo naif y con apariciones de personajes misteriosos, en señales visuales de lo más sugerentes. Véase esa gran cristalera del inicio mientras se recitan en off unos determinados versos sobre la muerte, siempre presente en el subtexto, ya sea por esa amenaza invisible que se cierne sobre el personaje central, o por determinados personajes ambiguos que desvelan sus cartas en el tramo final.
Adoradores del diablo que no perdonan la traición incitando al suicido a una mujer que únicamente ha hablado de ello con su psiquiatra −¿está todo en la mente de la protagonista?− del mismo modo que hicieron en seis ocasiones anteriores. Un cuarto con una silla debajo de una soga, toques católicos, hablando sobre el perdón, metidos con gran coherencia, y la eterna dicotomía entre dejarse vencer, hundirse ante la maldad del mundo, o resistir, en esa extraordinaria secuencia final de innumerables connotaciones o dobles lecturas. Todo ello aparece en ‘La 7ª víctima’ con terrible normalidad.