Luigi Cozzi es conocido por sus números plagios en el cine fantástico, refritos que haciendo una comparación podrían significar algo así como la respuesta italiana, o viceversa, que nunca se sabe, a nuestro Juan Piquer Simón. Este último simplemente para recaudar una buena suma de dinero —sobre todo con bombazos espectaculares como los del bodrio ‘Mil gritos tiene la noche’ (1982)—, y Cozzi ídem de lienzo con el añadido de que es un fan absoluto del cine italiano de género, tomando prestadas muchas cosas de sus coetáneos y consciente de sus limitaciones como director.
Entre los despropósitos que bañan su filmografía tenemos productos como ‘Star Crash, choque de galaxias’ (‘Starcrash’, 1978), perfecto ejemplo de su cine, y también un gran éxito en Italia. Pero de toda su filmografía, no demasiado extensa, destaca una película tan curiosa como ‘L’assasino è costretto ad uccide ancora’ (1975), perteneciente al subgénero del giallo, iniciado por Mario Bava y desarrollado por Dario Argento, y que muy extrañamente se aparta un poco de las constantes del mismo. Aportaciones de otros estilos y directores proporcionan al film una identidad propia, a pesar de ciertas concesiones, innecesarias pero lógicas.
Además de ser un giallo con todos sus elementos, el film de Cozzi recoge elementos de otros films mucho más conocidos. Por ejemplo la premisa parece una variación de ‘Extraños en un tren’ (‘Strangers on a Train’, Alfred Hitchcock, 1951); George Hilton es Giorgo, un marido infiel a su esposa que ven una oportunidad de oro cuando ve cómo un misterioso hombre se deshace del cuerpo de una joven tirándolo al río en su coche. En un delirio de decisión —¿cómo puede estar seguro Giorgo de que no sufrirá el mismo destino que la chica?— el asesino es tentado por una interesante propuesta de asesinato, a cambio de silencio y una gran cantidad de dinero.
Lo que parece que irá sobre el asesinato de la esposa a manos de un asesino y una coartada más que suficiente por parte del asesino que le libra de toda sospecha, cambiará por completo su curso cuando sucede el mayor acierto argumental del film. Mientras trata de limpiar la escena del crimen en la casa de la víctima, el asesino deja el coche con el cuerpo de la mujer en el maletero, y le es robado por una pareja de delincuentes que sólo quieren pasar un buen rato. Detalle muy ingenioso que da lugar a una persecución del asesino a esos jóvenes ladrones que desconocen lo que llevan en el coche.
Tono y presencia física
Del color amarillo, que subraya sin descaro el género —giallo también es amarillo en italiano— al que pertenece el film, en lo que simula ser una señal de respeto y adoración a un tipo determinado de películas que sumaron un capítulo más, y muy exitoso, a la ya de por sí maravillosa cinematografía italiana, en la escena del asesinato, se pasa pues a lo que es una road movie en toda regla, con el asesino cercando a sus víctimas. El nivel de tensión y suspense en ese tramo alcanza su esplendor en el instante de la violación de la chica y la paliza al chico, de una violencia sin cortapisas. Una explosión de brutalidad en el momento adecuado. Una especie de catarsis del género en sí, del que se aleja en un momento dado para volver a él con toda su fuerza.
Por supuesto, y tratándose de Cozzi, no es oro todo lo que reluce. El film tiene sus fallos, o descuidos, como esa desaparición argumental del personaje de Hilton, en apariencia vital para el relato, para rescatarlo en los últimos instantes, sobre todo por la presencia de un investigador policial que es más listo que nadie —una de las incongruencias de la trama—; o esa concesión al espectador con las escenas sexuales metidas a calzador, lógicas por los tiempos que corrían pero innecesarias. Erotismo de bajo tono para satisfacer las inquietudes de un público que cambiaba a pasos agigantados.
Afortunadamente, ese detalle argumental que hace cambiar al film de tono, ocupando la mayor parte del metraje, y una sorprendente mano firme de Cozzi en la puesta en escena y el ritmo, hacen del film un giallo diferente muy disfrutable, ya sólo sea por su aportación a la galería de asesinos de la historia del cine con ese fascinante personaje al que da vida Antoine Saint-John, de rostro pétreo, en la línea de James Coburn o similares, parco en palabras y contundente en actos, con un caminar y mirada que vaticinan su brutalidad como asesino implacable.
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