Como particular y personal homenaje al actor Philip Seymour Hoffman podría haber elegido cualquier película de los últimos diez años de su filmografía, porque independientemente de la calidad de cada film —tengo especial predilección por ‘Antes de que el diablo sepa que has muerto’ (‘Before the Devil Knows You’re Dead’, Sidney Lumet, 2007)—, el actor está estupendo en todas y cada una de ellas, así que he preferido elegir su única película como director, ‘Jack Goes Boating’ (2010), cómo no, ignorada por nuestra querida distribución, y que ahora tras el fallecimiento del actor no me extrañaría nada una edición en DVD o Bluray con la frase “La única película como director de Philip Seymour Hoffman”.
El estreno de Seymour Hoffman detrás de las cámaras es la adaptación de una obra teatral de idéntico título que el propio actor protagonizó en los escenarios, obra de Robert Glaudini que el propio escritor se ocupó de adaptar para la pantalla grande. El orondo actor no es el único que repite operación. John Ortiz y Daphne Rubin-Vega también interpretaron la obra teatral, y sólo Amy Ryan es la novata del grupo, algo que sube enteros a una película amable en intenciones, no demasiado arriesgada en su dirección y que navega entre el drama y la comedia a veces sin demasiada definición.
(From here to the end, Spoilers) Jack (Seymour Hoffman) conduce limusinas en la ciudad de New York al lado de su amigo del alma Clyde (Ortiz), quien con su mujer hacen que aquél tenga una cita con Connie (Ryan) para que ambos alegren sus vidas un poco. Así pues el film rondará a ambas parejas, una ya consolidada y con los problemas que acarrea el matrimonio y otra en ciernes de crearse, aún a riesgo de las difíciles personalidades de ambos, con sus respectivos problemas, que nunca llegan a aclararse completamente, pero en los diálogos mayormente quedan perfectamente mostrados, unas veces de forma más sutil que otras —atención a uno de las frases de Connie sobre su encuentro fortuito en la calle con Clyde en la cena—.
Lo primero que llama la atención de una película como ‘Jack Goes Boating’ es que Seymour Hoffman no se complica demasiado la vida en la puesta en escena, optando por lo más fácil y siendo muy correcto. Algún que otro encuadre inspirado, un montaje un poco extraño, pero todo sin jugarse el tipo, el actor/director se apoya casi totalmente en el texto de Glaudini, del cual parece enamorado, y se limita a cierto toque indie, muy de moda en muchas producciones actuales y que propone un mayor acercamiento a los personajes. La maravillosa ciudad de New York viste la historia como un regalo para nuestros ojos y aparta el relato del tono teatral del original. Una ciudad llena de nieve, fría como las vidas de personajes para los que el amor supone una tabla de náufrago.
Del cuarteto protagonista destacan sobre todo el propio Philip Seymour Hoffman, que clava como es costumbre en él una poderosa interpretación de un personaje a medio camino entre la normalidad y la rareza, como casi todo ser humano, un tipo con una existencia aburrida y que empieza a disfrutar de la vida cuando conoce el amor —muchas de las secuencias que parecen no pintar nada, Jack aprende a cocinar y nadar, muestran ese leve proceso—, y cómo no, Amy Ryan, con el personaje quizá más interesante de todos y que transmite una pequeña inquietud. Daphne Rubin-Vega carga con el personaje menos interesante y más tópico de todos, y John Ortiz tira bastante hacia el histrionismo, sobre todo cuando su personaje empieza a perder el norte. Cualquiera de los tres tiene en su compañero y director del film una lección magistral del dominio del cambio de carácter de su personaje, de la tranquilidad más pacífica al arranque de locura violenta —la secuencia de la cena con el fumadón que se pillan los cuatro—.
‘Jack Goes Boating’ rechaza dar ciertas explicaciones sobre los cuatro roles, le llega con sugerirlos y basarse en su interrelación, en cómo los superan para poder entenderse (quererse). Una película pequeña que habla de cosas grandes y que a veces camina por lugares demasiado trillados para el espectador experimentado. En el no riesgo del trabajo de Seymour Hoffman, salvo por el uso de la ciudad antes citado, está al mismo tiempo lo mejor y lo peor del film. Lo primero por la falta absoluta de pretensiones y lo segundo por el hecho de que al final parece hemos visto “una más”. Una película correcta más, que no es poco.
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