Añorando estrenos | 'Hidden: Terror en Kingsville' de The Duffer Brothers

Añorando estrenos | 'Hidden: Terror en Kingsville' de The Duffer Brothers

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Añorando estrenos | 'Hidden: Terror en Kingsville' de The Duffer Brothers

Ahora que la serie de televisión ‘Stranger Things’ (2016) lo está petando —a mi juicio una buena serie en la que chirría bastante una exagerada Winona Ryder—, gracias a llevar a los hogares otra ración de la tan prostituida nostalgia, creo que es buen momento para reivindicar el largometraje que los Duffer realizaron hace un año. ‘Hidden: Terror en Kingsville’ (‘Hidden’, 2015) es su título y supone un acercamiento bastante original —con lo difícil que es eso hoy día— al subgénero de los infectados.

Tirando de dos actores como Alexander Skarsgård —mediocre actor que lo mismo hace de vampiro, de soldado o de rey de la selva— y Andrea Riseborough —muy recomendable en la mejor película de James Marsh, ‘Agente doble’ (‘Shadow Dancer’, 2012)—, los hermanos Duffer realizan un ejercicio cinéfilo que juega a despistar al espectador gracias al uso del siempre vital punto de vista. Un film pequeño en pretensiones, que consigue más precisamente por ello.

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(From here to the end, Spoilers) Ray y Claire son un matrimonio que vive con su hija Zoe (Emily Alyn Lind) en un búnker tras una infección que se supone ha arrasado la faz de la tierra dejando muy pocos supervivientes, o quizá ninguno. Poco a poco, y mediante breves flashbacks —en una película que dura menos de hora y media— se nos van dados datos, concisos, directos, sin andarse por las ramas, de cómo han llegado a esa situación.

La familia es lo importante

Lo más interesante del film es, evidentemente, el punto de vista, siempre el de los tres protagonistas, que viven escondidos de unas criaturas a las que llaman breathers (respiradores). Una primera parte muestra, con un muy ajustado suspense que nos va preparando para el siguiente tramo, el día a día de los tres personajes, poniendo el acento en la relación paterno filial, con apuntes tan interesantes como el uso de la imaginación para hacer un viaje de vez en cuando, en busca de cosas bonitas, de cosas que se echan de menos.

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Con una cámara segura, sin sobresaltos, y que al igual que en la citada serie echa mano de fórmulas conocidas, evocando cierto tipo de cine, los nostálgicos hermanos reservan la sorpresa —que no lo es tanto, se ve venir, sin que eso suponga un defecto— para el tramo final donde milagrosamente el punto de vista no cambia, sino que se amplia. La oscuridad del interior del búnker da paso a la oscuridad humana del exterior. Su nueva condición les obliga a seguir adelante, cambiando de vida, y soltando todo el lastre posible.

Al igual que en ‘Stranger Things’ el film plantea lo que un padre y madre son capaces de hacer por su hijo, pero también a la inversa. Las ajustadas secuencias de acción finales, que también suponen una sorpresa argumental, así lo muestran. Explosiones taquicárdicas de violencia necesaria, que tal vez caen en el típico error actual —montaje acelerado y confuso—, precediendo a un desenlace con ecos lejanos del mejor apunte de Richard Matheson en su ‘Soy leyenda’.

No se trata de ninguna maravilla del séptimo arte, pero emana más honestidad que muchos productos similares.

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