‘Escrito sobre el viento’ (‘Written on the Wind, Douglas Sirk, 1956) es una de las mejores películas de toda la filmografía de la recientemente fallecida Lauren Bacall, lo cual es decir mucho, pero lo mismo ocurre si miramos las trayectorias de Douglas Sirk, Rock Hudson —su actor fetiche—, Robert Stack o Dorothy Malone, quien se llevó un Oscar a su casa por su imponente composición de ninfómana. El film pertenece a la mejor época de Sirk, alemán que, como muchos otros, emigraron a los Estados Unidos, huyendo del nazismo, para seguir haciendo cine.
Una época en la que el director se convirtió en uno de los reyes del melodrama, quedando para la posteridad como el máximo representante de un género a veces no demasiado apreciado por muchos, sobre todo a día de hoy. ‘Escrito sobre el viento’ es una joya que demuestra la vital importancia de la puesta en escena como elemento narrador, un film en el que además el trabajo de síntesis establecido deja con la boca abierta. Eran otros tiempos en los que el ritmo atendía a otro tipo de cuestiones, más bien formales, sin perderse en ellas.
La historia puede recordar a todas esas tramas familiares de lo más retorcidas que llenaban seriales de televisión de años posteriores, caso de ‘Dallas’ (id, 1978-1991) o ‘Dinastía’ (‘Dinasty’, 1981-1989). Mitch Wayne (Hudson) y Kyle Hadley (Stack) son amigos de la infancia, crecieron juntos jugando con la hermana del segundo (Malone), compartiendo también sueños. Ahora, Hadley es el rico heredero de un importante magante del petróleo —breve y sensacional Robert Keith—, y Mitch pobre y sin ningún tipo de atadura. Como dice Kyle en un momento dado, no se le puede comprar.
Lauren Bacall conocerá a ambos prácticamente al mismo tiempo, y los dos caerán rendidos a sus pies, uno en secreto (Mitch), el otro haciendo gala de todo su poder de millonario, ofreciéndole a ella todo un mundo de lujo y posibilidades absolutamente irresistible. Los celos, supuestas traiciones, anhelos del pasado, viejas rencillas y demás sentimientos harán acto de presencia en lo que pronto se convertirá en un torrencial de pasión desenfrenada, tal y como rezan muchas de las películas de Sirk. Y todo ello marcando con ingenio la profunda psique de sus personajes a través del uso del color —memorable trabajo de Russell Metty— y la banda sonora, ésta obra y gracia de Victor Young.
Brillante trabajo actoral y de puesta en escena
Un fuerte crescendo dramático va marcando el film en el que los hallazgos visuales de Sirk no tienen parangón. Por citar dos ejemplos, la visita de Hudson y Bacall buscando a Stack en un bar, la planificación y uso del color van mostrando lo inestable del momento en cuando a dramatismo. El rojo que va combinándose en el encuadre muestra la tormenta psicológica que está a punto de estallar. O ese montaje paralelo entre el enfrentamiento entre Mitch y Kyle, mientras Marylee (Malone) baila desenfrenadamente en su habitación. No hay diálogos alargados ni discursos que subrayen innecesariamente, sólo imagen y sonido mezclados con inteligencia, el motor narrativo por excelencia de los dramas de Sirk.
Lauren Bacall desprende una vez más su atípica belleza, haciendo un muy buen uso de la elegancia que le caracterizó; Rock Hudson se entiende a la perfección con Sirk que aprovecha su homosexualidad para hacer más sombría su extraña relación con Kyle. Para un servidor los reyes de la función son Robert Stack, que expresa a la perfección los traumas del pasado, el no afecto de su padre, y el demonio de unos celos infernales atacados además por un dictamen médico que pone en duda su hombría; y cómo no Dorothy Malone, sensual y perversa como pocas en un personaje difícil, una ninfómana que echa de menos más que nadie la época de la infancia, cuando Mitch era una posibilidad latente.
Aquel río de la niñez tantas veces nombrado entre los hermanos y Mitch dota al relato de una nostalgia abrumadora, la que hace presa a los dos hermanos, no capaces de dejar el pasado atrás, mientras Mitch ha madurado y sólo piensa en el presente mirando hacia delante. Pocas veces han quedado los detalles más pequeños en un drama de estas características, ahorrando además un tiempo valioso con un ritmo que a día de hoy sería algo completamente diferente. A modo de curiosidad señalar que a Humphrey Bogart no le gustó absolutamente nada la película, y recomendó a su esposa no hacer más; quizá por ello no apareció en ‘Ángeles sin brillo’ (‘The Tarnished Angels’, 1957) con el mismo reparto.
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