1993 fue un año glorioso para el escritor y director Steven Zaillian. Autor del guión de ‘La lista de Schindler’ (‘Schindler’s List’, Steven Spielberg), por la cual ganó un merecido Oscar, debutaba también tras las cámaras con la presente ‘En busca de Bobby Fischer’ (‘Searching for Bobby Fischer’), film que he creído conveniente rescatar debido al reciente estreno en nuestras carteleras de ‘El caso Fischer’ (‘Pawn Sacrifice’, Edward Zwick, 2014), un biopic sobre el genio Fischer, tan interesante como tópico y olvidable.
La ópera prima de Zaillian también es un biopic, en concreto sobre Josh Waitzkin, cuyo padre escribió el libro que adapta el film. ‘En busca de Bobby Fischer’ no estuvo exenta de polémica, sobre todo cuando el mismísimo Fischer declaró que jamás vería la película porque era producto de una “conspiración judía” y le parecía una intromisión en su intimidad, sobre todo por haber utilizado su nombre en el título con fines comerciales. Locura y razón mezcladas en la mente del que fue un genio absoluto, uno de los seres humanos más inteligentes que la historia ha tenido.
Los inconvenientes de ser un genio
Dejando a un lado la opinión del propio Fischer —un genio que basó su juego en ser altamente agresivo, llegando a inventar aperturas hasta ese momento desconocidas—, el trabajo de Zaillian posee un esquema narrativo muy familiar, quizá demasiado. Padres descubren que su hijo de corta edad es un genio del ajedrez, juego que ha aprendido a jugar simplemente observando a jugadores callejeros; le asignan el mejor profesor posible con la finalidad de participar en un importante campeonato, mientras lidia con problemas personales.
Resulta muy curioso que el personaje central —a cargo de un muy natural Max Pomeranc, actor poco prolífico y que de aquella era un gran aficionado al ajedrez— sea, hasta el momento de conocer el ajedrez, un niño normal y corriente, sin problemas aparentes. Es a partir del juego del tablero, también de sus habilidades para el mismo, cuando los verdaderos problemas —intentar ser el mejor a ojos de los demás, no decepcionar a su padre, el odio el rival, etc— aparecen. ‘En busca de Bobby Fischer’ narra un viaje repentino hacia la madurez, con advertencia incluida.
Una advertencia que puede notarse en la nada sutil comparación entre el protagonista y la figura de Bobby Fischer. El precio de llegar a ser un genio en algo, único, conlleva el ser prácticamente un incomprendido, e incluso la locura puede acabar llamando a tu puerta. La película soluciona, en parte, dicha advertencia convirtiendo al joven prodigio en una persona noble y honesta. ¿Cuántos jugadores de ajedrez ofrecerían a su rival la oportunidad de un empate ante una segura derrota?
Emoción sobre un tablero
En realidad, ¿cuántos competidores, jugadores, en cualquier deporte, ofrecerían a su rival la posibilidad de empate y compartir el trofeo? Ese es el mensaje de ‘En busca de Bobby Fischer’, que la competitividad por ser el mejor puede llegar a compartirse, evitando sí envidias malsanas a tan temprana edad, cuando un ser humano es más manejable. Tal vez una utopía, pero que en manos de Zaillian logra ser efectiva, creíble, además de estar realizada con mucha pasión y un gran amor por el ajedrez, sobre todo a la hora de compararlo con la vida en general. Fischer juega tal y como es en el resto de cosas.
El escritor y director no puede evitar ciertas imágenes a veces algo tendenciosas. Por ejemplo, ese más que tópico enfrentamiento entre entrenadores/adultos —preámbulo del duelo final entre los jugadores/niños— que culmina con Ben Kingsley —el mismo año que trabajaba a las órdenes de Spielberg en el film citado al inicio— y Pomeranc encuadrados desde abajo, ensalzando sus figuras, mientras el profesor le abre una lata de Coca-Cola, uno de los símbolos por excelencia de la cultura estadounidense.
Dejando a un lado ese tipo de escenas, que responden a esa extraña necesidad de demostrar la superioridad moral con respecto a los demás —algo muy marcado en la sociedad yanqui—, lo cierto es que su director logra un film emocionante e inspirador, una oda al juego de los juegos, en el que se necesita algo más que cerebro para marcar la diferencia. Un viaje hacia la madurez, una aventura sin parangón sobre un tablero lleno de piezas, y en el que el uso de la imaginación es vital.
Todo ello musicalizado por James Horner en su mejor etapa.
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